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La ficción versus la planitud de lo hiperreal



Las teleseries de los años 70 son los clásicos del género. Hoy día, en cambio, asistimos a una pérdida de poder o de prestigio de la ficción, así en la "paz" de la literatura, como en la "guerra" bochinchera y sentimentaloide de la teleserie.  

por Mauricio Electorat 

Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 14 de octubre de 2012

Confieso que soy un nostálgico de las teleseries de antaño. Nací a comienzos de la década del 60 y por lo tanto mi memoria cultural está hecha de libros, pero también de imágenes y, entre éstas, las que ofrece la televisión ocupan un lugar nada desdeñable. Nadie que ande por la cincuentena puede decir que no se acuerda de Muchacha italiana viene a casarse , de Nino, La gata o Sol tardío . De alguna manera, esas teleseries de los años 70 y 80 forman parte de lo que se podría llamar nuestro "acervo televisivo" que es, a su vez, parte importante del acervo cultural de cualquier sujeto nacido desde la segunda mitad del siglo XX en adelante.
Las teleseries pueden ser asimiladas a una experiencia de lectura, pues, como el cine, son narraciones. Las aventuras de Valeria, en Muchacha italiana ...; las desdichas de Bianca, en Nino -que mostraba, como rezaba su subtítulo, "las cosas simples de la vida"- tuvieron el mismo impacto en nuestra formación cultural que el que pueden haber tenidoLos tres mosqueteros o Los misterios de París en los lectores del siglo XIX. Las teleseries para los que fuimos adolescentes en la modernidad tardía (por emplear un término que no le hubiese desagradado a Arturo Moya Grau) estructuraban el mundo tanto como lo estructuraron series como Los intocables , Ironside o Viaje a las estrellas ... (Entre paréntesis, nunca olvidaré la impresión que me causó conocer a Álvaro Mutis, a mediados de los años 90: para mí era el autor de Maqroll el gaviero y de todas esas magníficas novelas de aventuras y mares. Los franceses lo idolatraban porque Álvaro debe haber sido el último escritor latinoamericano que había leído y recitaba de memoria pasajes de las, precisamente, Memorias de ultratumba de Chateaubriand, entre otras rarezas. En mí caso, la admiración literaria se transformó en idolatría cuando me contó que él era el narrador en español de Los intocables y como no le creí de inmediato comenzó a relatar, con esa voz que surgía desde lo más remoto de mi adolescencia, la introducción de uno de los capítulos).
Personalmente -y no sé a quién pueda interesar, pero en fin- llegué a la literatura como llega todo el mundo: por el colegio, claro. Pero hay una segunda vía, que es mucho más personal y, diría, en el caso de los escritores, quizá más importante -y a veces hasta vergonzante-, una especie de "camino ratonero" que en mi caso va de las novelas policiales de Perry Mason a El astillero , de las de Corín Tellado, que traía la revista Vanidades, a La casa verde . Y si me dieran a elegir un solo libro por el cual fui escritor, ese libro sería, con toda honestidad, Corazón , de Edmundo de Amicis. Ocurre que la (mal) llamada subliteratura (y en esto incluyo a la telenovela) despierta el gusto y el apetito por el relato y, cuando uno contrae ese vicio, puede ir de Agatha Christie a Kafka (y volver).
Las teleseries de los años 70 son los clásicos del género. Hoy día, en cambio, asistimos a una pérdida de poder o de prestigio, como se quiera, de la ficción, así en la "paz" de la literatura, como en la "guerra" bochinchera y sentimentaloide de la teleserie. En buen chileno, diríamos que la ficción "ya no se lleva". En la televisión, impera el "reality" o el "docureality". El reality tiene la carga hiperrealista del documento, pero desprovisto de toda dimensión intelectual (y, por supuesto, imaginativa). Como la pornografía, examina, agrandándola, una sola dimensión y apela al voyeurismo (social, en este caso). Ya se trate de parejas de enamorados o de la familia de una ex miss Chile, el reality es la degradación absoluta de la ficción: el espectador no está en la alteridad, sino en una relación especular y masturbatoria consigo mismo. Pero no tiene nada de extraño que esta sea la forma narrativa propia de una época en la que se ha anulado la distancia indispensable a cualquier narrativa; lo que cuenta hoy es el espectáculo de lo inmediato y la incitación morbosa a mirarnos en el espejo. La condición esencial de toda ficción es el otro; cuando el otro desaparece nos quedamos solos... y condenados a la planitud de lo hiperreal.

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