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Cabeza de antorcha


por Antonio Gil
Diario Las Últimas Noticias, 
jueves 12 de septiembre de 2013

Hoy, cuando ya 
se han difuminado en los medios
los ecos del último discurso 
de Salvador Allende,
que entre chirridos de estática 
parecen llegados de ultratumba, 
repitiéndose machaconamente
una y otra vez hasta trivializarlo,
y cuando los perdones al voleo 
han caído y se han chingado 
en cualquier parte sin resultado alguno, 
vamos a recordar en serio el 11 de septiembre.

Pero nos remontaremos 
al 11 de septiembre de 1541, 
ese 11 encabezado 
por el general Michimalonco 
y resistido por esa fiera de mujer 
que fue Inés de Suárez.

Era Michimalonco, según parece,
un cacique picunche bastanta avispado,
que fue becado por el gobernador inca
de Quillota para estudiar en Cuzco
en tiempos de Huaina Capac.

Alumno aventajado de esa especie
de Escuela de las Américas del siglo dieciséis,
nuestro picunche aprendió 
a hablar fluidamente el quechua 
y se interiorizó de todos 
los enrevesados tejemanejes 
del Imperio inca y sus políticas militares, 
volviéndose así un efectivo operador 
en las invadidas posesiones del sur.

Nomás llegando don Pedro de Valdivia
con su escuálida partida de españoles,
resolvió Michimalonco organizar
una férrea resistencia al invasor hispánico.

No habían terminado de fundar,
bajo los auspicios del apóstol Santiago,
el paupérrimo rancherío de barro y paja
que hoy ni el más imaginativo 
de los mortales reconocería 
como la capital de Chile,
cuando resolvió atacarlo 
el picunche con sus huestes ululantes 
y prenderle fuego por los cuatro costados.

Curiosamente, Michimalonco
significa "cabeza de antorcha".

Don Pedro de Valdivia, 
en un error estratégico 
impropio de un hombre de su nivel,
había abandonado el caserío
para perseguir a algunos indios rebeldes
en los lavaderos de Marga Marga,
dejando a cargo de la ciudad
a la mentada doña Inés,
que era lo que hoy llamaríamos
"su novia" (o su pareja, tal vez),
pese a estar casado el gran don Pedro,
en España, con una señora Gaete.

En fin, eso era cosa de ellos.

La brava dama no titubeó ese 11,
junto a su mermada fuerza
de cincuenta y cinco españoles,
en cortales la cabeza 
y exponerlas en picas 
sobre la empalizada a Quilicanta
y a otros siete picunches,
entre los que se contaba
el cacique Apoquindo,
los que se hallaban por esos días
prisioneros de los españoles.

Tal muestra de determinación
y bestialidad desesperada
hizo huir despavoridos
a los cerca de diez mil picunches
dirigidos por su comandante en jefe 
Michimalonco.

No hay registro alguno 
de pedidas de perdón
ni de españoles ni de picunches,
aunque sí se sabe que se le dieron
mal las cosas al gran cacique
y que buscó refugio en Cuyo
para volver en 1549 a hacer
la paz con los europeos, afirmando:

"Ya sabemos que cuanto son 
de bravos y valientes en la guerra
son de mansos y afables en la paz".

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