WELCOME TO YOUR BLOG...!!!.YOU ARE N°

¿En qué dios habrán creído?


por Joaquín García Huidobro
Diario El Mercurio, Domingo 14 de Octubre de 2012

Joaquin-Garcia-Huidobro.jpg
Si alguno piensa que Benedicto XVI es un viejito lastimero que se dedica a llorar lo mal que está el mundo y las tribulaciones por las que pasa la Iglesia , se equivoca por completo.
El proyecto más importante en que está metido el Papa en este momento es el "Año de la fe", que comenzó el pasado 11 de octubre. Se trata de un proyecto que apunta a uno de los males principales que afecta a nuestro tiempo: el aumento del ateísmo y el debilitamiento de la fe de muchos creyentes. Es un mal que no resulta tan espectacular como la crisis de la educación, los abusos sexuales, la crisis del Euro o el calentamiento global, pero que afecta nada menos que a las razones para vivir.
¿Por qué la gente deja de creer en Dios? La respuesta es menos obvia de lo que parece. El origen del problema está muchos años antes que el momento en que alguien dice: "He dejado de creer".
El problema no está en el momento en que se abandona a Dios, sino en el Dios mismo que se abandona: "¿En qué dios habrán creído los que dejan de creer en él?", dice Gómez Dávila.
Detrás de buena parte del ateísmo contemporáneo hay una idea, a mi juicio, equivocada de Dios. ¿Por qué no impidió el huracán Katrina?, ¿por qué no salvó a las mujeres bosnias antes de que las violaran?, ¿por qué no respondió a las oraciones de unos padres que pedían por su hijo con leucemia? "Porque esos padres, mujeres y damnificados estaban llamando a un amigo imaginario", dicen algunos ateos.
En Todavía, la maravillosa novela de Carlos León, uno de los personajes, impactado por una horrible tragedia, pregunta cómo puede Dios permitir algo semejante: "porque no existe", es la escueta respuesta del protagonista.
Esa respuesta tiene grandeza. Muchos de nuestros ateos quieren tanto a Dios, le tienen tamaño respeto, que para salvarlo de la acusación de injusticia, de permitir tanto mal como encontramos en nuestro mundo, lo declaran inexistente. Es el ateísmo como protesta moral, como rebelión ante el hecho del mal en el mundo, del que ha hablado Benedicto XVI con un enorme respeto.
Sin embargo, con toda su grandeza, ese ateísmo padece de lo que podríamos llamar el "síndrome del superhéroe".
Los superhéroes son personas como nosotros, pero que tienen unos poderes extraordinarios. Y hacen lo que haríamos nosotros si tuviésemos la capacidad de realizarlo: vuelan a recoger un tren descarrilado que va cayendo por un precipicio, o detienen las balas disparadas por un asesino. Nos gustan los superhéroes porque, mediante sus hazañas, nos hacen pensar que superamos nuestra propia impotencia.
Todo eso está muy bien para el mundo de los cómics, pero es mala teología. Dios está muy lejos de ser un Supersupersuperman, es decir, un ser que tiene todos los poderes, pero que, en último término, razona como nosotros. Así, declarar su inexistencia simplemente porque no actúa de la misma manera en que lo haría un buen hombre, es un error profundo.
Por eso, la idea de un "Año de la fe" nos pone enfrente la noción misma que tenemos de Dios. Decían los medievales que de Él "sabemos más aquello que no es que lo que es". No tenemos la más mínima idea de cómo razona una Inteligencia infinita. Lo único que sabemos es que no resulta sensato reprobarla porque no se conduce como lo haríamos nosotros.
Creer o no creer en Dios no es todo, pero es la cuestión más importante que se puede plantear. Si Dios no existe, los creyentes somos como esos viajeros del desierto que, muertos de sed, se lanzan a correr detrás de un espejismo. Es una situación bastante penosa. Podrán compadecernos y tratarnos con respeto, pero estamos lejos de ser un modelo envidiable.
Pero también cabe la posibilidad de que Dios exista. En ese caso, bien podremos mostrar muchísimos ateos honorables: todos conocemos un buen número de ellos. Pero al dar una respuesta equivocada a la pregunta más importante, esas personas habrán dejado sin desarrollar un aspecto muy relevante de sus vidas, lo que es lamentable.
En ambas posiciones podemos encontrar grandes rasgos de nobleza, pero no son equivalentes. Una de las dos está equivocada. Considerarlas iguales es un insulto a la inteligencia y a las vidas de todos los que han dedicado su existencia a afirmar el valor de una u otra postura. Es una ofensa contra Platón, Epicuro, Agustín, Descartes, Marx, Kierkegaard y Sartre.
En ese delito de lesa humanidad incurrimos los creyentes, cuando afirmamos a Dios, pero vivimos como si Dios no existiera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS