Diario La Segunda, Jueves 21 de Noviembre de 2013
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2013/11/21/50-de-abstencion-la-verdadera.asp
Hasta ahora, hay sólo una gran cosa clara de la primera vuelta: la única y verdadera gran mayoría en Chile es el 50% que no votó. Eso no es trivial. No sabemos muy bien lo que estas personas piensan o por qué no votan, pero podemos deducir que de alguna manera deben estar de acuerdo con el sistema, o al menos no les incomoda demasiado para tratar de cambiarlo, porque había nueve alternativas muy distintas para votar. Un muy diverso menú de opciones. Simplemente no les interesó hacerlo o ni siquiera les valía la molestia de ir a las urnas. Y esto tiene mucho sentido. Chile, por cierto con muchos desafíos por superar, ha progresado de manera inédita en los últimos 30 años y somos un ejemplo mundial al respecto. Negarlo es un ideologismo obtuso.
Entonces, dada esta nueva amplia mayoría que no quiere cambiar radicalmente el sistema, aquellos vociferantes que reclaman la urgencia de las grandes transformaciones que requiere el país, en realidad sólo hablan a nombre propio o de grupos muy pequeños. Es por ejemplo el caso de Claude, que resultó un auténtico fiasco electoral en relación con su discurso disruptivo y tremendamente descalificador. Igual cosa ocurrió con Roxana, que demostró que el mundo que dibuja es totalmente falso, ya que casi nadie se identificó con esa caricatura. El apoyo de ME-O no alcanza el 5% de la población, igual que Parisi. La novedosa opción de Sfeir no pasa del 1,5% de la población. Esas ideas no son atractivas para nuestra población.
Bachelet, con su aplastante mayoría relativa, incluso obtuvo menos votos que los que se obtuvieron el 2009, y hasta menos que Pinochet en 1989, y ahora con 13 millones habilitados para votar. Su eventual popularidad es sólo el 25% de la población. Sus propuestas de cambio simplemente no pudieron convocar más chilenos y eso hay que aceptarlo, aunque duela. La nueva mayoría verdaderamente no lo es tal y por ende no tiene real legitimidad para intentar los cambios abruptos y estructurales de la sociedad. Lo mismo ocurrió con la convocatoria a la AC, que no alcanzó el 5% de los votantes habilitados. Ya basta entonces de hablar de “la gente” que quiere esto o lo otro. El 50% se ha manifestado en silencio apoyando la trayectoria actual. Es tiempo entonces de políticos más responsables.
Por el lado de la derecha, la situación resulta más bien patética, con una falla de orden y liderazgo realmente asombrosa en sus partidos. El papelón de sus líderes en esta primera vuelta fue literalmente para escribirle versos. El gobierno tampoco apoyó mucho que digamos.
Entonces, una cosa es disputar la administración del Estado, otra muy distinta es tratar de hacer cambios radicales de ésta. Para eso se requieren amplias y verdaderas mayorías poblacionales, lo que en este caso no ha existido. Así ocurrió en el pasado cuando con un tercio de los votos se trató de hacer una revolución a la fuerza, con muy malos resultados para el país. Con escasos 3 millones de votos no se puede querer imponer una nueva sociedad, ya que la verdadera mayoría está de alguna manera conforme con lo que ha estado ocurriendo en los últimos 30 años, que han sido más que positivos para el país y su gente. De esos 30 años, 20 fueron de la Concertación, que ahora reniega cobardemente de su propio pasado. Claro que hay problemas en Chile, pero no hay país sin ellos. La pregunta es cómo se resuelven en términos prácticos.
No basta con repetir majaderamente el eslogan de educación pública gratuita y de calidad. En eso todos podríamos estar de acuerdo. Queremos saber exactamente cómo se propone hacer eso, porque francamente no queremos más Transantiagos.
No ha habido una sola palabra de análisis sobre qué es la calidad de la educación en el siglo 21. El pensar de que por el sólo expediente de ser educación pública va a ser mejor es un error de proporciones. Pensar que por sólo pasar los colegios de los municipios al gobierno central va a mejorar la educación es una falacia enorme. Lo más probable es que si se hacen esas medidas, veamos empeorar severamente la educación por su mala administración y la calidad de los profesores.
Y es legítimo preguntar qué pasará con la Universidad Católica, de Concepción, Santa María o Austral para mencionar algunas privadas. ¿Cómo será el procedimiento para hacerlas gratuitas para los estudiantes? ¿Fijarán acaso aranceles? ¿Y con qué criterio harán eso? ¿Y qué pasa con el sistema de títulos, seguirá siendo el mismo profesionalizante y no educante? ¿Y qué pasará con las actividades lucrativas que esas universidades tienen en la forma de estudios, asesorías o extensión? ¿Y cómo será la admisión o la investigación? ¿Y qué pasará cuando un estudiante lleve 8 años estudiando gratuitamente? ¿Y qué pasa con los convenios internacionales?
En fin, tenemos derecho a que las candidatas sean específicas, concretas, claras. Espero que de eso se trate la segunda vuelta y que las candidatas debatan públicamente estos temas. Me temo que una va a tratar de “pasar”.
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