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Víctor sin Víctor Jara‏


Como si 
la fuerza de su música 
y el símbolo que emana 
de su figura de artista 
cercenado por el golpe militar 
no fueran suficientes.

Como si todo 
el maravilloso trabajo 
de preparación no bastara.

Como si fuese imperativo
transformar una obra 
que se plantea 
desde sus primeros minutos 
como una cantata,
el llegar con toda
la batería y beatería
de su discurso político,
a un público popular.

Con ese prurito,
no extraña que 
nunca sea suficiente
y haya que recurrir, 
como si todo lo demás 
no fuera ya de lo más
elocuente y explícito,
al efecto de presentar 
a unos victimarios impunes, 
ex oficiales de las Fuerzas Armadas 
y sus mujeres, disfrutando de un crucero, 
probablemente burlándose de sus víctimas…

Así, es como se malogra el arte
y se le hace un flaco favor a la causa:
una dramaturgia con mucho,
con demasiado de manifiesto político 
y casi nada de interés dramático o teatral.

Columnistas
Diario El Mercurio, Lunes 16 de septiembre de 2013

"Víctor sin Víctor Jara": Grandiosos pasajes corales

"Como si la fuerza de su música y el símbolo que emana de su figura de artista cercenado por el golpe militar no fueran suficientes, el proyecto buscó hacer aún más explícita su resonancia, rindiendo a partir de él un tributo a todos los que lucharon y cayeron..."

Lejos los momentos más poderosos de "Víctor sin Víctor Jara", y hay varios de veras imponentes, son aquellos en que su elenco masivo -contamos 48 personas en escena, aunque se anunciaron 40, uno por cada año desde el golpe militar- cantan una decena de las maravillosas composiciones de Víctor Jara. Es como si la creación de este cantautor volviera a su origen y el pueblo se apropiara de ella.

En esto hay un tremendo y disciplinado trabajo en equipo de los ejecutantes (actores profesionales junto a familiares de detenidos desaparecidos) y un logro mayor de Ema Pinto, a cargo de la dirección vocal. Mérito también impresionante -atribuible al coreógrafo Hiranio Chávez- es el fluido movimiento de ese gran grupo humano que se desplaza por el espacio con aplomo y sentido plástico.

Si tras la hora 25 minutos que dura el espectáculo cierra con una ovación es porque el público reconoce estos aciertos y, sobre todo, agradece el legado que nos dejó el talento de Jara. Pero como si la fuerza de su música y el símbolo que emana de su figura de artista cercenado por el golpe militar no fueran suficientes, el proyecto buscó hacer aún más explícita su resonancia, rindiendo a partir de él un tributo a todos los que lucharon y cayeron.

Así, hay un texto -de Gopal Ibarra- que hace desfilar una serie de escenas que de algún modo aluden a la biografía del cantautor, pero más que nada se refieren al arte que nace del pueblo, a la creación y los sueños aplastados, y a los victimarios impunes (tres pasajes siguen a unos ex oficiales de las FF.AA. y sus mujeres, que hoy disfrutan de un crucero). Es una dramaturgia con mucho de manifiesto político y casi nada de interés dramático o teatral. Aunque escrita mayormente en cuartetas rimadas o versos libres, la cualidad poética escasea en sus diálogos. Traza situaciones que a menudo rozan el lugar común y sus hablantes lucen pobres como personajes; de modo que queda claro que los actores de oficio en el elenco están desperdiciados.

Para ser una obra que se plantea desde sus primeros minutos como una cantata que quiere llegar con su discurso político a un público popular, la dirección tripartita -Pierre Sauré y los hermanos Gopal y Visnú Ibarra- impone al montaje un recurso experimental innecesario y contraproducente: no pocas veces los personajes femeninos son asumidos por actores y viceversa (entre ellos, el propio Víctor Jara), incorporando un rasgo equívoco difícil de justificar.

GAM. Alameda 227. Todos los días entre el 21 y el 29 de septiembre a las 20:00 horas. Entradas: General: $6.000. Estudiantes y tercera edad: $3.000.

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