Revista Qué Pasa, jueves 14 de noviembre de 2013
http://www.quepasa.cl/articulo/ciencia/2013/11/3-13148-9-una-historia-moral.shtml
Una historia moral
En un mundo que intenta descifrar cómo funciona el cerebro humano, Kathinka Evers está encargada de hacer un par de preguntas extras. Directora del programa de Ética y Sociedad del Human Brain Project, la multimillonaria iniciativa financiada por la Unión Europea para construir un cerebro virtual, la filósofa sueca estudia la conciencia, las bases neurológicas de la evolución de la moral y, un detalle, qué puede significar todo eso.
© José Miguel Méndez
“Moralmente hablando, creo que todos somos el resultado de la estructura de nuestro cerebro y de nuestras experiencias, y debemos ser muy cautos a la hora de culpar a una persona por sus acciones”.
“La población está envejeciendo, y dos tercios de ella sufrirá de enfermedades cerebrales. Además del sufrimiento humano, los costos económicos son inmensos. Se necesita un proyecto gigante como éste”.
“El cerebro es autónomamente activo. Y no es activo sólo en respuesta a estímulos: es activo intrínsecamente, en sí mismo. Eso significa, para mí, que cuenta una historia. Narra”.
En el origen de todo, como suele suceder con las grandes historias científicas, había un problema. Y el camino de la filósofa sueca Kathinka Evers hacia la neuroética comenzó cuando pudo identificarlo.
En un principio, cuenta, estaba muy interesada en la filosofía de la mente, pero las teorías le dejaban el mal sabor de la respuesta insuficiente. Tras un paseo intelectual por la filosofía de la ciencia y de la lógica, y trabajando en el ámbito de la responsabilidad social de la ciencia, Evers se dio cuenta de que había algo que no estaba funcionando en el origen: “Me empecé a dar cuenta de que el ser humano tiene serios problemas mentales”, dice en su paso por Santiago, la semana pasada. “No hablo de enfermedades, sino de las personas sanas: el mal diagnóstico que tenemos sobre la naturaleza humana me impactó como un problema”, explica. Un juicio del que se convenció trabajando en el campo de los derechos humanos, en el Human Rights Centre de la Universidad de Essex. “Encontré que las discusiones eran tan ideológicamente prejuiciadas, tan poco realistas, que pensé: esto sencillamente no funciona”, explica. “En Europa se molestan terriblemente si un poeta en Rusia es maltratado, pero si un granjero pobre en República Dominicana es maltratado no reaccionamos en absoluto. Tendemos a enfocarnos en una parte y no en otra, debido al proceso de identificación, que es una característica de nuestro cerebro. Y esto es políticamente muy poderoso, porque las democracias occidentales sólo quieren hablar del derecho a votar y a tener una conciencia libre, mientras que otros países se concentran en derechos materiales, como el derecho a salud, a comida, a vivienda. Y de hecho necesitamos ambos. Y me irrita la falta de sofisticación política en las discusiones, porque cuando decía eso la gente no quería escuchar esa crítica”.
Evers entonces llegó a la pregunta del principio: “Pensé que debíamos hacer un diagnóstico correcto sobre la mente humana si queríamos realmente avanzar”, cuenta. “Lo que necesitamos es un análisis multidisciplinario del cerebro, de la mente, de las estructuras sociales, para tener una imagen realista sobre quiénes somos y cómo podemos mejorar”.
Kathinka Evers, investigadora senior del Centro para la Investigación en Ética y Bioética de la Universidad de Uppsala y, desde la semana pasada, profesora visitante de la Universidad Central de Chile -que la invitó para dar conferencias para académicos y estudiantes-, llegó así a la neuroética, campo en el que ha trabajado junto al influyente neurocientífico francés Jean-Pierre Changeux. Buena parte de las contribuciones de Evers en este campo están en su libro Neuroética. Cuando la materia se despierta (2009).
“Hay que distinguir entre neuroética fundamental y neuroética aplicada”, explica a la hora de ensayar una definición. “En la primera, uno de los objetivos es entender la naturaleza y la evolución de la moral; en la segunda, asegurarse que los problemas éticos que el conocimiento del cerebro plantee, algunos de los cuales pueden ser nuevos problemas, sean manejados adecuadamente. Y eso cubre un amplio rango de asuntos”.
Son dos dimensiones que deben trabajar colaborativamente, agrega. Un ejemplo: “Algo en lo que estoy trabajando ahora: determinar el estado de conciencia en pacientes con desórdenes de conciencia, tal como el coma o ciertos estados vegetativos. Eso es muy importante en el sentido de la investigación fundamental. ¿Qué es conciencia en estos pacientes? ¿De qué tipos de conciencia hablamos? Pero también son importantes las preguntas aplicadas: ¿Cómo podemos adaptar las terapias de estos pacientes de una manera óptima? ¿Cómo nos podemos comunicar?”.
-¿Es posible estudiar científicamente la conciencia con herramientas de las ciencias naturales?
-Es posible, porque la conciencia es un fenómeno biológico. Es una función biológica del cerebro. Pero no podemos decir todo lo que hay sobre la conciencia con las ciencias naturales, porque hay un mundo subjetivo que debe ser experimentado desde dentro. Así que también necesitamos la auto reflexión y el autorreporte, para entender las cualidades de la experiencia subjetiva.
-Usted ha estudiado las bases cerebrales de la moralidad y la existencia de disfunciones cerebrales en personas con psicopatía. ¿Cómo cuestiona eso la noción de responsabilidad de las personas y qué implicancia tendría para el sistema judicial?
-Creo que en una sociedad moderna, en Suecia y en muchas otras sociedades, sabemos que las personas son el resultado de sus estructuras cerebrales; y si esas estructuras están dañadas, quizás no son totalmente responsables por sus acciones. Ciertamente, si una persona sufre de un serio desorden mental, algunas de sus acciones podrían estar más allá de su control. En ese caso, si cometen un crimen, no son enviados a prisión, sino que son sometidos a un tratamiento psiquiátrico. Pero es muy difícil saber qué hacer con algunas personas, porque no siempre tenemos remedios para desórdenes neurológicos. Moralmente hablando, creo que todos, tengamos o no un desorden, somos el resultado de la estructura de nuestro cerebro y de nuestras experiencias, y debemos ser muy cautos a la hora de culpar a una persona por sus acciones. Puede que no nos gusten ciertas acciones, pero no se puede realmente culpar a una persona por sus acciones hasta conocer las causas que subyacen a esa acción. Y creo que eso es muy importante.
-¿Qué significa eso para la noción de voluntad, de libre albedrío?
-Que probablemente tengamos mucho menos libre albedrío del que creemos tener, pero aun así creo que las neurociencias dan sustento empírico a la posesión de la capacidad de influir en el curso de nuestras acciones. Hay cierto poder en el ser humano para influir en sus propias acciones. Pero es mucho menor, me parece.
-Al mismo tiempo hay quienes advierten que podemos estar sobrerrepresentando los descubrimientos en neurociencias antes de comprender realmente qué significan… ¿ve eso como un problema?
-Sí. Así lo creo. La tendencia a la sobreinterpretación de los datos y a exagerar está presente; en algunos países más que en otros. A menudo lees que algo “revolucionará todo”. Y no. No estamos en esa etapa aún. El asunto práctico más importante éticamente es prevenir la exageración y el mal uso del conocimiento en neurociencias.
EL GRAN SIMULADOR
El proyecto fue concebido en 2009 por el equipo de Henry Markram en el Instituto Federal de Tecnología en Lausana, Suiza: una “meticulosa copia virtual del cerebro humano”, en la que más de 150 instituciones del mundo contribuyeran para sumar piezas. Un gran simulador del cerebro para entender, al fin, cómo funciona e incluso para efectuar pruebas farmacológicas virtuales. A principios de año, la Unión Europea le dio alas, o cabeza, al Human Brain Project (HBP): lo designó como un proyecto emblemático y le asignó una inédita suma de cerca de 1.300 millones de dólares por diez años. Un esfuerzo que no sólo convoca a neurocientíficos, médicos y expertos en tecnología: Kathinka Evers, a la cabeza del Programa de Ética y Sociedad del proyecto, comenta que del 3 al 5% del presupuesto está dirigido a ese campo, donde filósofos y científicos sociales exploran las implicaciones del trabajo del HBP en ese ámbito.
-Estados Unidos recientemente lanzó el Brain Activity Map Project, también muy ambicioso y multimillonario. ¿Cree que los estados han identificado las neurociencias como un campo de conocimiento estratégico en términos competitivos?
-No lo sé, no sé si estarán motivados por eso, pero sería de un sinsentido infantil, ridículo. La ciencia es por excelencia una actividad internacional; no es un emprendimiento nacionalista en sí mismo. Pero hablando por parte del Human Brain Project, para nosotros es excelente que exista este otro proyecto, porque de esa manera podemos usar su información; es maravilloso. Nos complace todo proyecto en todo país que desarrolle el conocimiento del cerebro y que entregue nuevos datos.
-¿Por qué es necesario emprender ahora estos proyectos tan grandes y ambiciosos en lugar de profundizar áreas de investigación ya en curso sobre procesos particulares del cerebro?
-Creo que por valiosos que sean los proyectos particulares, no pueden darnos una visión integrada. Cuál es la situación: la población está envejeciendo, y dos tercios de ella sufrirá de enfermedades cerebrales. Los costos: no sólo el sufrimiento humano, que es el costo más importante, sino también económicos, que son inmensos. Al mismo tiempo, las empresas farmacéuticas se han rendido a la hora de desarrollar drogas contra los desórdenes mentales porque no funcionan bien, porque no tenemos el conocimiento necesario, y las estadísticas son abrumadoras. Así que lo que se necesita es un proyecto gigante como éste. Esperamos, por supuesto, y creemos que será exitoso, y que el dinero gastado en el proyecto será retornado multiplicado muchas veces, en términos de éxitos en mejores tratamientos, prevención, drogas farmacológicas, estructuras de educación, condiciones sociales… Prácticamente cada dimensión de la sociedad humana: clínicamente, educacionalmente y en todo sentido.
-¿En qué trabaja su equipo de neuroética?
-La primera meta es analizar el concepto de simulación. Hay diferentes significados para ella y quiero quedar clara con cómo lo vamos a usar para este proyecto, y mi sospecha es que será usado de diferentes maneras en las diferentes partes del proyecto. La otra parte es la conciencia. ¿Qué rol juega ésta en el HBP y qué luz puede la simulación arrojar en nuestro entendimiento del concepto? Esas son mis áreas principales.
-¿Cuál es hoy la pregunta más acuciante para usted?
-La consciencia. Definitivamente.
-¿Ha sido siempre su pregunta más grande?
-Ha sido probablemente ésa… y cuando empecé mis estudios de filosofía era la lógica. Han sido mis fuerzas motoras intelectuales, y sólo ahora he comenzado a ver la ciencia y la filosofía desarrollarse de una manera en que genuinamente pueden arrojar luz sobre el concepto de conciencia.
-Usted propone el concepto de “el cerebro narrativo” ¿Cómo llegó a ese término?
-Espontáneamente, porque estaba pensando sobre esta idea de que el cerebro es autónomamente activo. Y no es activo sólo en respuesta a estímulos: es activo intrínsecamente, en sí mismo. Eso significa, para mí, que cuenta una historia. Narra. Y así pensé en el término “narrativo”. Y es un órgano muy lógico, de ahí viene la historia, no hace cosas desconectadas, representaciones, sino que trata de conectar, es un órgano conector. Y así es como llego a la historia, a la narración. Lo encuentro muy atractivo, me gusta la idea del pequeño cerebro aún en la placenta de su madre, tratando desde ya de contar su cuento. Y al final tendrás el cuento de toda tu vida, que no será un solo cuento coherente, sino que tendrá variaciones en todas las direcciones. Así es como llegué al concepto.
-Desde que empezó a estudiar la conciencia, ¿cree que ve el mundo de una manera diferente a los demás?
-Sí, en el sentido que todo el conocimiento nos afecta, a nuestros conceptos, a nuestra manera de ver el mundo. Y algunas veces no estamos conscientes de cómo nos afecta. Ciertamente, el conocimiento de la conciencia y el cerebro también afecta cómo vemos y concebimos las cosas, trozo a trozo, parte por parte, y es bueno que así sea. De otra manera, si el conocimiento no afectara nuestra visión del mundo ¿de qué serviría?
En un principio, cuenta, estaba muy interesada en la filosofía de la mente, pero las teorías le dejaban el mal sabor de la respuesta insuficiente. Tras un paseo intelectual por la filosofía de la ciencia y de la lógica, y trabajando en el ámbito de la responsabilidad social de la ciencia, Evers se dio cuenta de que había algo que no estaba funcionando en el origen: “Me empecé a dar cuenta de que el ser humano tiene serios problemas mentales”, dice en su paso por Santiago, la semana pasada. “No hablo de enfermedades, sino de las personas sanas: el mal diagnóstico que tenemos sobre la naturaleza humana me impactó como un problema”, explica. Un juicio del que se convenció trabajando en el campo de los derechos humanos, en el Human Rights Centre de la Universidad de Essex. “Encontré que las discusiones eran tan ideológicamente prejuiciadas, tan poco realistas, que pensé: esto sencillamente no funciona”, explica. “En Europa se molestan terriblemente si un poeta en Rusia es maltratado, pero si un granjero pobre en República Dominicana es maltratado no reaccionamos en absoluto. Tendemos a enfocarnos en una parte y no en otra, debido al proceso de identificación, que es una característica de nuestro cerebro. Y esto es políticamente muy poderoso, porque las democracias occidentales sólo quieren hablar del derecho a votar y a tener una conciencia libre, mientras que otros países se concentran en derechos materiales, como el derecho a salud, a comida, a vivienda. Y de hecho necesitamos ambos. Y me irrita la falta de sofisticación política en las discusiones, porque cuando decía eso la gente no quería escuchar esa crítica”.
Evers entonces llegó a la pregunta del principio: “Pensé que debíamos hacer un diagnóstico correcto sobre la mente humana si queríamos realmente avanzar”, cuenta. “Lo que necesitamos es un análisis multidisciplinario del cerebro, de la mente, de las estructuras sociales, para tener una imagen realista sobre quiénes somos y cómo podemos mejorar”.
Kathinka Evers, investigadora senior del Centro para la Investigación en Ética y Bioética de la Universidad de Uppsala y, desde la semana pasada, profesora visitante de la Universidad Central de Chile -que la invitó para dar conferencias para académicos y estudiantes-, llegó así a la neuroética, campo en el que ha trabajado junto al influyente neurocientífico francés Jean-Pierre Changeux. Buena parte de las contribuciones de Evers en este campo están en su libro Neuroética. Cuando la materia se despierta (2009).
“Hay que distinguir entre neuroética fundamental y neuroética aplicada”, explica a la hora de ensayar una definición. “En la primera, uno de los objetivos es entender la naturaleza y la evolución de la moral; en la segunda, asegurarse que los problemas éticos que el conocimiento del cerebro plantee, algunos de los cuales pueden ser nuevos problemas, sean manejados adecuadamente. Y eso cubre un amplio rango de asuntos”.
Son dos dimensiones que deben trabajar colaborativamente, agrega. Un ejemplo: “Algo en lo que estoy trabajando ahora: determinar el estado de conciencia en pacientes con desórdenes de conciencia, tal como el coma o ciertos estados vegetativos. Eso es muy importante en el sentido de la investigación fundamental. ¿Qué es conciencia en estos pacientes? ¿De qué tipos de conciencia hablamos? Pero también son importantes las preguntas aplicadas: ¿Cómo podemos adaptar las terapias de estos pacientes de una manera óptima? ¿Cómo nos podemos comunicar?”.
-¿Es posible estudiar científicamente la conciencia con herramientas de las ciencias naturales?
-Es posible, porque la conciencia es un fenómeno biológico. Es una función biológica del cerebro. Pero no podemos decir todo lo que hay sobre la conciencia con las ciencias naturales, porque hay un mundo subjetivo que debe ser experimentado desde dentro. Así que también necesitamos la auto reflexión y el autorreporte, para entender las cualidades de la experiencia subjetiva.
-Usted ha estudiado las bases cerebrales de la moralidad y la existencia de disfunciones cerebrales en personas con psicopatía. ¿Cómo cuestiona eso la noción de responsabilidad de las personas y qué implicancia tendría para el sistema judicial?
-Creo que en una sociedad moderna, en Suecia y en muchas otras sociedades, sabemos que las personas son el resultado de sus estructuras cerebrales; y si esas estructuras están dañadas, quizás no son totalmente responsables por sus acciones. Ciertamente, si una persona sufre de un serio desorden mental, algunas de sus acciones podrían estar más allá de su control. En ese caso, si cometen un crimen, no son enviados a prisión, sino que son sometidos a un tratamiento psiquiátrico. Pero es muy difícil saber qué hacer con algunas personas, porque no siempre tenemos remedios para desórdenes neurológicos. Moralmente hablando, creo que todos, tengamos o no un desorden, somos el resultado de la estructura de nuestro cerebro y de nuestras experiencias, y debemos ser muy cautos a la hora de culpar a una persona por sus acciones. Puede que no nos gusten ciertas acciones, pero no se puede realmente culpar a una persona por sus acciones hasta conocer las causas que subyacen a esa acción. Y creo que eso es muy importante.
-¿Qué significa eso para la noción de voluntad, de libre albedrío?
-Que probablemente tengamos mucho menos libre albedrío del que creemos tener, pero aun así creo que las neurociencias dan sustento empírico a la posesión de la capacidad de influir en el curso de nuestras acciones. Hay cierto poder en el ser humano para influir en sus propias acciones. Pero es mucho menor, me parece.
-Al mismo tiempo hay quienes advierten que podemos estar sobrerrepresentando los descubrimientos en neurociencias antes de comprender realmente qué significan… ¿ve eso como un problema?
-Sí. Así lo creo. La tendencia a la sobreinterpretación de los datos y a exagerar está presente; en algunos países más que en otros. A menudo lees que algo “revolucionará todo”. Y no. No estamos en esa etapa aún. El asunto práctico más importante éticamente es prevenir la exageración y el mal uso del conocimiento en neurociencias.
EL GRAN SIMULADOR
El proyecto fue concebido en 2009 por el equipo de Henry Markram en el Instituto Federal de Tecnología en Lausana, Suiza: una “meticulosa copia virtual del cerebro humano”, en la que más de 150 instituciones del mundo contribuyeran para sumar piezas. Un gran simulador del cerebro para entender, al fin, cómo funciona e incluso para efectuar pruebas farmacológicas virtuales. A principios de año, la Unión Europea le dio alas, o cabeza, al Human Brain Project (HBP): lo designó como un proyecto emblemático y le asignó una inédita suma de cerca de 1.300 millones de dólares por diez años. Un esfuerzo que no sólo convoca a neurocientíficos, médicos y expertos en tecnología: Kathinka Evers, a la cabeza del Programa de Ética y Sociedad del proyecto, comenta que del 3 al 5% del presupuesto está dirigido a ese campo, donde filósofos y científicos sociales exploran las implicaciones del trabajo del HBP en ese ámbito.
-Estados Unidos recientemente lanzó el Brain Activity Map Project, también muy ambicioso y multimillonario. ¿Cree que los estados han identificado las neurociencias como un campo de conocimiento estratégico en términos competitivos?
-No lo sé, no sé si estarán motivados por eso, pero sería de un sinsentido infantil, ridículo. La ciencia es por excelencia una actividad internacional; no es un emprendimiento nacionalista en sí mismo. Pero hablando por parte del Human Brain Project, para nosotros es excelente que exista este otro proyecto, porque de esa manera podemos usar su información; es maravilloso. Nos complace todo proyecto en todo país que desarrolle el conocimiento del cerebro y que entregue nuevos datos.
-¿Por qué es necesario emprender ahora estos proyectos tan grandes y ambiciosos en lugar de profundizar áreas de investigación ya en curso sobre procesos particulares del cerebro?
-Creo que por valiosos que sean los proyectos particulares, no pueden darnos una visión integrada. Cuál es la situación: la población está envejeciendo, y dos tercios de ella sufrirá de enfermedades cerebrales. Los costos: no sólo el sufrimiento humano, que es el costo más importante, sino también económicos, que son inmensos. Al mismo tiempo, las empresas farmacéuticas se han rendido a la hora de desarrollar drogas contra los desórdenes mentales porque no funcionan bien, porque no tenemos el conocimiento necesario, y las estadísticas son abrumadoras. Así que lo que se necesita es un proyecto gigante como éste. Esperamos, por supuesto, y creemos que será exitoso, y que el dinero gastado en el proyecto será retornado multiplicado muchas veces, en términos de éxitos en mejores tratamientos, prevención, drogas farmacológicas, estructuras de educación, condiciones sociales… Prácticamente cada dimensión de la sociedad humana: clínicamente, educacionalmente y en todo sentido.
-¿En qué trabaja su equipo de neuroética?
-La primera meta es analizar el concepto de simulación. Hay diferentes significados para ella y quiero quedar clara con cómo lo vamos a usar para este proyecto, y mi sospecha es que será usado de diferentes maneras en las diferentes partes del proyecto. La otra parte es la conciencia. ¿Qué rol juega ésta en el HBP y qué luz puede la simulación arrojar en nuestro entendimiento del concepto? Esas son mis áreas principales.
-¿Cuál es hoy la pregunta más acuciante para usted?
-La consciencia. Definitivamente.
-¿Ha sido siempre su pregunta más grande?
-Ha sido probablemente ésa… y cuando empecé mis estudios de filosofía era la lógica. Han sido mis fuerzas motoras intelectuales, y sólo ahora he comenzado a ver la ciencia y la filosofía desarrollarse de una manera en que genuinamente pueden arrojar luz sobre el concepto de conciencia.
-Usted propone el concepto de “el cerebro narrativo” ¿Cómo llegó a ese término?
-Espontáneamente, porque estaba pensando sobre esta idea de que el cerebro es autónomamente activo. Y no es activo sólo en respuesta a estímulos: es activo intrínsecamente, en sí mismo. Eso significa, para mí, que cuenta una historia. Narra. Y así pensé en el término “narrativo”. Y es un órgano muy lógico, de ahí viene la historia, no hace cosas desconectadas, representaciones, sino que trata de conectar, es un órgano conector. Y así es como llego a la historia, a la narración. Lo encuentro muy atractivo, me gusta la idea del pequeño cerebro aún en la placenta de su madre, tratando desde ya de contar su cuento. Y al final tendrás el cuento de toda tu vida, que no será un solo cuento coherente, sino que tendrá variaciones en todas las direcciones. Así es como llegué al concepto.
-Desde que empezó a estudiar la conciencia, ¿cree que ve el mundo de una manera diferente a los demás?
-Sí, en el sentido que todo el conocimiento nos afecta, a nuestros conceptos, a nuestra manera de ver el mundo. Y algunas veces no estamos conscientes de cómo nos afecta. Ciertamente, el conocimiento de la conciencia y el cerebro también afecta cómo vemos y concebimos las cosas, trozo a trozo, parte por parte, y es bueno que así sea. De otra manera, si el conocimiento no afectara nuestra visión del mundo ¿de qué serviría?
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