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Quedarán las élites doradas y las verdes


por Joaquín Fermandois 
Diario El Mercurio, Martes 16 de Octubre de 2012 

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El rechazo a la central Castilla ha tenido el efecto de un remezón que nos llama a interpelar a aquello que queremos para Chile. Sin desconocer que hay que entregar una respuesta creíble a los lugareños, y que los jueces deben fallar en torno a las leyes escritas, sentimos que algo ha salido rematadamente mal, y que como país nos vamos introduciendo en un atolladero; una vez franqueado inadvertidamente un límite inmaterial, no vamos a poder extraernos de la trampa que nos envolverá. Será un cuello de botella más para alcanzar una auténtica mejoría en lo económico y en lo social. La energía está en el tapete, ya que estamos agotando las reservas. Para colmo, por varias décadas nos hemos preocupado poco y nada del agua, y sufrimos años de sequía relativa; la suma de eso nos acerca a una escasez permanente y aterradora para la agricultura y para las fuentes de energía.
Es difícil negar el argumento ambiental. La débil capa de verde que recubre el planeta y la certeza, hasta ahora, de que no tenemos otro punto en el espacio exterior en el cual poner nuestras esperanzas hacen que deba ser revisada la empresa de recubrir la Tierra con cemento. ¿Será, entonces, que debemos encaminarnos a una Arcadia, una sociedad agraria, bucólica, de pocos habitantes, cada uno trabajando con sus manos? Lo más seguro es que una vuelta a una utopía del pasado nos lleve directamente a una situación de lucha de todos contra todos; una catástrofe de la civilización.
Así como la probabilidad más cierta de superar la pobreza radica en el desarrollo económico -aunque no sea lo único-, también se puede afirmar que no existirá conservación de lo terrestre de la Tierra sin una maduración económica que comúnmente se denomina "desarrollo". ¿Por qué? Porque la vinculación de ciencia, técnica y economía moderna es lo que ha contribuido a la aparición de la crisis ambiental, y es también lo único que la puede canalizar y quizás domeñar. Por ahora, la adaptación de la economía a las necesidades medioambientales ha ido con más lentitud que cuanto quisiéramos, pero si tomamos la medida de medio siglo -el lapso mínimo para poder comparar-, han sido fenomenales los cambios en los comportamientos productivos y los usos.
En los países atravesados por lacras de pobreza endémica y sin visos de crecimiento económico y social, o en experiencias no tan lejanas en el tiempo, los sistemas marxistas industrializados o que se tenían por tal -Alemania comunista fue un ejemplo atroz-, la polución era y es la orden del día. El descuido de la naturaleza vegetal y animal adquirió proporciones dantescas. En todos estos casos, la mugre parece definir lo más visible de la vida cotidiana.
Será el paisaje de toda civilización que no afronte de manera sensata y con una mínima autodisciplina su desarrollo y relación con el medio ambiente. Desprovistos de estas condiciones, sólo podrían vivir como conservacionistas unas pocas élites doradas que siempre ha habido, o el nuevo tipo de élites verdes. La inmensa mayoría remaría hacia otro norte menos auspicioso.
La jugada no está perdida. La economía no es el único presupuesto, aunque muchos quisieran olvidarla. Es cierto que se requiere de una transformación de la mentalidad -que ya ha comenzado entre nosotros-, no sólo de conservación, sino que también algo más profundo, de no alentar la avidez por todo, y menos que nada aceptar el advertising con ceguera. Esta meta no se alcanzará por medio de un programa técnico o legal, tributario o político, y resultaría en una finalidad aviesa si se impone de manera hostil a las buenas posibilidades que ofrece la economía moderna.

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