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Cabezazo y porrazo


por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias, lunes 11 de noviembre de 2013

Uno de los documentos literarios 
más curiosos de que tengo conocimiento
es la lista de incidentes y accidentes
de la vida de John Aubrey,
el genial biógrafo inglés.

A esta lista de hechos cotidianos,
apuntados según los años,
le quedaría bien el título
que Marcelo Matthey
-ese otro cartógrafo 
de la nimiedad de la vida-
le puso a uno de sus libros:
Sobre cosas que me han pasado.

Se trata de un registro más bien breve
de enfermedades, duelos, arrestos,
adquisiciones, pleitos, contrariedades,
en fin, el resumen extremo 
de los hitos de una existencia.

Sobre el año 1677 escribe Aubrey:
"El año en que me quedé 
en la casa de míster Neve
(por un tiempo corto) 
estuve en gran peligro
de ser acuchillado por un borracho
en la calle de Grays Inn Gate,
un caballero que nunca había visto,
pero (a Dios gracias) sus compañeros
impidieron que se me viniera encima".

En la misma época estuvo a punto 
de ser asesinado por el earl de Pembroke
y en dos ocasiones casi muere ahogado.

A la luz de la mente de Aubrey
la vida parece -en línea retrospectiva-
un desfile de extravagancias,
de cuestiones que no tienen mayor interés, 
de episodios medianos o menores.

Pensaba esto a raíz 
de un cabezazo que me di el otro día 
en Tobalaba cerca de Providencia.

Iba caminando rápido, mirando el suelo,
más o menos sumergido  en mis pensamientos
pero atento a las afructuosidades del terreno,
al flujo de los peatones y a la probable
irrupción de ciclistas hipsters.

De un segundo a otro sentí un golpe en la frente,
vi algo así como un destello blanco
y experimenté una sensación 
que podría describir como "un estruendo mudo".

Por una fracción infinitesimal del tiempo
no supe qué había sucedido, pero era fácil darse cuenta:
me había dado un cabezazo con un cartel.

Era un cartel de propaganda política
que sobresalía hacia el espacio de la vereda.

Un cartel con una foto sonriente
de Michelle Bachelet
y un eslogan que no recuerdo.

Uno tiende en general 
a sobreinterpretar
este tipo de accidentes.

De hecho, todos a quienes 
he contado el bochorno
han tendido a hacer chistes
sobre mi "intención de voto"
para las inminentes elecciones,
especulando si ese encuentro
fortuito y callejero
es un signo a favor o en contra.

No lo sé, pero me gustaría consignar
el cabezazo en mi propia lista
autobiográfica junto a un porrazo
que me di el año 2007
en la calle Los Leones,
frente a un sector de pequeñas tiendas.

Volvía de hacer unos trámites
y no me fijé que un descriteriado
había desparramado por el suelo
los fragmentos de un espejo roto
que media hora antes
había visto apoyados en un árbol.

El cuento es que pisé 
uno de los pedazos de espejo,
que hizo el efecto de un patín 
sobre el pavimento.

El resbalón me hizo ascender
horizontalmente en el aire
y -sin posibilidad de reaccionar-
caí de costado.

Una vergüenza:
la gente de las micros
atoradas en el taco
pudo entretener el viaje
durante un rato
mirando a este individuo
que inútilmente trataba
de incorporarse,
apoyado por un par
de ciudadanos solidarios.

El resultado fue una fractura de costilla,
condición muy dolorosa en un invierno
como ése, de nevazones y fríos calahuesos.

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