A veces, para no cansar a su auditorio
con el repetido tema de la pintura impresionista,
cogía un violín, y hundiendo
su blando mentón en el madero,
circulaba con la levedad
de una mariposa por entre las sillas,
arrancando suspiros a las señoras
y miradas suspicaces a los varones.
Daba la impresión
de que los frascos se estremecían
con los agudos estridentes del ejecutante,
pero esos ruidos se debían al gato de la droguería
que, aturdido por los maullidos de su amo,
buscaba la salida, equilibrándose sobre los remedios…
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Fragmento de
La lección de pintura
Adolfo Couve
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