Diario La Tercera, sábado 30 de noviembre de 2013
Pasados de rosca
Aun cuando la campaña de segunda vuelta está siendo aún más floja que la de primera, Chile de un tiempo a esta parte se ha vuelto la República de la Estridencia. Datos que en otros países serían recibidos como música de las celestes esferas, aquí nadie les pone oídos. ¿Por qué? Bueno, porque las expectativas se dispararon y porque el debate se sobreideologizó. Esto último no necesariamente es malo, aunque siempre es sano mantener un cable a tierra y no perder el contacto con la realidad.
Fueron varios los factores que gatillaron el fenómeno. El mal humor está en nuestro ADN y faltaba la chispa para exteriorizarlo. La globalización hizo lo suyo con el estallido de redes sociales fieras que, cumpliendo los sueños más afiebrados de los teóricos de la revolución, terminaron instalando verdaderos patíbulos detrás de cada celular. Influyeron -por supuesto- los movimientos sociales del año 2011, especialmente el de los estudiantes, que llenó las calles de indignación y destrozos. Qué duda cabe que también pesó el hecho de que en La Moneda hubiera no sólo un gobierno de derecha, y de matriz exitista encima, sino también una administración poco atenta a las dimensiones simbólicas y emocionales de la política.Influyó, en fin, no es último lugar, que Chile estuviera llegando al fin de un ciclo político.
El resultado concreto es que el país está sobregirado política y emocionalmente. En la discusión, en la escena política, nos estamos pasando de rosca. En el país real, en el de la gente que todas las mañanas se levanta temprano para ir a su trabajo y trata de llegar no tan tarde para compartir antes del anochecer con su familia, y que los fines de semana llena los centros comerciales con una intensidad pocas veces conocida en Chile, la cosa es distinta. Sin embargo, en la conversación, en los medios y en la discusión pública se ha impuesto con rapidez el arrebato y la descalificación. También el gritoneo. Hoy se lleva la mecha corta. Y todo hay que decirlo dos o tres tonos más alto y con ademanes enfáticos. Claramente la discusión se ideologizó y esto en sí no tiene nada de malo. La despolitización no lleva a otra cosa que a sociedades con obesidad mórbida y raquitismo intelectual.
Para la derecha, que cree que hacer política es tapar hoyos en las calles y mostrar curvas económicas ascendentes, la disputa ideológica ha sido muy corrosiva. Por eso está donde está según se vio en la elección parlamentaria del pasado domingo 17. El sector no estaba preparado para enfrentar esa discusión y la ola le pasó por encima, dejándolo al filo de la irrelevancia en el Parlamento.
Expectativas disparadas
Pero el tema no es ese: el tema es lo enervado que se puso en muy poco tiempo el clima anímico y político del país. La crispación incluso ha conducido a debilitar el contacto de la sociedad chilena con la realidad. Hoy por hoy logros nacionales que son históricos -logros que, más allá del gobierno, son del país- como mantener una tasa de crecimiento del producto que es un lujo, haber cumplido el 90% de las metas de la reconstrucción, tener niveles de desempleo difíciles de encontrar en otras economías o haber podido seguir generando no obstante la crisis miles de puestos de trabajo, son mirados con olímpico desprecio. Dan lo mismo. No inspiran ni reconocimiento ni gratitud. Todo lo contrario, en relación al tamaño de las expectativas, son vistos como migajas. Como nos acostumbramos a ser ricos, en el plano privado hasta el más “quedao” lo pasa mal si no renueva su auto cada dos años, si no amplía su casa cada tres, si no tiene un viaje en el bolsillo cada vez que sale de vacaciones y un jugoso aumento de renta cada negociación.
En el plano público las expectativas también están disparadas. Piñera iba a cambiarle la cara, el pelo y el alma a Chile y, aun cuando haya buenas razones para pensar que hizo un buen gobierno, se chingó. Las expectativas ahora las empuja e infla Michelle Bachelet. Ella, que metió la mano en el transporte público de Santiago para dejarlo mucho peor que antes, ahora la va a meter en la educación, en la salud, en la vivienda, en la previsión, en el desarrollo de las ciudades, en la infraestructura y en la energía y se supone que las va a dejar mucho mejor. No sólo eso: vamos a pagar menos por los servicios de educación y de salud y vamos a tener más subsidios y cobrar mejores pensiones.
Hay algo que no cuadra en esta correlación. Está probado que la inflación de expectativas no conduce a otra cosa que multiplicar las frustraciones. Es propio del liderazgo político responsable saber que la política puede dar mucho, pero no puede darlo todo. El Estado es para entregar cosas que son insustituibles. El Estado es para establecer una cancha más o menos pareja donde los individuos encuentren seguridad y puedan relacionarse libremente. El Estado es también para proteger a los que son más débiles. Pero no para mucho más, porque no tiene ni los recursos ni las competencias técnicas ni la más mínima posibilidad de hacerle o resolverle la vida a la gente mediante el puro asistencialismo.
Oportunidad de Bachelet
Tras la sobredosis de bulla y expectativas hay quizás muchas causas. Es un gran desafío para los expertos identificarlas. De seguro, sin embargo, está operando un factor que a estas alturas ya está haciendo estragos en la política chilena: el vacío de liderazgo político.
Eso nos pasa por haber estado entendiendo que el liderazgo es una suerte de campeonato de popularidad. Eso nos pasa como sociedad por estar esperando todos los meses como tontos de capirotes los guarismos de aprobación a la gestión presidencial.Eso nos pasa por haber olvidado que el liderazgo político también consiste en la capacidad de decir No, sobre todo cuando eso significa contrariar el sentir mayoritario.
Porque es querida, porque es respetada, porque en principio al menos su mayoría parlamentaria le va a entregar un cierto margen de autonomía para gobernar sin compulsiones, nadie hoy en Chile está en mejores condiciones que Michelle Bachelet para invitar a bajar un poco el volumen. La ex presidenta por lo demás es de las que jamás lo ha subido en las pocas intervenciones públicas que tuvo en la campaña de la primera vuelta. Otra cosa es que haya dejado pasar, una vez tras otra, numerosas oportunidades para reducir expectativas que le van a jugar a contra a ella misma en los próximos años. No importa: nunca es tarde para comenzar. Nunca es tarde para volver a hablar de Chile con los pies en la tierra, con mesura y con serenidad. Ya basta de leseras.Cuando uno escucha al ex canciller Jorge Castañeda decir que México, su patria, con Nafta y todo, creció en los últimos 20 años a la miserable tasa anual del 2,6%, cuando Chile es la estrella en la OCDE en expansión económica de este año, bueno significa que no todo está perdido y que detrás de la palabrería y del bullicio ambiente hay que recuperar al Chile profundo. Este país tiene cosas muy buenas que hay que mantener, tiene problemas muy serios por los cuales tenemos que ponernos de cabeza a trabajar y tiene oportunidades increíbles que no debiéramos dejar pasar. Esta es la verdad. Todo el resto es música. Los notarios, el voto evangélico, la PSU, las bencinas, los doblajes y los partidos de la selección en la tele son temas que pueden merecer atención. Pero no nos confundamos: son pelos de la cola en relación a los dilemas realmente importantes que Chile tiene por delante.
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