Diario El Mercurio, Lunes 30 de septiembre de 2013http://www.elmercurio.com/blogs/2013/09/30/15680/A-un-siglo-de-la-I-Guerra.aspx"Esas preguntas también valen para el momento actual, plagado de tensiones mundiales provocadas por asuntos como los programas nucleares de Irán y Corea del Norte, las atrocidades en la guerra civil de Siria, o la inestabilidad en varios países donde el extremismo islámico busca asentarse..."
¿Cuándo un acontecimiento político local puede ser el punto crucial de un proceso histórico? ¿Cómo reconocer que un evento aparentemente trivial es determinante? ¿Y que esa crisis, lejos de los centros de poder, puede provocar una cascada de acciones que culminen en una gran guerra entre las potencias? ¿Qué parte juegan los nacionalismos extremos o los fanáticos religiosos en la toma de decisiones internacionales?
El próximo año se conmemora el centenario del inicio de la I Guerra Mundial. Los historiadores todavía buscan respuestas, y desmenuzan el período anterior al 23 de julio de 1914, cuando Austria, tras el asesinato del heredero al trono, envió a Serbia el ultimátum que gatilló las hostilidades, y desató odiosidades ocultas e incontrolables.
Esas preguntas también valen para el momento actual, plagado de tensiones mundiales provocadas por asuntos como los programas nucleares de Irán y Corea del Norte, las atrocidades en la guerra civil de Siria, o la inestabilidad en varios países donde el extremismo islámico busca asentarse. Entretanto, las grandes potencias, EE.UU., Francia, Gran Bretaña, Rusia y China, toman partido en bandos opuestos.
Leí en The New York Times que hay más de 25.500 libros y estudios sobre la Gran Guerra, y eso sin contar los que saldrán en 2014. Entre los últimos publicados, por recomendaciones de amigos y reseñas especializadas, elegí dos: The Sleepwalkers (Los sonámbulos), de Christopher Clark, y Dance of the Furies (Danza de las furias), de Michael Neiberg.
El de Clark parte como un thriller , con el asesinato de los reyes serbios en 1903, muy atrás, pero clave para comprender las guerras de los Balcanes, el papel de los nacionalistas serbios y las conexiones entre estos y los asesinos del archiduque.
Sin excluir los grandes hitos ni las tácticas, estrategias e intrigas políticas, Neiberg narra la petite histoire del ciudadano común que no dio importancia al crimen de Sarajevo; no estaba preparado para la guerra ni la quería (pero pronto se lanzaría a la lucha con fervor patriótico). En cambio, los líderes europeos -varios de ellos autócratas caprichosos- y muchos personajes en sus entornos, atrapados en alianzas más o menos comprometedoras, calculaban las eventuales ganancias de una confrontación supuestamente limitada. Para Nieberg, esta fue una clásica guerra de gabinete, donde un puñado de hombres jugó con que podría controlar los acontecimientos hasta el límite.
Clark no busca solo "una pistola humeante": muestra que todos las tenían, que no fue un crimen sino una tragedia. No cree que el Káiser o Francisco José hayan sido inocentes, pero tampoco los únicos responsables. Nicolás II aparece como un hábil manipulador que instiga a los serbios y provoca a los alemanes con la movilización de sus tropas; de igual modo, ingleses y franceses manejan la diplomacia con astucia. Rescata a algunos, pocos en realidad, que alertaban sobre la tragedia. Clark es magistral en exponer la lucha de facciones que presionaban a los liderazgos, los arraigados prejuicios culturales, las ambiciones expansionistas e imperialistas de todos; la competencia, por ejemplo, entre Gran Bretaña y Rusia en Oriente, Afganistán o Persia.
Para el historiador de Cambridge, los líderes políticos "caminaron como sonámbulos", ciegos al "horror que iban a llevar al mundo". Sin reglas que los obligaran a cumplir principios y normas internacionales, las decisiones personales basadas en intereses inmediatos fueron delineando un camino sin retorno.
El próximo año se conmemora el centenario del inicio de la I Guerra Mundial. Los historiadores todavía buscan respuestas, y desmenuzan el período anterior al 23 de julio de 1914, cuando Austria, tras el asesinato del heredero al trono, envió a Serbia el ultimátum que gatilló las hostilidades, y desató odiosidades ocultas e incontrolables.
Esas preguntas también valen para el momento actual, plagado de tensiones mundiales provocadas por asuntos como los programas nucleares de Irán y Corea del Norte, las atrocidades en la guerra civil de Siria, o la inestabilidad en varios países donde el extremismo islámico busca asentarse. Entretanto, las grandes potencias, EE.UU., Francia, Gran Bretaña, Rusia y China, toman partido en bandos opuestos.
Leí en The New York Times que hay más de 25.500 libros y estudios sobre la Gran Guerra, y eso sin contar los que saldrán en 2014. Entre los últimos publicados, por recomendaciones de amigos y reseñas especializadas, elegí dos: The Sleepwalkers (Los sonámbulos), de Christopher Clark, y Dance of the Furies (Danza de las furias), de Michael Neiberg.
El de Clark parte como un thriller , con el asesinato de los reyes serbios en 1903, muy atrás, pero clave para comprender las guerras de los Balcanes, el papel de los nacionalistas serbios y las conexiones entre estos y los asesinos del archiduque.
Sin excluir los grandes hitos ni las tácticas, estrategias e intrigas políticas, Neiberg narra la petite histoire del ciudadano común que no dio importancia al crimen de Sarajevo; no estaba preparado para la guerra ni la quería (pero pronto se lanzaría a la lucha con fervor patriótico). En cambio, los líderes europeos -varios de ellos autócratas caprichosos- y muchos personajes en sus entornos, atrapados en alianzas más o menos comprometedoras, calculaban las eventuales ganancias de una confrontación supuestamente limitada. Para Nieberg, esta fue una clásica guerra de gabinete, donde un puñado de hombres jugó con que podría controlar los acontecimientos hasta el límite.
Clark no busca solo "una pistola humeante": muestra que todos las tenían, que no fue un crimen sino una tragedia. No cree que el Káiser o Francisco José hayan sido inocentes, pero tampoco los únicos responsables. Nicolás II aparece como un hábil manipulador que instiga a los serbios y provoca a los alemanes con la movilización de sus tropas; de igual modo, ingleses y franceses manejan la diplomacia con astucia. Rescata a algunos, pocos en realidad, que alertaban sobre la tragedia. Clark es magistral en exponer la lucha de facciones que presionaban a los liderazgos, los arraigados prejuicios culturales, las ambiciones expansionistas e imperialistas de todos; la competencia, por ejemplo, entre Gran Bretaña y Rusia en Oriente, Afganistán o Persia.
Para el historiador de Cambridge, los líderes políticos "caminaron como sonámbulos", ciegos al "horror que iban a llevar al mundo". Sin reglas que los obligaran a cumplir principios y normas internacionales, las decisiones personales basadas en intereses inmediatos fueron delineando un camino sin retorno.
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