La gran guerra
por Liberty Valance
Diario El Mercurio, Sábado 20 de Octubre de 2012
Seamos serios y estudiosos, porque estamos hablando de la guerra.
Diario El Mercurio, Sábado 20 de Octubre de 2012
Seamos serios y estudiosos, porque estamos hablando de la guerra.
Gengis Kan, el grande, conquista medio mundo y su imperio se extiende desde las playas de China hasta Estambul. En esa magnífica y atronadora campaña bélica, ¿usted cree que pensó en si ese tártaro tenía los gustos del Volga y ese otro tártaro las costumbres de Crimea? ¿O si eran del bando merkita o kiute? ¿O si estos mongoles sí y estos otros mongoles no?
¡Nunca!
¡La guerra es la guerra y no hay nada menos discriminatorio, porque en esa hora crucial, todos matan por igual!
Excusen el vuelo y sonoridad de la frase, que además termina en verso, pero así está escrito en la historia del hombre.
Acá no existe la pequeñez de si es heterosexual u homosexual.
Gengis Kan lo dijo: mongoles todos.
Y así fue, unos y otros cabalgan con la misma gallardía y bravura. Cortan cabezas al unísono. Brilla el hierro en sus espadas y ojos. Vean cómo destripan y matan. Compartan su sed de sangre.
Suena duro, pero no hay otra: así es la conquista y la guerra.
Guerra de Arauco. Lautaro en armas, ya acabó con Pedro de Valdivia y cabalgan el capitán Juan Gómez y trece españoles, son los Catorce de la Fama. Seis eran de un equipo, siete del otro, de Gómez nunca se supo y todo eso es insignificante, porque los mataron de a uno y murieron como hombres.
Caballo de Troya. Odiseo pone la idea y pide voluntarios: Peneleo dice yo, Idomeneo lo acompaña, Podalirio no se pierde la acción y así van, pasan y se acomodan como pueden, apretujados y unos encima de otros, dentro del caballo de madera: Cianipo, Anfímaco, Macaón, Filoctetes, Teucro y claro que hay de varios tipos y gustos, pero todos arrojados y a punto de lograr la hazaña.
Guerra de las Rosas. Ahora en el siglo XV. La Casa Lancaster, rosa roja, contra la Casa York, rosa blanca, por el trono de Inglaterra.
¿Alguien cree que los soldados de York o Lancaster, por ser homosexual o heterosexual, son más o menos valientes?
Por supuesto que no. Comparten coraje, estrategia y rabia.
Miren cómo tensan el arco y con su flecha atraviesan gargantas enemigas.
Digan cómo sube y baja el mazo sobre los pechos rotos y armaduras destrozadas.
Jamás olviden su destreza con el hacha y la determinación cruel que hace ganar batallas.
Playa Omaha. Día D. Apiñados en la lancha anfibia, mojados los marines, empapados los rangers y los remecen las explosiones, el miedo y el agua. Van a la misma cabeza de playa y nada ni nadie los puede diferenciar
¿Alguien cree que Atila preguntó algo o quiso saber o se hundió en sospechas despreciables? Simplemente atacó, para que el pasto y los enemigos sufrieran.
¿O que Escipión, el Africano, iba a poner en duda su victoria en Cartago, por asuntos tan miserables y poco estratégicos, como la discriminación o el prejuicio?
Bien sabía Gengis Kan, Lautaro, el capitán Gómez, Odiseo, Escipión o Atila, que la guerra iguala y el campo de batalla es generoso. Sin distingos ni miserias, porque a la hora de combatir y luchar, los homosexuales y heterosexuales son calcados en cepa, bravura e instintos.
Digamos, para finalizar y no mentir, que a veces las guerras se pierden.
Y cuando eso ocurre no hay diferencias y son lo que son: hombres que huyen, gritan despavoridos y mienten por su vida.
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