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Los silencios compartidos de Hobsbawm



Resulta imposible negarle esa capacidad maravillosa de explicar en un todo comprensible la caótica realidad en que vivimos.

por Pablo Moscoso - Diario La Tercera 07/10/2012 - 12:20

Tony Judt, en un excelente ensayo de 2003, deslizó un par de juicios que ayudan a comprender el legado del recientemente fallecido historiador británico: “Eric Hobsbawm es el historiador con más talento natural de nuestro tiempo; pero, sin que nada turbara su descanso, de alguna manera ha ignorado el terror y la vergüenza de esta edad”.

En efecto, la prosa de Hobsbawm, que conjuga de forma perfecta erudición con una estética magistral, supone un modo de hacer historia que se intuye a destiempo. En un mundo académico que corre apresuradamente a su anulación en microrrelatos o papers latosos hasta el sopor, los libros de este historiador se antojan como una deliciosa excentricidad. Una ventaja que, afortunadamente, logró amplia aceptación en medio mundo. Hobsbawm alcanzó un privilegio de pocos: supo arrancar del abigarrado caos de acontecimientos un sentido histórico coherente. El mismo estaba al tanto de su quehacer: “Puedo asegurar, por experiencia personal, que las grandes obras de síntesis histórica que surgen de la lectura de fuentes secundarias y de la observación de la historia contemporánea, sólo se pueden escribir en la madurez. Muy pocos historiadores son capaces de hacer frente a un tema tan vasto o llevarlo a una conclusión”.

Se puede estar de acuerdo o no con su sentido histórico, con su explicación de la realidad pasada y presente, pero resulta imposible negarle esa capacidad maravillosa y cada vez más escasa de explicar en un todo comprensible la caótica realidad en que vivimos. Como bien resumió Judt, Hobsbawm “escribe historia inteligible para lectores cultos”. Es lo que atestigua su trilogía del largo siglo XIX; La era de la revolución, La era del capital y La era del imperio; y su otro texto seminal, Historia del siglo XX. Estos cuatro libros explican y le dan sentido de forma global a la elusiva y compleja época contemporánea. 

Hobsbawm representó la posibilidad de una historiografía que aspiró a grandes relatos y que, por lo mismo, está en concordancia con su militancia ideológica, el marxismo, de la que nunca renegó. Y es aquí donde comienza el escozor de algunos intelectuales que han criticado su voluntariosa militancia. De hecho, Hobsbawm nunca asumió en forma decidida el costo humano que implicó el sueño de la Revolución de Octubre.  

Por lo mismo, es curioso que la fama de Hobsbawm haya aumentado en la medida en que el marxismo se hundía en la noche de sus tiempos. Visto desde el siglo XXI, la defensa de Hobsbawm de la otrora exitosa ideología tiene algo de museografía, especie de reliquia que uno visita, pues sabe que, justamente, algo ahí murió. Sin embargo, el historiador británico se empecina en hacernos ver que el marxismo sí continúa siendo una carta válida para este nuevo siglo. Tal fue la apuesta que hizo en Cómo cambiar el mundo, su último libro, con una portada que ilustra la imagen pavorosa de un bolchevique tamaño Godzilla (¿Lenin?) que avanza a pie firme sobre San Petesburgo. Esta majadera defensa de un nuevo marxismo para el siglo XXI le valió por estos días un artículo que bien lo retrata: “Gran historiador, pésimo profeta”.

Con todo, la pregunta que estas críticas eluden es cómo Hobsbawm, a pesar de su silencio con la vergüenza de esta edad y sus pueriles profecías, logró convertirse en el historiador más leído y admirado de todo el siglo. Es probable que esta paradoja del pensamiento de Eric Hobsbawm -su genialidad como historiador para articular un gran relato de los siglos XIX y XX y su silencio respecto de los engendros del marxismo-, planteé disyuntivas éticas que también retratan nuestras propias opciones políticas: cómo ciertos sectores, no obstante haber profitado de excesos brutales de poder, aún así, sobreviven y gozan de prestigio. Ciertamente, es lo que sucede a nuestra izquierda que, náufraga de ideales, sigue gozando de un atractivo progresista que está más allá de toda duda. Pero también es la paradoja de nuestra derecha que en bloque se rindió a la brutalidad y hoy, no obstante, goza tranquilamente del discreto encanto del poder. En esto, lamentablemente, el viejo Hobsbawm no descansa solo.


In In memoriam (1917-2012) Sobre el historiador británico:
Eric Hobsbawm y la cultura popular

Su obra atravesó revoluciones y siglos. Entre otras cosas, se ocupó y dio importancia a la cultura popular, pero no sólo en sus estudios históricos, sino también en ciertos gustos, como el jazz.  

por Patricio Tapia 

En 2002, la celebración de los 50 años de la revista Past & Present -la prestigiada publicación inglesa sobre historia- contó con la conferencia inaugural a cargo de uno de sus fundadores, Eric Hobsbawm, ya convertido en probablemente el historiador más respetado de su país y uno de los más leídos del mundo. Decía entonces: "Aunque la vida se ha alargado sustancialmente en el medio siglo pasado, toda persona de 85 años es todavía una rareza estadística. Mi grupo etario representa menos del uno por ciento de la población mundial. Por virtud de la edad, él o ella es también una fuente histórica".
Diez años más tarde, cumplidos los 95, Hobsbawm era estadísticamente mucho más excepcional, no sólo como persona. Aunque se consideraba, esencialmente, un historiador sobre el siglo XIX, escribió sobre otros siglos con una capacidad abarcadora y un cosmopolitismo sin precedentes. Su gusto por el detalle, que ahora se alcanza con grandes archivos y un equipo de ayudantes, lo desarrollaba en solitario: él leía sus libros y manejaba su información. Hasta sus últimos días estaba al tanto de los estudios recientes y escribía. Con su muerte, se pierde uno de los grandes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX y un historiador brillante.
Cambios históricos
Nacido en Alejandría en 1917, hijo de padres judíos, Eric Hobsbawm quedó huérfano antes de los 15 años. Se trasladó con familiares a Berlín en 1931 (allí adscribe al comunismo), para establecerse en Londres en 1933. Estudió en la universidad de Cambridge y ya en esos años tenía la reputación de omnisciencia.
Él formó parte de un grupo de intelectuales que transformaron la manera de entender la cultura. Se declaraban marxistas, pero iban más allá de Marx en cuanto a la determinación puramente económica de lo cultural. Eran jóvenes académicos disidentes -historiadores como Christopher Hill, E. P. Thompson o el crítico Raymond Williams- que se interesaron en la cultura en un sentido amplio y, sobre todo, como algo que podía surgir "desde abajo", ser distinto a las maneras "civilizadas" de la "alta" cultura, desdeñosa de la supuesta ignorancia o salvajismo de los "rústicos". Ellos transformaron a la clase obrera y a la cultura popular en temas de análisis. Ayudaron -junto con otras escuelas contemporáneas- a reformar la historia entendida como chismes de constitucionalistas y recuento de reyes y reinas, en el estudio de la gente común y su enfoque en la historia social y económica. La creación de la revista Past & Present , en 1952, ayudó a propagar esas nuevas ideas en el ambiente histórico británico.
Hobsbawm podría verse como el "más ortodoxo", pues se interesaba mucho en la economía. Pero abordaba no sólo las industrias o las condiciones laborales, sino también los símbolos, rituales y mitologías de las clases bajas, así como la historia de las ideas. Podía preocuparse de sociedades secretas rurales y culturas milenaristas en la Europa del sur en "Rebeldes primitivos" (1959) o "Bandidos" (1969), como una suerte de "prehistoria" de la agitación social o de proscritos "justicieros", como Robin Hood. También escribió sobre la historia y cultura de la clase obrera.
Normalmente celebrado por el alcance y profundidad de sus conocimientos e intereses -que se extendían a casi todo-, logra un monumento a la claridad analítica, a la elegancia expositiva y a la pretensión global, con sus libros sobre el surgimiento del mundo moderno, su trilogía "La era de la revolución" (1962), "La era del capital (1975), "La era del imperio" (1987) y, como un apéndice magnífico, "Historia del siglo XX" (1994), cubriendo desde la Revolución Francesa hasta finales del siglo XX.
Hobsbawm es también conocido como un marxista impenitente y por su militancia comunista. Cuando sus amigos intelectuales abandonaron el Partido Comunista en 1956, con las revelaciones sobre las matanzas de Stalin, Hobsbawm permaneció allí. Su posición política le trajo incordios, pero su eminencia intelectual le dio independencia como para ser respetado por críticos del comunismo (Isaiah Berlin). Alguna vez escribió: "La comprensión histórica es lo que persigo, no el acuerdo, la aprobación o la simpatía".
Juventud y artes
En su historia del siglo XX, Hobsbawm se ocupa de la cultura popular, convertida ahora en masiva. Ve los cambios más notorios a través de la cultura juvenil como parte de una revolución cultural: la "juventud" pasó a verse no como una fase preparatoria de la adultez, sino casi como la culminación del desarrollo. Por lo mismo, empieza a dominar en las economías de mercado. Otra peculiaridad es su "internacionalismo", como podía apreciarse en la música, el cine y la moda. La cultura juvenil global en la sociedad de masas era la dominante.
Era una cultura populista e iconoclasta. La novedad en los años cincuenta fue que los jóvenes de clases media y alta, al menos en el ámbito anglosajón, empezaron a aceptar como modelos la música, la ropa y el lenguaje de la clase baja urbana. El rock, los jeans para ambos sexos (que puso en retirada la alta costura parisina), el lenguaje descuidado, las drogas y el sexo.
Aborda, asimismo, las artes, y cómo la creación de una industria del ocio destinada al mercado de masas, redujo las formas tradicionales del "gran arte". La tecnología las hizo omnipresentes: algunas se volvieron portátiles (como la música) y otras, cotidianas: las imágenes y el entretenimiento del cine podían verse en la televisión. Hubo un desplazamiento geográfico de los centros tradicionales de la cultura y se produjo una distorsión de los precios en el mercado artístico, además de su integración en la vida académica. En todo caso, para Hobsbawm, la época verdaderamente importante y revolucionaria en el arte fue previa a la Primera Guerra Mundial. Hacia los años treinta, la vanguardia se habría transformado en un evento social y habría muerto en los sesenta. Pero el cine siempre le interesó (y hace continuas referencias a él).
El jazz y la música
Junto a la historia y la política, Hobsbawm fue una figura importante en la introducción del jazz en Inglaterra. En sus memorias "Años interesantes" (2002), señala que en 1933 fue a ver, con un primo suyo, una actuación en Londres de la banda de Duke Ellington. Recuerda cómo, de vuelta a casa en la oscuridad, iba flotando mentalmente sobre el duro pavimento, capturado para siempre. Tuvo esa revelación musical, dice, a los 16 o 17 años, la edad del primer amor. "Pero en mi caso ella virtualmente reemplazó al primer amor, pues, avergonzado de mi aspecto y, por tanto, convencido de ser físicamente poco atractivo, deliberadamente reprimí mi sensualidad física y mis impulsos sexuales. El jazz trajo la dimensión de una emoción sin palabras, incuestionablemente física, a una vida, por otra parte, casi monopolizada por las palabras y los ejercicios del intelecto".
Empezó escribiendo crítica de jazz en 1947 y tuvo una columna mensual en The New Statesman desde 1956 hasta 1966, bajo el seudónimo de Francis Newton, las que importaban investigaciones sobre la discografía y bibliografía en torno a los músicos, así como asistir a presentaciones en clubes. Uno de sus grandes artículos es sobre Billie Holiday, en el que abordaba desde su particular modulación hasta su destino trágico. Consideraba que el jazz era una manifestación musical de resistencia. Escribió el libro "The Jazz Scene" (1959), desde sus orígenes africanos hasta su evolución más tardía.
En un artículo de London Review of Books , en 2010, recordaba sus años como crítico de jazz y reconocía su "espectacular fracaso en reconocer el potencial de los Beatles". Efectivamente, de manera ocasional, en The New Statesman , se alejaba de los blues a la música popular, como hizo en 1963 con los Beatles. De ellos señala que "mucho de su atractivo no tiene nada que ver con la música" y predice que en 29 años, nadie los recordará...
Hobsbawm ha de ser recordado, probablemente más allá de 29 años, como un historiador fundamental de la época, alguien que arrojó una nueva luz sobre el pasado, desde las protestas rurales a la "invención de tradiciones". Como alguien que vio, antes que muchos otros, que lo popular calificaba de algún modo como cultura y que los cantos rudos de los pobres en sus tabernas eran tan significativos como los fastos y protocolos de la corte de un rey.
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Hobsbawm logra un monumento a la claridad analítica, a la elegancia expositiva y a la pretensión global, con sus libros sobre el surgimiento del mundo moderno.

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