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¡La riqueza no existe!


José Ramón Valente
Publicado en La Tercera, 24.11.2013
Estoy convencido que si no estudiamos el pasado es imposible que entendamos el presente y más difícil aún que pretendamos proyectar el futuro. “Entre el año cero y el año 1000 Europa occidental experimentó nulo crecimiento económico. Entre el año 1000 y 1820 el crecimiento económico promedio anual fue de tan sólo 0,2%, apenas suficiente para que la población de ese entonces superara los mínimos niveles de subsistencia sin morir de hambre”.Esta cita del libro de Angus Maddison, The Worldwide Economy: A Millenium Perspective, es tremendamente reveladora respecto de lo esquivo que ha sido el crecimiento económico y la riqueza para los seres humanos a través de la historia. 

La misma cita nos puede ayudar a entender que la riqueza no existe, sino que se crea. Hace años escuché decir a un presidente boliviano que no iba a permitir que empresas extranjeras participaran de la explotación de los yacimientos de gas en su país, porque las riquezas naturales de Bolivia eran para los bolivianos. Ciertamente un discurso tan conmovedor y apasionante como errado. Bolivia no tiene ni la tecnología ni los recursos financieros para explotar sus yacimientos gasíferos, producto de lo cual el gas hasta el día de hoy sigue enterrado a cientos de metros de profundidad sin generar ni un sólo beneficio tangible para el pueblo boliviano. Haber impedido la explotación del gas por parte de empresas extranjeras en la práctica lo que hizo fue impedir que este recurso natural se transformara en más trabajo, más educación, más alimentos, y más y mayor acceso a bienes materiales para los bolivianos. El gas sigue enterrado y los bolivianos siguen igual de pobres que siempre. La riqueza a la que se refería el presidente boliviano no existe hasta que alguien la cree con la explotación de los yacimientos de gas. 

A partir de 1800 y hasta ahora, el mundo ha creado más riqueza de la que en su conjunto crearon todas las generaciones anteriores. Esa verdadera explosión de la riqueza mundial ha sido posible a partir de la libertad que obtuvieron las personas del yugo de sus gobernantes monárquicos, para transformar su natural inquietud intelectual y sus ansias de progreso material en cientos de miles de innovaciones, desde el tren a vapor hasta el iPad en que estoy escribiendo esta columna. 

El término del poder absoluto de las dinastías permitió que esa pequeña llama de creatividad que había estado sofocada por la falta de libertad se transformara, primero, en las calderas de la revolución industrial y más tarde en la luz de la revolución del conocimiento que hasta ahora nos ilumina. Hace poco más de dos décadas la caída del Muro de Berlín y el posterior desmantelamiento de la Unión Soviética, dejaron al descubierto la fragilidad de proceso de creación de riqueza. Cuando cayó la cortina, el mundo entero, atónito, pudo observar cómo el reloj del progreso se había detenido en 1945 para los seres humanos que habían sido privados de libertad por sus gobernantes marxistas y cómo éste había continuado avanzando a toda máquina para los hombres libres del mundo occidental. 

Lamentablemente, pese a lo contundente de la evidencia que demuestra lo contrario, hay muchos de nuestros compatriotas que siguen adhiriendo a las promesas de quienes ven el mundo como una foto y no como una película. Aquellos creen que la riqueza existe y no que se crea, creen por tanto que la única forma de generar bienestar es teniendo un estado grande y poderoso que se encargue de repartir la riqueza existente y no de generar las condiciones para que se cree más riqueza. 

Esta es la misma gente que vilipendia a los empresarios exitosos, sin detenerse a analizar que la fortuna de dichos empresarios es sólo una pequeña fracción de la riqueza que ellos han creado para la sociedad. El resto, la mayor parte, está en los salarios de los trabajadores que consiguieron un empleo que antes no existía, los caminos, la educación y las viviendas que han sido financiadas con los impuestos que ha podido recaudar el Estado y que tampoco existían, y los más de 200 mil millones de dólares que los trabajadores chilenos tienen ahorrados para sus pensiones de vejez en las AFP y las compañías de seguros de vida, que tampoco existían. De no ser por la creatividad, la audacia y el trabajo de nuestros compatriotas que se atrevieron a emprender, y por la nueva institucionalidad de un país que les permitió la oportunidad de hacerlo, Chile estaría hoy todavía esperando, como nuestros vecinos bolivianos, que la elocuente verborrea de sus líderes políticos permitirá crear empleos, mejorar la educación y la salud, y derrotar la pobreza. 

El discurso antiempresarial que se ha generalizado en Chile en los últimos años y que fue plataforma de la campaña presidencial de ocho de los nueve candidatos a la Presidencia de la República en la elección del domingo pasado, potencialmente podría conducir a Chile a un verdadero apagón del emprendimiento y la creación de riqueza. Las ganancias obtenidas por los empresarios no sólo son legítimas, sino que necesarias. La existencia de utilidades en los emprendimientos permite animar a otros a emprender también y permite que quienes fueron exitosos en sus empresas utilicen parte de las ganancias en nuevos emprendimientos. Si Apple no hubiese ganado plata con el IPod, no existirían ni el IPhone ni el IPad. 

Cuando analizamos por qué se masifican fenómenos como la animosidad contra las utilidades y los empresarios, y el repentino enamoramiento con un Estado todo poderoso, tendemos a echarle la culpa a los políticos y a la prensa. A los primeros por buscar su beneficio personal, la reelección, y a los segundos por avivar la cueca en vez de informar debidamente a la gente. La verdad es que somos nosotros, los ciudadanos, los que damos pie a la conducta de los políticos votando por ellos a pesar de sus conductas y a la de los medios de comunicación, otorgándoles rating a sus noticias. Ellos no son los culpables, nosotros los ciudadanos, que muchas veces nos transformamos en actores pasivos de nuestras propias vidas, somos los verdaderos culpables de no saber convencer al resto de nuestros compatriotas de que las consignas a las que están adhiriendo han terminado inevitablemente a través de la historia en estancamiento, pobreza y frustración de millones de personas y decenas de generaciones en todo el mundo. 

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