Para los ignorantes como yo,
que desconocen los secretos
que esconden los cambios
del paisaje, todo es asombroso
y la belleza pareciera
estar permanentemente
acechándonos para sorprendernos.
Los cambios cotidianos
desde la luz matinal
hasta el atardecer,
la sucesión y diversidad
de conformaciones nubosas.
Las luces de la ciudad
y el cielo estrellado.
Y el despliegue floral
de comienzos de la primavera
en estas laderas benedictinas,
los que descontando lo que
se encuentra en los jardines,
podemos contemplar en el paisaje agreste
el alfombrado de dedales de oro
cayendo por la pendiente al costado del camino;
y esparcidos más abajo
entre arbustos, hierbas y claros
la añañuca, el huilli y la macaya
la manzanilla, la flor de la culebra,
la ortiga, la flor del espino,
el maitén, el trevo y el tralhuén.
Poco a poco comenzará a cambiar
el paisaje florístico, así como las horas
de luz, la temperatura y desaparecerá
la nieve de la precordillera.
Y surgirá lo que está latente
esperando su momento,
la estrella azul de la cordillera
alguna orquídea, calceolarias
y diversas especies de alstroemerias...
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