por Rodolfo Gambetti
Diario Las Últimas Noticias, miércoles 20 de noviembre de 2013
Cada región italiana
es una sorpresa gastronómica.
Si en Milán adoran el ossobuco,
en Génova le rinden culto
a los gnocchi con pesto,
mientras que en Boloña
el símbolo local
sobre la mesa es la lasaña.
Y para postres,
los cannoli de Sicilia.
Por eso cualquier viaje,
de una región a otra,
constituye una aventura
de sabores, aromas y costumbres.
Si visitamos Turín,
en la región del Piamonte,
el producto máximo
es la trufa blanca de Alba,
sueño de sibaritas,
que transforma cualquier alimento.
Pero también de allí son los grissini,
esos pancitos alargados y crocantes;
los agnolotti, pasta rellena de carne;
el vitello tonnato,
ternera en salsa de atún, notable.
Y la "bagna cauda",
sencilla salsa caliente de ajo,
aceite de oliva y anchoas
donde se meten las deliciosas
y variadas verduras de la zona.
En este sector de valles y montes
se cosechan vinos tan apreciados
como el Barolo, el Barbaresco y el Barbera,
se inventó el vermut y se elaboran
espumantes tan famosos como el Asti.
Sus avellanas se mezclan con chocolate
para hacer el gianduia, y al postre
se puede pedir esa delicia, el zabaglione,
batido de huevos con azúcar y un poco de vino.
Imposible resumir las experiencias
de saborear las identidades de Italia.
Pero como ocurre en el Viejo Mundo,
no sólo los sabores se han combinado
a la perfección: estas recetas,
para sorpresa de los científicos,
además de sus ricos sabores,
constituyen una "dieta mediterránea"
que garantiza longevidad y buena salud.
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