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Las historias familiares no son distintas en su estructura a la fabulación novelesca...‏



Familias

Me he dado cuenta de que casi todas las personas necesitan proyectar una edad de oro en sus biografías, un tiempo mítico que muchas veces se ha verificado antes de su nacimiento y donde predominaban los valores clásicos: poder, magnanimidad, fastuosidad...  

Por Roberto Merino
Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 14 de octubre de 2012
 
La famosa observación de Tolstoi sobre las familias felices y las desdichadas no deja de ser una efectiva construcción retórica. Se podría afirmar con igual efectividad, por llevarle la contra, que todas las familias desdichadas se parecen y que muchas familias felices lo son de una manera peculiar. Si uno revisa, por otra parte, la historia de cualquier familia, encontrará tantos momentos de dicha y de fracaso repartidos en las circunstancias existenciales de tantos individuos, que le resultará muy difícil elaborar teorías generales.
Yo puedo establecer momentos felices e infelices en mi vida familiar, pero no me alcanza para decir que mi familia se perfile de alguna manera en especial. Si me pongo a pensar, detecto en ella una galería de situaciones similar a la de cualquiera otra: períodos de esplendor, quiebras, pasiones, enfermedades, desplazamientos territoriales, reajustes sociales, disgregación de sus miembros. Aprendí a ser feliz bajo su manto alguna vez, pero se trataba de un refugio condenado a desmantelarse sin aviso. Del modelo familiar uno saca para siempre las caras opuestas de la protección y del abandono.
Me he dado cuenta de que casi todas las personas necesitan proyectar una edad de oro en sus biografías, un tiempo mítico que muchas veces se ha verificado antes de su nacimiento y donde predominaban los valores clásicos: poder, magnanimidad, fastuosidad plenamente justificada. Otros construyen sus relatos con elementos alternativos: pobreza digna, comunión con la naturaleza, sabiduría rústica.
Ibsen proyecta, en El pato salvaje , la imagen de una familia que fue feliz mientras duró un entramado de mentiras o, por decirlo con mayor precisión, de deliberados ocultamientos de hechos inconvenientes. A esto se le sumaba una tendencia fantasiosa que se revelaba en las cacerías que padre e hija realizaban en el recinto de un desván. Tuvo que aparecer un moralista, dueño y amante de la verdad, para tironear el telón de las ilusiones y dejar a esa pobre gente enfrentando una escena horrible en el espejo. Los Ekdal eran felices de una manera extravagante y única. El modo en que los destruyó el infortunio es, en cambio, reconocible para la mayoría de los casos.
Edwards Bello cuenta en alguna parte que en París, en los años diez, acompañó a un joven chileno a comprar un retrato de una desconocida. Años después, en Chile, este señor presentaba a la mujer del retrato como su bisabuela. Una familia es una ficción colectiva que se va espesando con el tiempo. Como toda ficción, se alimenta de elementos reales y de una poderosa carga de imaginación. Muchas novelas no son más que la trasposición de ese relato familiar procesado de antemano. Las historias familiares no son distintas en su estructura a la fabulación novelesca.

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