Día a día
Diario El Mercurio, Sábado 16 de noviembre de 2013
Una lección de Borges
Me gusta Borges quizás por esa relación tan sana que tuvo consigo mismo. Nunca se asignó alta importancia y supo conservar esa conciencia acerca del peligro que acecha a los creadores...
Me gusta Borges quizás por esa relación tan sana que tuvo consigo mismo. Nunca se asignó alta importancia y supo conservar esa conciencia acerca del peligro que acecha a los creadores: la vanidad de suponer que el mundo gira en torno a ellos. En su caso, felizmente, no se observa esta actitud de ser ídolo para su propio yo.
Leer al Borges de sus entrevistas permite apreciar un hecho no común: en él, la fama no ahogó al hombre. En buena hora, por cierto, pues así tuvo siempre el suficiente humor para mantener distancia de sí y de su obra. El literato argentino tuvo la gran virtud de ser muy serio a la hora de no tomarse demasiado en serio. “No hay escritor más aburrido que yo. Es una gran equivocación que la gente me lea, porque ni a mí mismo me gusta lo que escribo y por eso ni yo mismo me leo… Nunca me he leído… Y, por ejemplo, en esta biblioteca que usted ve ahí, no tengo libros míos… ¿Para qué?”.
Sabias palabras de un autor que prefería ser leído por pocos antes que por muchos (otro deseo contracorriente). Amaba tener un pequeño número de lectores, pues de lo contrario, según decía, el escritor se despersonalizaba, se volvía, paradójicamente, anónimo.
RODERICUS
Leer al Borges de sus entrevistas permite apreciar un hecho no común: en él, la fama no ahogó al hombre. En buena hora, por cierto, pues así tuvo siempre el suficiente humor para mantener distancia de sí y de su obra. El literato argentino tuvo la gran virtud de ser muy serio a la hora de no tomarse demasiado en serio. “No hay escritor más aburrido que yo. Es una gran equivocación que la gente me lea, porque ni a mí mismo me gusta lo que escribo y por eso ni yo mismo me leo… Nunca me he leído… Y, por ejemplo, en esta biblioteca que usted ve ahí, no tengo libros míos… ¿Para qué?”.
Sabias palabras de un autor que prefería ser leído por pocos antes que por muchos (otro deseo contracorriente). Amaba tener un pequeño número de lectores, pues de lo contrario, según decía, el escritor se despersonalizaba, se volvía, paradójicamente, anónimo.
RODERICUS
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