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En qué va el debate acerca del "modelo" y el otro "modelito"...‏



"El otro modelo"

Axel Kaiser
Domingo 08 de septiembre de 2013

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Señor Director:

En su carta de ayer, Fernando Atria y José Miguel Benavente definitivamente prueban que no conocen bien lo que critican. Primero sugieren que ellos no han dicho que el "neoliberalismo" prometa igualdad de oportunidades en un sentido material. Pero a renglón seguido ellos mismos vuelven a insistir en que el "neoliberalismo" es utópico porque promete "emparejar la cancha" para lograr igualdad en condiciones de partida sin lograrlo. Ahora bien, ¿como debe entenderse "emparejar la cancha" si no es en un sentido material o económico? Que el "neoliberalismo" promueva una carrera "abierta a los talentos", frase que mis contradictores toman del Free to choose , de Milton y Rose Friedman, significa, como dicen los mismos Friedman, que haya "igualdad ante la ley" de modo que la etnia, el sexo, la religión u otros atributos personales no sean establecidas por el legislador como barreras arbitrarias que impidan desplegar las propias capacidades. ¿Creen seriamente Atria y Benavente que el modelo chileno no cumple con ese estándar?

Por último, Atria y Benavente se contradicen, pues "El otro modelo" afirma claramente que "al revisar las cifras de desempeño económico chileno no cabe duda de que estamos en una buena situación, no solo en comparación con nuestros vecinos, sino con respecto a nosotros mismos en una mirada histórica" (p. 257). Ahora ambos nos dicen que su libro no considera el actual modelo como "el más exitoso de nuestra historia". Sería interesante que los coautores explicaran qué llevó a este cambio de opinión y cuál fue, según ellos, el modelo más exitoso de la historia chilena si no es el actual. ¿El de sustitución de importaciones tal vez?

Cartas
Sábado 07 de septiembre de 2013

“El otro modelo”

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Señor Director:

La respuesta del señor Kaiser ratifica que esta es una conversación que no tiene mucho sentido. Nosotros sostuvimos que el neoliberalismo formula la promesa utópica de igualdad de oportunidades. Él cambia el tema y discute sobre lo que denomina “igualdad de oportunidades en un sentido material” y, para confundir más las cosas, luego hace referencia a “la igualdad de oportunidades en el sentido económico”. Demasiados apellidos para una idea que no los necesita.

Porque la cuestión es simple: ¿promete o no promete el neoliberalismo igualdad de oportunidades en el sentido de que la vida ha de ser una “carrera abierta a los talentos”, que se trata de “emparejar la cancha”? Para evitar el cargo de utopismo, ahora Kaiser dice que no, que prometer igualdad de oportunidades es socialismo, y que el neoliberalismo solo promete “ausencia de privilegios o impedimentos arbitrarios”. Y él entiende la ausencia de privilegios e impedimentos arbitrarios como una condición que hoy en Chile es “cumplida con creces”. Dada esta afirmación, al menos nosotros podemos decir que el (limitado) sentido de este intercambio ya se cumplió: a confesión de parte, relevo de pruebas.

Aclaración para lectores desprevenidos: por supuesto, es falso que “El otro modelo” sostenga que el neoliberalismo es “el sistema más exitoso de nuestra historia”. Lo que fue exitoso en hacerse dominante o hegemónico fue una idea, no “el sistema”. Afortunadamente, estamos sacudiéndonos de esa hegemonía.

Fernando Atria
José Miguel Benavente

Cartas
Lunes 02 de septiembre de 2013

"El otro modelo"

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Señor Director:

A pesar de que Fernando Atria y José Miguel Benavente declaran "sin sentido" discutir con aquellos que no comparten su ideología estatista, me referiré a una afirmación que realizan en su carta del sábado. Insisten mis contradictores en que lo que ellos llaman "neoliberalismo" es una utopía, a pesar de que ellos mismos reconocen en su libro que ha sido el sistema más exitoso de nuestra historia. El argumento ahora es que el "neoliberalismo" es utópico porque prometería una igualdad de oportunidades que no cumple y una libertad que no entrega.

Esta afirmación revela que Atria y Benavente, o no conocen bien, o distorsionan lo que critican, pues el "neoliberalismo" jamás ha prometido igualdad de oportunidades en un sentido material, ni menos una libertad entendida como poder efectivo de perseguir un fin. Es más, la igualdad de oportunidades en el sentido económico -ideal socialista que plantea "El otro modelo"- es expresamente rechazada por Friedman, Hayek y Roepke, por implicar una intervención masiva del Estado que destruiría la libertad individual y los incentivos para crear riqueza.

La igualdad de oportunidades liberal se entiende como igualdad ante la ley, esto es, como ausencia de privilegios o impedimentos arbitrarios. Lo mismo ocurre con la idea de libertad, que en la tradición "neoliberal" debe entenderse en un sentido negativo, es decir, como ausencia de coerción arbitraria por parte de un tercero, y no como posibilidad cierta de alcanzar un fin, que es como la entiende la filosofía progresista.

En la visión liberal, esta fórmula de igualdad ante la ley-libertad, al abrir el espacio a la creatividad humana, da pie a mejores oportunidades materiales para las personas, pero no iguales oportunidades. En otras palabras, lo que el "neoliberalismo" promete no es igualdad material de ningún tipo, sino libertad y prosperidad, algo que el "modelo" chileno ha cumplido con creces. Si hay un modelo utópico, entonces, no es el que tenemos, sino el que proponen Atria y Benavente.

Axel Kaiser

Cartas
Sábado 31 de agosto de 2013

"El otro modelo"

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Señor Director:

No tiene mucho sentido discutir con quienes son incapaces de ver en el mundo que les rodea algo distinto a proyecciones de sus propios fantasmas y caricaturas, de los monstruos que ven o veían en sus pesadillas. Por consiguiente no hay mucho que decir ante distorsiones como "la actividad estatal debe ser omnipresente" o "el modelo estatista radical que 'El Otro Modelo' sugiere" con las que Axel Kaiser pretende describir el contenido de nuestro libro.

Solo dos comentarios, entonces. El primero es que Kaiser sostiene que el neoliberalismo no es utópico, "sino un sano entendimiento acerca de cómo funciona la realidad". Pero promete libertad para todos e igualdad de oportunidades si solo dejamos al mercado funcionar. El hecho de que el resultado sea una libertad cuya medida es el dinero de cada uno o un sistema educacional brutalmente segregado, en el que la correlación entre origen socioeconómico y resultados académicos esté entre las más altas del mundo, es algo enteramente irrelevante para el utopista, que da la respuesta característica del utopista: no lo hemos hecho suficientemente bien, hay que insistir y seguir esperando.

Pero no solo es utópico, es dogmático. Por eso ve "estatismo radical" en cualquier cosa que no sea mercado y más mercado. Hoy sabemos que entregar a un funcionario público la decisión de cuántos automóviles o litros de vino han de producirse y a qué precio han de venderse es económicamente ineficiente y políticamente riesgoso para la libertad. El dogmático concluye, entonces, que para todo, desde la producción y comercialización de automóviles y vino hasta la organización del sistema educacional, pasando por el sistema de pensiones, la organización de la matriz energética y el desarrollo de las ciudades, la alternativa es siempre la misma: mercado o tiranía.

Fernando Atria
José Miguel Benavente
Columnistas
Martes 27 de agosto de 2013

La utopía del otro modelo

"La fe de los autores en el barco que aspiran a dirigir u orientar es tan profunda que, como el capitán del titanic, no logran ver ni les importa demasiado el iceberg con el que inevitablemente se estrellarán: el de la realidad..."

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Joseph Schumpeter profetizó que el capitalismo sucumbiría, entre otras razones, por la emergencia de una clase de individuos que haría de la destrucción del sistema una rentable profesión: los intelectuales. Ellos serían, según el profesor de Harvard, quienes crearían la atmósfera social necesaria para derribar el orden económico libre.

A nivel local, el libro "El otro modelo" parece encajar en la categoría de Schumpeter. De manera franca y entusiasta los autores nos dicen que quieren aprovechar el cambio en la hegemonía intelectual de nuestro país para poner fin al sistema económico liberal que ha regido en los últimos 30 años. Según este grupo de cinco académicos, de los cuales cuatro son profesores de universidades privadas, "si de una batalla de ideas se trata, es entonces en calidad de arma que este libro debe ser leído". Y el arma en cuestión es peligrosa, pues está cargada con aquellas municiones que solo el sentido de misión y la fe pueden procurar.

Una muestra de ello se pudo ver hace un tiempo en un programa de televisión en que se encontraban dos de los autores -Guillermo Larraín y Alfredo Joignant- junto al economista Rolf Lüders y la historiadora Patricia Arancibia. Visiblemente preocupada, esta última les preguntó a los autores por qué otro modelo si el que tenemos ha sido el más exitoso que jamás hayamos conocido. La pregunta es crucial no solo porque apela al más elemental sentido común -¿por qué cambiar algo que es un éxito?-, sino porque los mismos autores reconocen en su libro que este modelo económico ha sido el que más prosperidad ha generado. La respuesta la daría Joignant minutos después: de lo que se trata, sugirió, no es de cómo funciona la realidad, sino de visiones normativas, es decir, de ideologías.

Como recordara el ex socialista Jean-Francois Revel, esta es la diferencia central entre liberalismo y socialismo: el primero reconoce en la realidad la fuente de información y el juez del correcto fundamento de la acción, el segundo no. El socialismo, ideología que, con concesiones, claramente inspira "El otro modelo", es construido de manera a priori y promete resolver todos los problemas humanos. El liberalismo reconoce que no puede construirse una sociedad más perfecta de lo que somos los seres humanos y que por tanto nunca podremos arreglarlo todo. El primero es utópico y fracasa; el segundo, realista y funciona. Este utopismo explica la crítica que hace "El otro modelo" al sistema liberal chileno en el sentido de que este no resuelve "todos los problemas", algo que por su naturaleza realista este jamás pretendió.

Pero el libro además cae en una evidente contradicción, ya que por un lado sostiene que el "neoliberalismo" es una utopía y por otro reconoce que ha funcionado. Si los autores hubieran dedicado al menos una página a explicar por qué la teoría económica liberal fue tan exitosa en Chile -o en el mundo- habrían evitado la contradicción. Ellos mismos, sin embargo, ofrecen una salida al citar al Nobel de Economía Douglass North, para dar cuenta de la adopción del modelo económico por la Concertación. Siguiendo a North argumentan que las creencias en favor del modelo bajo el gobierno de Aylwin se vieron reforzadas debido al crecimiento económico acelerado que este producía.

Hasta ahí llegan los autores. Pero el mismo North nos explica también que son aquellas teorías que mejor entienden la realidad económica las que dan los mejores resultados. Según North entonces, nuestro éxito se debe a que el modelo actual interpreta mejor que otros cómo funciona la realidad económica, es decir, cómo actuamos los seres humanos. Es más, el mismo North se refirió al caso de Chile el año 2004 afirmando que nuestro éxito se debía a que los Chicago Boys habían creado las instituciones necesarias para incentivar actividades productivas y crear riqueza.

Si North tiene razón, y los autores de "El otro modelo" así parecen creerlo, entonces no es utopía lo que caracteriza al actual modelo sino un sano entendimiento acerca de cómo funciona la realidad. Por eso ha sido un éxito. "El otro modelo" en cambio, bota por la borda lo que ha enseñado North -y la experiencia histórica-, suponiendo que se puede construir un mundo mejor usando una teoría económica esencialmente opuesta a la liberal. Y eso es una utopía, no porque pretenda ponérsele fin al sistema económico actual. Eso se puede hacer perfectamente y así como van las cosas probablemente se hará y Chile deberá pagar el precio.

La utopía consiste en creer, como si las leyes económicas y la naturaleza humana fueran hoy distintas de lo que eran hace 30 años, que el modelo estatista radical que "El otro modelo" sugiere, no solo va a corregir muchas de las imperfecciones del actual sistema y lograr un paraíso igualitario, sino que además lo va a superar incluso en aquello que todos admiten este ha hecho bien. El origen de esta utopía se encuentra en el estatismo romántico de la obra. Sumado a un antiliberalismo e igualitarismo casi delirantes, este elemento lleva a los autores a conferir al Estado una personalidad propia, como si fuera un ente más allá del bien y el mal capaz de elevarnos a un orden moral y material superior, lejos de las miserias del mercado.

Para los autores, la actividad estatal debe ser omnipresente porque así lo requiere el "interés general", concepto que no demuestran pero que entienden como aquello que se construye políticamente y que incorpora, difiere y al mismo tiempo trasciende al interés individual, como si todo eso fuera posible al mismo tiempo. Esta acrobacia conceptual es propia de las corrientes colectivistas, las que al aludir a abstracciones en lugar de realidades concretas logran hacer defendible cualquier cosa. Típicamente, lo que el colectivismo justifica como máxima expresión de moralidad es el sacrifico del individuo en nombre del colectivo bajo la falsa pero atractiva premisa de que lo que es bueno para el todo lo es también para la parte. Indudablemente es ese espíritu colectivista el que inspira "El otro modelo".

Los autores no dejan duda alguna al respecto al sintetizar el mensaje de su libro en una poética metáfora según la cual los chilenos debiéramos "navegar todos juntos en un mismo barco hacia destinos significativos". En esta visión de la historia, heredera de ese enemigo de la sociedad abierta que fue Hegel, no hay destino significativo que no sea colectivo, por lo que el barco necesariamente debe ser el Estado, el que debe forzarnos, en nuestro propio beneficio, a emprender la travesía común. Los capitanes de ese barco, por cierto, son los autores de "El otro modelo" o intelectuales afines, que saben mejor que cada uno de nosotros cuál es nuestro bien y cómo construir una sociedad decente, concebible solo como resultado de la actividad estatal.

El problema, más allá de la obvia incompatibilidad de "El otro modelo" con una sociedad de personas libres, es que la fe de los autores en el barco que aspiran a dirigir u orientar es tan profunda que, como el capitán del Titanic, no logran ver ni les importa demasiado el iceberg con el que inevitablemente se estrellarán: el de la realidad.

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