Disparen contra el poeta… y el pianista
por Germán Carrasco
The Clinic, 06 Junio, 2013
Francisco Vidal se enfurece con un animador
y apela a la vieja política de la medida de lo posible.
La prepotencia de Vidal
es sinopsis de una película conocida
que, todo indica, se repetirá,
pero me llamó la atención
que usara el término “poesía”
para burlarse de las ideas del animador:
reforma previsional y de salud,
un cierto control del agua,
parte del cobre y los recursos pesqueros,
educación gratuita, fin del impuesto al libro,
y otras medidas que Vidal consideraba
disparatadas, sicodélicas o algún sinónimo
de lo que él llamo entonces, poesía.
Le arrojó al animador
toda la guata y la brigidez gangsteril
de la clase política encima.
En el colegio,
los pésimos profesores de castellano decían:
“ya, ahora váyanse en la volada, es poesía”.
Ellos, al igual que Vidal,
concebían la literatura como algo indulgente.
Tuvimos que husmear en otras partes
para comprender que el poema
aspiraba a la precisión
y que los poemas de Pound
eran casi tratados de economía;
exactamente lo contrario
a lo que afirma Vidal, los profesores
y al filisteísmo ciego y aterrador
que tantos años de milicos instalaron en las cabezas.
La raíz de ese filisteísmo es profunda.
Esta es la historia, te la cuento rápido:
había una vez un niño que quería
una fruta de alguna quinta o fundo,
y cuando la quiso sacar,
casi lo mataron a rebencazos.
Ese niño es el tatarabuelo
del 99% de la población chilena.
No anda tocando el piano ni leyendo mariconadas.
Aprendió de esa manera
lo que es la propiedad privada,
que luego defendió con un arma.
Cuando adulto, repite el gesto,
pega porque le pegaron:
eso no se toca, intruso.
A través del lenguaje,
castiga el placer, el ocio,
la contemplación, el estudio.
Le prohibió a su hijo estudiar arquitectura,
jubiló como carabinero, se hizo evangélico
y hoy escucha un programa cristiano
en una radio diminuta en su puesto de conserje.
El otro día hizo esperar bajo la lluvia
a unos obreros que venían
con unas escaleras pesadas a reparar algo.
Les dijo con una sonrisa maliciosa
que “a él no le habían dicho nada”.
Y los tuvo esperando,
abusando del poder
de las llaves de no sé qué portón.
Lo he visto
negarles agua a unos escolares
que lo vieron regar un jardín,
atender una biblioteca
viendo tele y negando el ingreso,
pidiendo eternamente el carnet.
Con sólo advertir y racionalizar su habla
que sedimenta un odio atávico,
depuraríamos el dialecto de la tribu,
porque esa es una de las funciones de la poesía.
Rebobinemos
–el poema y la ficción lo permiten-
y que el pobre viejo
sueñe con la fruta de su infancia
nuevamente, sin rebencazos,
en una niñez protegida y feliz
contemplando los insectos
y leyendo sus cuentos y poemas.
La estructura hacendal del país
se cuela vía lenguaje,
son las expresiones
las que transportan
esa visión de mundo
basada en la explotación y el odio:
la que se ríe en la fila, el perla, el breva,
yo no me dedico a tocar el piano.
Le pegan a la pobre poesía.
Hasta el gran Marcelo Mellado,
uno de los pocos que realmente piensa el país,
le da a los pobres vates, no entendiendo yo
su singular obsesión, considerando
que hay montón de novelas novelas
que parasitan de la figura de Neruda,
y claro, las que ridiculizan a Lihn,
los libelos contra los poetas
y ahora leo una nota de Alan Pauls,
que se despacha a Bolaño por vitalista
y escribe a los poetas como desdentados y loquitos.
Para no ser importante,
a la poesía le dedican bastantes páginas
de ataque y certificados de defunción.
Por decir algo en su defensa,
la necesidad de un lenguaje indirecto
es mucho más efectiva
que considerar estúpido al espectador;
el velo es más efectivo que el lenguaje directo,
lo saben algunos publicistas y creativos de campaña.
Quizás simplemente no hay que ponerle color.
Citemos a Deleuze
“Hoy disponemos
de nuevas maneras
de leer, y tal vez de escribir”.
Las buenas maneras de leer hoy
consisten en llegar a tratar un libro
como se escucha un disco,
como se mira una película
o un programa de televisión,
como se recibe una canción:
todo tratamiento del libro
que reclamara para él un respeto especial,
una atención de otro tipo,
viene de otra edad
y condena definitivamente al libro”.
Escribir un poema
es como resolver un puzzle,
como construir una mesa, algo así.
Cuesta explicar.
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