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Vargas Llosa: La civilización del espectáculo - un desencanto meditado‏



Un desencanto meditado

Aunque personal, la reflexión "vargasllosiana" se instala en una familia de trabajos que, como el suyo, arriesgaron en el curso del último siglo una panorámica de la situación de la sociedad y del rol de la cultura en ella. 

por Pedro Gandolfo
Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 14 de octubre de 2012
 
Paralela a su prolífica y ampliamente reconocida trayectoria como narrador, la voz del Mario Vargas Llosa ensayista ha sido desde hace décadas un referente destacado en los debates de la actualidad política y cultural de Latinoamérica y Europa. Heredero de una larga tradición de hombres de letras que, como él mismo lo recuerda en el primer capítulo de su ensayo, desde Cicerón y Platón hasta Russell y Camus han desbordado el ámbito restringido de sus obras para involucrarse en la vida pública de sus respectivas sociedades, el peruano apuesta aquí por reivindicar la figura del intelectual, un "personaje que desde hace siglos y hasta hace relativamente pocos años desempeñaba un papel importante en la vida de las naciones". Es precisamente ese papel el que Vargas Llosa procura encarnar al proponer una reflexión personal en torno al estado, para él absolutamente crítico, de la cultura en nuestros días.
Aunque personal, la reflexión "vargasllosiana" se instala en una familia de trabajos que, como el suyo, arriesgaron en el curso del último siglo una panorámica de la situación de la sociedad y del rol de la cultura en ella. Consciente de esto, Vargas Llosa inaugura su ensayo haciendo una somera revisión de los principales trabajos que inspiraron La civilización del espectáculo : las figuras de T.S. Eliot, George Steiner, Guy Debord, Frédéric Martel, Gilles Lipovetsky y Jean Serroy son conjuradas como antecedentes de su tentativa y, cual más cual menos, como modelos de lo que él mismo pretende articular. La convicción fundamental sobre la que se afirma su perspectiva es que "la cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer", o al menos se ha metamorfoseado radicalmente respecto de lo que se entendía como tal en los años de su formación intelectual.
¿Qué explica dicha metamorfosis? ¿Bajo qué condiciones ha sido posible que un ámbito como el de la cultura -que para un escritor como Vargas Llosa, dotado de un intenso sentido cívico, es tan esencial que resulta determinante para el mosaico completo de las relaciones sociales- haya llegado a un estado de tal precariedad que es posible avizorar el momento de su inminente desaparición? Son estas interrogantes, planteadas con una urgencia que, a ratos y pese a la serenidad irrenunciable con que avanza la argumentación "vargasllosiana", se torna en verdadera angustia o desesperación, las que movilizan su ensayo. Podría hablarse, si no de una actitud derechamente catastrofista, sí al menos de un cierto pesimismo: el desencanto que se desprende de una postura tradicionalista para la cual las transformaciones que han experimentado todas las esferas de la sociedad en el último medio siglo son sinónimos de decadencia y declinación.
El diagnóstico general propuesto por Vargas Llosa es claro: somos lo que él llama una "civilización del espectáculo" porque hemos convertido "al entretenimiento pasajero en la aspiración suprema de la vida humana". No existiría, a fin de cuentas, ningún ámbito que en nuestros días no haya sucumbido ante dicha necesidad de hacer de cualquier manifestación humana un pasatiempo evasivo, una diversión vacía de sentido y de profundidad. El auge de la prensa amarillista, el imperio de las redes virtuales y de la televisión, la banalización casi absoluta de la actividad artística, la extinción del erotismo en aras de una sexualidad básica y meramente instintiva, el empobrecimiento de la política, la supremacía de las imágenes por sobre las ideas, los estragos del posmodernismo en el terreno de las humanidades: son, entre otras tantas, las pruebas blandidas por el ensayista a la hora de demostrar la crisis que experimenta la cultura en nuestro tiempo, la demostración de que ésta se ha convertido en "un fantasma inaprensible, multitudinario y traslaticio".
Tanto en el cuerpo de su reflexión como en la selección de artículos de prensa que incluye el libro al final de cada capítulo, la escritura ensayística del peruano se muestra siempre informada, al tanto del acontecer político y social, en extremo lúcida y rebosante de erudición y sensatez. Su crítica contra el "lenguaje abstruso" y la "tiniebla expresiva" que reinan en el circuito de las humanidades, donde imperan hoy el hermetismo elitista y la pretensión de cientificidad, encuentra en su propio estilo una alternativa: su ensayo está escrito en un lenguaje sobrio, ameno, rico en vocabulario pero sin efectismos que impidan hacerlo accesible a cualquier lector. Lo cierto es que, al margen de que se compartan o desaprueben los planteamientos del manifiesto moral que quiere ser La civilización del espectáculo , al menos una cosa es incuestionable: el libro es un ejemplo admirable de honradez intelectual por parte de un escritor que sigue creyendo en el compromiso de la literatura y en su capacidad de cuestionar el orden de un mundo en el que, por cierto, no todas las cosas andan bien.
El diagnóstico general propuesto por Vargas Llosa es claro: somos lo que él llama una "civilización del espectáculo" porque hemos convertido "al entretenimiento pasajero en la aspiración suprema de la vida humana".

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