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Chile ya no existe


por Antonio Gil
Diario Las Últimas Noticias, 
jueves 19 de septiembre de 2013

Contra todo lo que se cree 
y se pregona a los cuatro vientos,
nuestra idiosincracia -que es, como se sabemos,
el conjunto de rasgos hereditarios o adquiridos
que definen el carácter distintivo de nuestro pueblo-
abomina de sus tradiciones, 
las pasteuriza y las degrada hasta la indecible.

Salvo en el Chile profundo,
allá en los secanos colchagüinos
o en las lejanías de Chiloé  o en el altiplano,
la ciudad chilena ha derogado
sus más viejas costumbres y, con ellas,
cortado esos lazos sagrados 
que nos unen al pasado y al futuro.

Es una vergüenza, por ejemplo,
la persecución de que son hoy víctimas
los criadores y aficionados a las peleas de gallos,
actualmente arrinconados 
en una semiclandestinidad absurda,
por presiones "animalistas" y otras aprensiones
de espíritus pusilámines y acobardados.

El próximo paso será el rodeo
y hasta la hípica si no despertamos pronto.

Es triste, por otro lado,
la degradación creciente y terminal
de nuestros platos nacionales, que,
víctimas de un avaricioso afán de lucro
(cuando no de una "sofisticación" 
cursi de nuevos ricos), 
ha hecho desaparecer de nuestras mesas
los pequenes, la chanfaina, el ulpo,
el cochayuyo con cebolla,
las cabezas de chancho
y otros modestos manjares de ayer,
convirtiendo de paso los aún existentes
en viles remedos de esos yantares 
recios y sabrosos que 
disfrutaban nuestros abuelos.

Las tradiciones simples
conforman una memoria que nos une
y nos permite situarnos en el tiempo
como seres únicos.

Hoy, convertidos 
en un portaviones norteamericano,
Chile se ha replegado al olvido de sus raíces
de capitanía general para aspirar al estatus
de virreinato del gran país del norte.

Cadenas de "coffees", que cobran
un ojo de la cara por el "servicio"
de que un mequetrefe pronuncie tu nombre
al momento de servirte una mescolanza
de café revuelto con sustancias innominadas,
se toman las esquinas donde antes se servía
cola de mono o ponche con culén.

El triunfo del completo y las papas fritas
son otro triste símbolo de este coloniaje
al que nos hemos entregado 
como ovejas atadas de pies y manos.

Hoy las cataratas de ron con cola
han borrado de la memoria
al insigne chuflay,
preparado con un aguardiente
también proscrito, perseguido
y policialmente exterminado de los campos,
con destrucción de alambiques y detención
y dolorosas multas a los destiladores.

De los emblemas patrios y su uso, ni hablar.

La tricolor se ha convertido contra toda norma,
en un trapo trivial, futbolero, que se saca 
y se exhibe cuando a cada quien se le cante.

¿No existe ya una normativa para ello?
Recordemos que sí la había, y estricta.

Es como si un gran complot,
unido a la complicidad del carácter borreguil
que se ha instalado en nuestras almas,
domadas ya por los malls y los strip centers,
hubiese venido a borrar las pocas tradiciones
que, más allá de los niñitos que bailan
la pericona o el costillar es mío en las escuelas,
con sombreros de papel crepé, alguna vez tuvimos.

Miguel Serrano dijo "Chile ya no existe"
y estamos a un paso de encontrarle razón.


La Chanfaina

El Ulpo

El Pequén

Cola de mono (o colemono)

El Chuflay  (Bilz con aguardiente)

CHUFLAY, DAMN GRINGOS IN VALPARAÍSO
El diccionario de la RAE la define como una bebida compuesta de una parte de licor y otra de gaseosa, a la que se añaden rodajas de limón. Sin embargo, en sus “Apuntes porteños”, el dibujante Renzo Pequenino –Lukas– es más específico en el origen de tal término, y recoge una expresión porteña de principios del siglo XX, en que los extranjeros de origen inglés y norteamericano en Valparaíso ingerían este potaje, aún sin nombre. Debido al excesivo contenido de azúcar en la gaseosa, las moscas revoloteaban en torno al vaso. Entonces, los gringos pretendían espantar las moscas con la voz  shufly (en inglés, mosca se dice fly), término que fue recogido por los nativos como la denominación de ese trago, y luego deformado por el uso y la ignorancia del idioma inglés a chuflay.
Aquí debo consignar una nueva pelea histórica y fronteriza con Bolivia. Además de pretender el mar, los bolivianos también acusan ser los dueños del chuflay. Esta expresión la recogí en mi libro “Diccionario del buen bebedor”, aparecido en 2005. Un tiempo después encontré un artículo misceláneo en el periódico La Razón, de La Paz, Bolivia, del 19 de marzo de 2006. Quién sabe cómo, su autora había leído mi libro, y escribía una furibunda defensa patria del chuflay como trago típicamente boliviano. Habré quedado como uno más de los chilenos expansionistas y usurpadores del mar.

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