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Balneario‏


El automóvil baja la retorcida calleja
y lentamente rueda junto al gentío,
que abigarrado se mueve apenas
desde el rompeolas al Hotel Bahía.

Toda esa masa bajo ampolletas de colores
contra un océano negro, inexistente.

En el recodo, los juegos,
la rueda de Chicago levantando luces
que duplica abajo donde ruge el agua.

Y la Cuncuna, que al cubrir su lomo
con la capucha de lona encierra ese griterío,
y sube y baja desarticulada.

Angélica desciende y entra en la muchedumbre.

Pero sólo llega hasta el mesón de los patos,
que caen ante los proyectiles y reaparecen
sistemáticamente como comparsa de ópera 
en los teatros pobres.

Y los gatos porfiados 
en rumas se vienen al suelo,
en tanto la esfera de la ruleta recupera
poco a poco sus colores y sus números
cuando el clavo se atasca en la cuña de goma.

Alguien gana una dormilona,
un tarro de duraznos en conserva,
una botella desvanecida de champán (…)

(…) un vendedor de algodón de azúcar
le ofrece uno de esos arreboles tardíos.

Más allá, las manzanas bañadas en almíbar,
las revistas viejas, el carrusel de Dumbos ingrávidos
que trotan con el lomo ensartado en la barra de bronce.

Luego de una hora de ir contra la corriente,
despeinada, logra ubicar al chofer, quien la rescata.

Prefiere continuar a la vuelta de la rueda,
mirando desde el interior del automóvil
esos nubarrones de azúcar, las manzanas acarameladas
descendiendo como puestas de sol en ese mar de gente.

Cartagena, el balneario, esa playa sucia,
abandonada todos los inviernos, 
ese escenario, esa apariencia,
ese deterioro infinito, techos aguzados,
perdida entre la muchedumbre
como un despojo a la deriva...
_________
Fragmento de Balneario de Adolfo Couve

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