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Reciprocidad desvalida


"Retomar el camino de convergencia fundamental y saludable interdependencia con Argentina es para Chile un camino privilegiado que se debe emprender con serenidad, inteligencia y persistencia. Ello favorece a nuestros intereses últimos..."


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achicar letra La independencia de Chile fue también parte de una interdependencia general entre los sublevados en América Hispana -los llamados patriotas-, sin lo cual no se habría podido consolidar el proceso. Para Chile fue vital el que las Provincias del Plata no fueran reconquistadas. Se convirtieron en la plataforma desde la cual Bernardo O'Higgins y el general José de San Martín pudieron tomar el poder en Chile tras una notable campaña, y de ahí complementar la formación de repúblicas con la expedición al Perú.

Cierto, poco después vino la rivalidad entre los caudillos independentistas (no entre San Martín y O'Higgins, amistad hasta la muerte), y además se produjo la formación de los estados nacionales, que tenían raíces en la historia de tres siglos. En efecto, la pluralidad de estados no fue una construcción ni de las rencillas entre caudillos o de las intrigas maléficas de algún "imperio". Fue el resultado no planificado, aunque real y fecundo, de la empresa española que, como ha sostenido Sergio Villalobos, tuvo por criatura la formación de naciones que arraigaron en nuestra historia. Sin embargo, cultura común y comunidad de experiencias no siempre producen armonía, aunque llaman a gritos a una colaboración y a la sana interdependencia.

Nada más esquivo en nuestra historia, más por la inestabilidad y veleidades internas que por genuinas rivalidades internacionales, si bien en el caso de Chile este último aspecto ha sido más tenaz que en el resto de los países de América del Sur en entorpecer sus relaciones vecinales, por la herencia del siglo XIX. No debería ser el caso de las relaciones bilaterales con Argentina, ya que, si bien con momentos de grave tensión, predominó siempre en ellas la tendencia a la negociación y al acuerdo. Se trata de un país y de una sociedad de las más poderosas del continente, con rasgos de civilización asombrosos por lo sofisticados y robustos, aunque siempre ha vivido al borde de la crisis política. No es que Chile no haya tenido sus propias crisis (acabamos de "conmemorar" una de ellas), pero nuestro país no ha tenido otra escapatoria que ser más consistente en el curso del siglo XX hasta nuestros días.

Es en la eterna crisis latinoamericana donde yace la última raíz de estas frustraciones. En el caso de Argentina sobresale la falta de reciprocidad en la conducta de la Casa Rosada hacia Chile (otros países se quejan de lo mismo), con sus llamativos botones de muestra en la desenfadada persecución a LAN para imposibilitar sus operaciones, y en la extradición de convictos o enjuiciados (les enviamos a un juez que solicitaba refugio, y el gobierno argentino niega extraditar a un acusado en el caso Jaime Guzmán). Tal como en el caso del gas, no se trata de por sí de una actitud en principio hostil hacia Chile. La década de los Kirchner apuesta por profundizar un proceso de ensimismamiento que experimenta Argentina, a contrapelo de lo que hizo grande a ese país: la absorción de incentivos que venían del Viejo Mundo, traducidos al sin par aire rioplatense y convertidos en notable construcción cultural y en un fenómeno social y hasta económico, como la Argentina en torno al 1900. Es de ese mundo de donde emergió un Jorge Luis Borges. Pasará tiempo antes de retomar el camino de convergencia fundamental y de la saludable interdependencia. Para Chile es un camino privilegiado que se debe emprender con serenidad, inteligencia y persistencia, ya que ello favorece a nuestros intereses últimos, como muchos lo han comprendido, en especial en la estela de uno de los negociadores del Beagle, el general Ernesto Videla, que nos dejó hace pocas semanas.

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