Columnistas
Diario El Mercurio, Domingo 17 de noviembre de 2013
El voto
"Lo que se debate hoy está lejos de ser irrelevante. El país ha de optar entre dos caminos muy diferentes, y esa decisión tendrá consecuencias en la vida de todos y cada uno de nosotros..."
Puede usted optar por quedarse en casa. El voto voluntario tiene la ventaja de no forzar al elector indiferente a expresar una preferencia que probablemente sería irreflexiva, cuando las alternativas en juego le parecen irrelevantes. Pero lo que se debate hoy está lejos de serlo. El país ha de optar entre dos caminos muy diferentes, y esa decisión tendrá consecuencias en la vida de todos y cada uno de nosotros.
El menú de opciones en inusualmente amplio. Para el votante puede ser tentador—y estaría en su derecho hacerlo— inclinarse por algunos de los muchos candidatos sin opción real de acceder esta vez a La Moneda o al Congreso, en una suerte de saludo a la bandera o gesto testimonial. Pero, como en toda democracia madura, el partido de fondo es el que disputan las dos grandes coaliciones.
El camino que ofrecen Michelle Bachelet y la amalgama de partidos que la acompaña, es inconveniente para Chile. Su modelo es un “Estado Social” que garantizaría “derechos”, como educación gratuita y de calidad a todo nivel. Para ello arrinconaría la libertad de educación y le propinaría un impuestazo a los emprendedores que crean empleos, invierten e innovan. Poco contiene su programa que en verdad mejore la formación de los jóvenes y la capacitación de los trabajadores, algo que tanto necesitamos. En cambio, el impuestazo trabaría la maquinaria del crecimiento económico, que está trayendo a todos oportunidades de progreso.
Una vuelta al crecimiento de 3 a 4% y al desempleo de 7 u 8%, que tuvimos en el gobierno anterior, es la mejor receta para avivar el malestar, las protestas y la polarización política. Una economía lenta ni siquiera permitiría la recaudación esperada de la reforma tributaria. El programa de Bachelet propone una nueva Constitución Política, la cual, según insinúa, facilitaría la modificación del régimen de propiedad minera o el grado de autonomía del Banco Central. En un ? país propenso a las demandas desorbitadas y con su economía trabada, bien sabemos que eso no sólo sería “fumar opio” —como alguna vez calificó esa idea el senador socialista Camilo Escalona—, sino jugar con dinamita.
La alternativa es apoyar las candidaturas a la Presidencia y al Congreso de la Alianza. Su meritoria campaña y su programa proponen seguir la ruta del gobierno del Presidente Piñera, la que ha logrado valiosos resultados en lo económico y lo social. Aunque restan muchas dificultades y hay fallas que reparar, es innegable que estamos avanzando a saludable velocidad en la carrera hacia el desarrollo. Ojalá evitemos un tropezón.
El menú de opciones en inusualmente amplio. Para el votante puede ser tentador—y estaría en su derecho hacerlo— inclinarse por algunos de los muchos candidatos sin opción real de acceder esta vez a La Moneda o al Congreso, en una suerte de saludo a la bandera o gesto testimonial. Pero, como en toda democracia madura, el partido de fondo es el que disputan las dos grandes coaliciones.
El camino que ofrecen Michelle Bachelet y la amalgama de partidos que la acompaña, es inconveniente para Chile. Su modelo es un “Estado Social” que garantizaría “derechos”, como educación gratuita y de calidad a todo nivel. Para ello arrinconaría la libertad de educación y le propinaría un impuestazo a los emprendedores que crean empleos, invierten e innovan. Poco contiene su programa que en verdad mejore la formación de los jóvenes y la capacitación de los trabajadores, algo que tanto necesitamos. En cambio, el impuestazo trabaría la maquinaria del crecimiento económico, que está trayendo a todos oportunidades de progreso.
Una vuelta al crecimiento de 3 a 4% y al desempleo de 7 u 8%, que tuvimos en el gobierno anterior, es la mejor receta para avivar el malestar, las protestas y la polarización política. Una economía lenta ni siquiera permitiría la recaudación esperada de la reforma tributaria. El programa de Bachelet propone una nueva Constitución Política, la cual, según insinúa, facilitaría la modificación del régimen de propiedad minera o el grado de autonomía del Banco Central. En un ? país propenso a las demandas desorbitadas y con su economía trabada, bien sabemos que eso no sólo sería “fumar opio” —como alguna vez calificó esa idea el senador socialista Camilo Escalona—, sino jugar con dinamita.
La alternativa es apoyar las candidaturas a la Presidencia y al Congreso de la Alianza. Su meritoria campaña y su programa proponen seguir la ruta del gobierno del Presidente Piñera, la que ha logrado valiosos resultados en lo económico y lo social. Aunque restan muchas dificultades y hay fallas que reparar, es innegable que estamos avanzando a saludable velocidad en la carrera hacia el desarrollo. Ojalá evitemos un tropezón.
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