Los platos rotos, otra vez...
El escritor lanza una reedición corregida y actualizada de Los platos rotos, el gesto patudo y arriesgado de escribir una historia de Chile en doscientas páginas.
por Roberto Careaga - Diario La Tercera, 08/09/2013
http://www.latercera.com/noticia/cultura/2013/09/1453-541648-9-rafael-gumucio-la-mejor-literatura-es-politica.shtml
“Por qué no crecí en Aracataca o en algún pueblo de mierda del trópico que a nadie le importe”, se lamentó alguna vez Rafael Gumucio, cuando empezaba a escribir. A todo lo que él podía echar mano era a su niñez en París en los 70, en la alcurnia del exilio chileno. “Todo era de pésima literatura, tremendamente cursi”, recuerda hoy, ya con una vida literaria hecha, sin tantos complejos por el “pijerío de izquierda” de su familia, y temáticamente resuelto: a Gumucio le interesa Chile.
En sus columnas, en novelas como La deuda, incluso en las autobiográficas Memorias prematuras, Gumucio ha intentado sacar al limpio algo sobre la chilenidad. Lo ha hecho desde la ambición de comprender a un país que dejó a los tres años, tras el golpe de 1973, y al que volvió ya en la pubertad. “Siempre me sentí inserto en la cultura chilena, pero siempre meto la pata, digo cosas que no debería, no sé bien lidiar con los silencios, los entredichos. La chilenidad me resulta un tema a conquistar. Por eso no arranco de Chile, sino que lo busco”, dice en su oficina en la escuela de literatura de la UDP.
Nunca su intento por entender -y acaso reescribir- nuestra historia ha ido tan lejos como en Los platos rotos, publicado en 2004 y ahora de vuelta a librerías en una edición completamente actualizada. Es un ensayo arbitrario que entrecruza personajes, hitos, mitos y hasta guiños de ficción. De Alonso de Ercilla a Michelle Bachelet, Gumucio construye un relato con La Quintrala, Diego Portales, José Manuel Balmaceda, Arturo Prat, Pablo Neruda, el mundial del 62, Salvador Allende, Don Francisco, Pinochet, Jaime Guzmán y, entre otros, las manifestaciones populares que estallaron en 2011.
“No es una historia de Chile, sino que es un sueño de esa historia. Un delirio. O una novela. Hay cosas que son reales y otras que son mitos. A mí me importa dialogar con los mitos de una manera literaria”, dice Gumucio.
¿En qué mitos indaga?
Yo escribo como otras personas van al colegio: escribo para saber. Y lo que aprendí escribiendo este libro 2003 es que todos los países tienen un tema, un dilema. El tema chileno es la revolución dentro de la ley. Es el único país latinoamericano que podría lograr la igualdad liberal a través de un camino institucional, pero que trágicamente una y otra vez no lo construye. El vaso de leche de Manuel Rojas es el cuento de Chile: la dignidad herida.
Sobre la literatura, ¿por qué escogió a autores tan excéntricos como Juan Emar y González Vera para hablar de nuestra narrativa?
Me interesan. Son distintos, pero se parecen. La vanguardia, en el caso de Emar, llega a tal extremo, que en el fondo termina escribiendo criollismo sin saberlo. Y el autor realista, González Vera, escribe miniaturas tan refinadas que lo hace vanguardista. Los dos una especie de producto de una imposibilidad de contar, lo que es profundamente chileno. Teníamos, ya tenemos menos, estos narradores que misteriosamente intentaban no narrar. Esto va de González Vera hasta Alejandro Zambra, escritores que no quieren contar.
Dices que después de la muerte de Neruda y el Golpe del 73 se acaba de “la edad del verso y empieza la de la prosa”.
Es una exageración debatible, pero creo que hay un antes y un después. Siempre que hay armas, muerte y sangre hay una historia. Y luego permite algo más pedestre: comunicarte con el resto del mundo. La narrativa anterior, que no es ni mejor ni peor, hablaba de cosas poco reconocibles. Como explicarle a Spielberg La matanza de seguro obrero, de Droguett: el martirio de unos jóvenes nazis en manos de un presidente liberal, escrito por un autor de izquierda que adhiere con los nazis. El golpe puso a Chile en un mapa y a las novelas en una ubicación temporal. Una novela como Casa de campo, de Donoso, es un delirio cuya idea de que es una metáfora del Golpe permite que no sea una novela de Juan Emar.
¿Se siente bien en el lugar del escritor como intelectual público, figura hoy tan menospreciada?
Eso es lo que siempre me gustó de Chile: que se puede. Siempre me interesó disturbar. Molestar. Además, nunca me he sentido más acompañado. Merino, Mellado, Diamela Eltit, casi todos los escritores chilenos que conozco escriben en diarios. La historia política y cultural de Chile está muy mezclada. Nuestros premios Nobel son figuras políticas en su poesía y fuera de ella. La guerra contra los políticos y la idea de que los políticos son todos ladrones, se vivió a la par con una guerra contra la actividad cultural, que fue reducida al espectáculo. Pasó un poco con la Nueva Narrativa Chilena y está pasando con algunos de mis colegas jóvenes, que pretenden que su obra no sea vea manchada por la política. Es un suicidio a la larga. La mejor literatura es siempre política.
¿Volverá a Los platos rotos?
Supongo. Me enamoré de la idea de escribir el mismo libro cada 10 años. No quiero que crezca mucho: me gusta el gesto patudo y arriesgado de escribir una historia de Chile en 200 páginas.
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