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Tranquilo-nervioso‏


Tres razones para estar tranquilos y cinco para estar preocupados

Francisco Javier Covarrubias
Diario El Mercurio, Sábado 30 de noviembre de 2013


"Derrotar la injusticia es igual o más difícil que derrotar la ineficiencia, y “la calle” puede pasarle la cuenta a Bachelet rápidamente, tal como le ocurrió a Piñera..."



















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Bachelet volverá a La Moneda. De eso, pocas dudas caben. Las matemáticas no cuadran, los vientos no soplan ni los tiempos favorecen para que Matthei gane el 15 de diciembre. La antigua Concertación, llevando a cuestas la insólita vergüenza de haber hecho buenos gobiernos, se apronta así —junto al Partido Comunista— a gobernar los próximos 4 años. La Alianza, por su parte —cuchillos en ristre y falta de ideas—, se apronta a retirarse a los cuarteles de invierno. Por primera vez en 24 años nos enfrentamos a un escenario incierto y desconocido. Algunos, como Lucía Santa Cruz esta semana, han levantado la voz sobre aspectos explícitos del programa de Bachelet que atentan contra la libertad. Otros, más pesimistas aún, soterradamente recuerdan un libreto parecido al de la UP. La mayoría, sin embargo, parece no creer que Chile esté para aventuras raras.

¿Hay razones para estar preocupados? Sí, las hay. ¿Hay razones para estar tranquilos? También las hay, pero son menos...

Partamos por estas últimas. Tres son las razones principales para pensar que Chile no perderá el rumbo con Bachelet.

La primera y más obvia es porque Bachelet ya fue Presidenta. Y más allá de las valoraciones de su gobierno, es indudable que tuvo un mandato responsable, apegado a la ley y sin restricciones a la libertad. ¿Puede un segundo mandato cambiar tan sustancialmente? Sería raro. Si así fuera, sería una especie de Alan García, pero al revés. ¿Puede una persona cambiar tanto en 4 años (y que paradójicamente el cambio haya ocurrido en Estados Unidos)? Parece improbable...

La segunda razón es porque Chile todavía no olvida el trauma que significaron la UP, el golpe de estado y la dictadura. Es cierto que una gran mayoría no había nacido, pero en el imaginario colectivo, de alguna forma, sigue estando presente que los cambios es mejor hacerlos de forma gradual, porque ciertas aventuras pueden costar muy caro... La tercera razón para estar tranquilos radica en que muchos de los actores que están dentro de la Nueva Mayoría son sensatos e inteligentes. Ellos son los continuadores de la antigua Concertación y siguen estando presentes, aunque lentamente desplazados de la primera línea por ser “tecnócratas”. Su peso real lo veremos por primera vez cuando se nombre el gabinete, que con el color de su fumata nos indicará por dónde va la cosa...
Pero no todo es tranquilizador. Hay otras razones (y son más) que son inquietantes:

La primera es “la vuelta de la utopía” de la izquierda. El creer que se puede construir un “hombre nuevo”, que la “voluntad general” es más importante que la libertad individual. La Nueva Mayoría ha desempolvado ideas del “cementerio de los libros olvidados”, con intelectuales que en los 20 años de Concertación no fueron escuchados. Se levantan así las banderas de reconstruir la sociedad a partir de la igualdad, en aras de la cual se está dispuesto a sacrificar la diversidad, la libertad y la pluralidad.

Ligado a lo anterior, surge la segunda gran amenaza: “el revisionismo completo”. No se trata ya de seguir afinando y corrigiendo un modelo que se ha construido en el tiempo, como el escultor afina con una pequeña herramienta su escultura. No. Se trata de quemar las naves. El emblema de esto es la propuesta de nueva Constitución. No se trata ya de cambiar aspectos que son discutibles o derechamente intolerables. Se trata de refundarlo todo. Quizá un emblema de esto ha sido un tema secundario, pero que marca muy bien este pensamiento: se ha planteado revisar la autonomía del Banco Central. Sí, leyó bien. De nada sirve haber derrotado la inflación o haber sido un ejemplo de una buena institucionalidad. Los examinadores también irán por ella.

La tercera gran amenaza es lo que John Stuart Mill llamó la “dictadura de la mayoría”. Con el porcentaje elevado que sacará Bachelet en la segunda vuelta, sumado a las mayorías en la Cámara y en el Senado, se corre el peligro de aplastar a la minoría. Una minoría que mal que mal representa un 40 por ciento. Las declaraciones recientes del nuevo senador Harboe son sintomáticas: “buscaremos sumar a la Alianza, y si no lo hace, ejerceremos nuestras mayorías”. Es decir, no se apela al diálogo, al debate o al consenso. O se unen a nosotros, o imponemos la mayoría. Así de simple.

La cuarta razón que pone una gran señal de interrogación es la “corta luna de miel” que puede vivir Bachelet. Su campaña ha cometido el mismo error que la de Piñera, en cuanto a generar altísimas expectativas. Piñera lo hizo en torno a la eficiencia, al 24/7. Bachelet lo ha hecho en torno a la justicia. Pero derrotar la injusticia es igual o más difícil que derrotar la ineficiencia, y “la calle” puede pasarle la cuenta rápidamente, tal como le ocurrió a Piñera.

El último aspecto es la “enorme diferencia ideológica” de los miembros de la futura coalición de gobierno. ¿Cómo puede convivir desde Cortázar a Cuevas en la Nueva Mayoría? Hay dos posibilidades: O terminada la luna de miel las diferencias explotan, en cuyo caso a la gobernabilidad se le abre una gran señal de interrogación; o simplemente se establece una coalición donde quepan todos, al estilo del peronismo argentino (liberales y comunistas, corporativistas y populistas, moderados y radicales, todos juntos “en el mismo lodo todos manoseados”, como dice Santos Discépolo). Ninguno de los dos escenarios es muy alentador...

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