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Haciendo gran ciudad


"El Gobierno tiene en sus manos un camino y una responsabilidad: sería un error imperdonable desprenderse de un edificio tan privilegiado como el de La Nación..."


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Tras el anuncio de la posible venta del edificio del diario La Nación, ubicado en la Plaza de la Constitución frente a La Moneda, el Municipio de Santiago organizó hace unos días una manifestación en el frontis del inmueble para impedir su enajenamiento y promover su utilización como edificio público. Tiene sabias razones el municipio, y sus argumentos van mucho más allá de la mera conservación de una obra patrimonial, cuestión por lo demás garantizada –al menos en lo que concierne a su exterior– al situarse en una Zona Típica, la del Barrio Cívico, que contempla estrictas normas urbanísticas.

En efecto, se trata de un edificio histórico, intacto y de arquitectura muy peculiar, pues fue diseñado en 1917, por encargo de Eliodoro Yáñez, para albergar el gran diario que acababa de fundar. Tiene un severo zócalo de dos pisos, de aspecto fabril para expresar el lujo de los talleres de la imprenta, coronado por cuatro imponentes y metafóricas linternas. Traspasando el arco de la fachada se llega al mítico hall de un periódico de novelas, casi un salón citadino donde se atendía al público y se recibían visitas ilustres en medio del trajín de reporteros corriendo bajo el yugo de tres o cuatro ediciones distintas cada día. Hay que comprender el rol fundamental que tenían los periódicos previo a la radio y a la televisión; la energía prodigiosa que emanaba de esos edificios situados estratégicamente en íntima relación con las esferas del poder y la cultura. No es casualidad la localización de El Mercurio, vecino al Congreso Nacional y al Palacio de Tribunales (cómo olvidar el ruido de las imprentas en el subterráneo, que se escuchaba desde las veredas, o su enorme escalera donde se fotografiaba la fama), ni la de El Diario Ilustrado, en el actual edifico de la Intendencia, contiguo a La Moneda, ni la de La Nación, uno de los primeros edificios modernos que, junto al Ministerio de Hacienda y el Hotel Carrera, inaugurarían la configuración del extraordinario proyecto urbanístico del Barrio Cívico a partir de 1930.

Y de esto se trata, precisamente, el reclamo por el destino del edificio de La Nación. La Plaza de la Constitución es un espacio urbano de excelente calidad, que ha costado casi un siglo completar y consolidar. Es un espacio republicano, expresión moderna de la magnificencia del Estado. Prácticamente todos los edificios que la conforman son ahora públicos: el Ejecutivo, la Intendencia, ministerios de Justicia, Hacienda y Cancillería, el Banco Central. El Gobierno tiene en sus manos un camino y una responsabilidad: sería un error imperdonable desprenderse de un edificio tan privilegiado como el de La Nación y desperdiciar la oportunidad histórica de consolidar el uso programático en torno a la plaza. El Estado debe dar el ejemplo de cómo se hace una gran ciudad.

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