Siguiendo los fragmentos
de cintas de hormigón
que se despliegan por el suelo,
atendiendo a inespecíficas coloraciones blanquecinas,
grises, amarillentas y pardas cuya sugerencia origen
corresponde a la fraguada mezcla constructiva
compuesta de arena, piedras, pequeñas guijas,
cemento y agua y cuyas explanadas responden
a su vez, en una infinidad de sutiles maneras,
a la acción de la luz, el agua, el polvo,
la atmósfera citadina o la luminosidad general del valle,
seguimos nuestro camino de sombra en asombro.
Continuando por el costado de las aceras
de las calles de los barrios San Damián y Los Dominicos,
vemos conformarse estas veredas, a cuyo margen
crecen acantos y agapantos, o se yerguen muros,
sobre las cuales hay huellas de filtraciones y graffitis;
crecen hiedras, enredaderas y escaladoras
que se encaraman afirmadas en las rugosidades de las tapias
y vemos también descolgarse la flor de la pluma
y contemplar como se cubren de gloria al color de buganvilias.
Cercos verdes se alternan y se acompañan con prados
de sucesivos antejardines, franjas de cambiantes
combinaciones, las que a su vez varían
con las horas del día y el paso de las estaciones...
…y qué decir de los cubresuelos que se esparcen
al costado de estas estelas de pavimento
que anuncian la lejanía casi perdiéndose en la perspectiva;
mientras, de tanto en tanto, espolvoreadas por el suelo,
los tintes jacintos y lilas de la paulonia y de la flor del jacarandá
se despliegan como sombra colorida esparcida por el suelo.
La complementaria pigmentación foliar, floral y frutal
va enriqueciéndolo todo, desde el amarillo anaranjado
de la grevillea que se multiplica por doquier
a esos enormes ceibos que no se conforman
con llenar de sus intensos rojos la fronda de sus altas ramas,
sino que las reparte generosamente
por prados, senderos de maicillo y veredas.
Al levantar la vista, cómo no reparar también
en las nubes primaverales que configuran
el majestuoso escenario: una belleza en sí misma
y a la vez el ámbito espacial por excelencia
para que sea ocupado por el parsimonioso y elegante planeo
de una hermosa pareja de Aguiluchos,
o, más allá, el aletear volatinero de un Cernícalo
y hasta el súbito y vertiginoso pasar de un Halcón Peregrino.
¿Cómo representar esta diversidad en perpetuo cambio,
que dependiendo de los sentidos alertas
o de los estados de ánimo,
pueden sugerir otras realidades espacio-temporales,
una invitación a la fantasía, la invención o la remembranza?
¿Qué es lo que verdaderamente vemos,
cuando contemplamos la luz tamizada entre los árboles,
las hojas al trasluz, o lo sombrío, aquel adjetivo que se aplica
al entorno débilmente iluminado de colorido mortecino?
No lo sabemos, sólo experimentamos el esplendor de la tarde,
la fragancia de los jardines recién regados,
la despedida del día con la irrupción de la luz artificial...
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