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Hechos y palabras


En un Chile donde la obesidad, y no la desnutrición, ha llegado a ser un problema público se reprime la memoria reciente de una pobreza y avaricia de oportunidades increíblemente mayor que la que recuerda la mayoría de los contemporáneos...
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Joaquín Fermandois
La elección presidencial de 1970, no menos que el golpe de 1973 y sus consecuencias, sigue pesando en la historia de Chile, esa que se escribe día a día y que está tan imbricada con el desarrollo global desde el siglo XIX hasta nuestros días. A raíz de un comentario mío sobre las tesis de Radomiro Tomic para 1970, su hijo, con natural nobleza, quiso puntualizar el significado de sus palabras. Afirma que el peso de la tesis de don Radomiro iba a la “sustitución del capitalismo”. (Entre paréntesis, la desnutrición infantil en 1970 era de un 19,3% —INTA, Ministerio de Salud—, no el 49,6%)

Claro, por sustitución del “capitalismo” no se entendía subdesarrollo o pobreza, ni su contrario, apropiación de toda la riqueza por unos pocos, sino el socialismo en su cariz revolucionario, que si vencía, construía un sistema totalitario. El socialismo europeo se dividió entre aquellos que querían reformar al sistema para salvaguardar la justicia social, y aquellos que avanzaban a un modelo revolucionario de finalidades colectivistas, totalitario en buenas cuentas, aunque le llamaran “democracia popular”. El mismo dilema se trasladó al resto del mundo, sobre todo a países como Chile, donde había un desarrollo institucional y político relativamente moderno, aunque no acompañado por la necesaria transformación económica y social.

El socialismo de alcance revolucionario como meta era el que predominaba sin contrapeso alguno en la izquierda chilena en los años 60 y 70. En Chile, el socialismo reformista, democrático, perdió fuerzas hasta casi desaparecer. Del “socialismo comunitario” nunca se supo qué significaba. Quizás traducía el Estado de Bienestar europeo de la posguerra, pero sus defensores a fines de los 60 no se atrevían a poner ese ejemplo.

Solo desde fines de los 70 comenzó a distanciarse gran parte de la izquierda chilena del marxismo revolucionario, al criticar a los regímenes que antes admiraban: la Unión Soviética. Alemania Oriental (comunista), la Cuba de Castro. Esto hizo posible el acercamiento de ella con la DC, puesto que al abandonar esos modelos se tomó al mismo tiempo distancia de esa impronta leninista. Ahora se podía conversar, de lo que nació una fecunda evolución política. Era lo que Eduardo Frei había sostenido ante un diplomático alemán hacia 1977.

Los votantes DC habían manifestado de sobra hasta 1973 que se identificaban con el programa de Frei Montalva, quien veía con demasiada claridad, mucho antes de la Caída del Muro, la incompatibilidad entre democracia y marxismo. La transformación de la izquierda comenzaba a desarrollarse en el momento de fallecer don Eduardo, a inicios de 1982, lo que posibilitó una convergencia en torno a valores compartidos. El Acuerdo Nacional de 1985, apadrinado por el cardenal Fresno, del que participó parte de la derecha, es una expresión de un nuevo Chile. Es cierto que la derecha tiene dos problemas que le pesan. Uno fue la indiferencia ante la abolición al comienzo indefinida de la política entre 1973 y 1983. El otro es que casi no recuerda que los hechos —o la eficiencia— no funcionan desprovistos de palabra. Y viceversa, como a veces lo han olvidado el centro y la izquierda.

En un Chile donde la obesidad, y no la desnutrición, ha llegado a ser un problema público se reprime la memoria reciente de una pobreza y avaricia de oportunidades increíblemente mayor que la que recuerda la mayoría de los contemporáneos. Por eso, muchos se dan el lujo de ofrecer los cuernos de la Luna como si fuera una gracia. Si pensamos en nuestra evolución, mantengamos presente la necesaria correspondencia entre hechos y palabras.

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