Diario La Tercera, lunes 18 de noviembre de 2013
No fue la paliza que estaba anunciada. Curiosamente, por culpa de las expectativas, la enorme victoria que consiguió ayer Michelle Bachelet tuvo para sus partidarios un sabor un poco amargo. Porque no arrasó ni consiguió remontar el 50% de los votos que gran parte de su comando daba por hecho.
Los resultados de ayer proporcionan insumos valiosos para entender el clima emocional, las lógicas políticas y las contradictorias tensiones que cruzan a la sociedad chilena. La gente pareciera querer cambios, aunque no demasiados. Bachelet es un fenómeno, pero la Nueva Mayoría no lo es. Los niveles de participación en los comicios indican que la política interesa a una fracción del padrón electoral que no alcanza a llegar al 50%.Ayer cayó el mito acuñado en las primarias, según el cual Bachelet iba a llevar a votar hasta a los muertos. No fue así: la candidata triunfante mostró tener un arrastre inmenso, aunque no tiene la fuerza telúrica que se le suponía.
En un contexto de nueve candidaturas, obtener el 47% de los votos es una salvajada; sin embargo, es un resultado deslucido para quien en algún momento llegó a capturar arriba del 60% de la intención de voto.
Aunque es la derecha la que capitaliza la opción de competir con Bachelet en diciembre, tanto o más que la digna votación de Evelyn Matthei fueron los votos de ME-O y de Parisi lo que impidió a la Nueva Mayoría quedarse ayer mismo con la presidencia. Es cierto que Matthei estuvo muy por encima del catastrófico desempeño que le vaticinaban las encuestas. Los encuestólogos van a tener que dar muchas explicaciones al respecto. No obstante, en términos objetivos, un 25% es poco para la derecha y no puede justiciar bajo ningún respecto la autocomplacencia. El 10% que consiguió Parisi debería hacer pensar al sector de su falta de empatía y conexión con un segmento de la clase media que en 2009 votó por Piñera, y que ahora se quedó en la casa o se dejó arrastrar por el discurso populista.
Tampoco la Nueva Mayoría fue la avalancha que la derecha temía en la parlamentaria. Aparte del doblaje senatorial de Antofagasta, que se daba por descontado, y el de Coquimbo, que también estaba en los cálculos más realistas de la derecha, la oposición perdió el doblaje en la VIII Costa y no logró alterar sustancialmente el equilibrio de fuerzas en el Parlamento. Así las cosas, el próximo gobierno tendrá que sentarse a negociar para introducir reformas sustantivas a la actual institucionalidad.
Sin duda que vienen cambios en la política chilena. Bachelet será presidenta en diciembre. Pero las cifras de ayer imponen una cierta cautela y exhortan más a la gradualidad que a los vuelcos de campana.
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