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Borghi traicionó al Bichi que todos conocíamos‏



Borghi traicionó al Bichi que todos conocíamos
por Esteban Abarzúa
Diario Las Últimas Noticias, sábado 13 de octubre de 2012

Helenio Herrera decía
que cada partido es una historia,
pero en Chile, desde hace un tiempo,
cada partido de la Selección es una histeria.

La tendencia quizás comenzó mucho antes,
cuando a algún iluminado se le ocurrió
que la mejor generación de jugadores
de nuestra famélica historia futbolística
sólo necesitaba un entrenador
para que firmara las planillas.

Estas cosas pasan cuando el objetivo principal,
de un gobierno o de una federación deportiva,
es minimizar los logros que estuvieron antes:
Marcelo Bielsa ya no está, es cierto,
pero hoy está más presente que nunca;
en el recuerdo de un estilo y de un equipo
que lo hacía todo fácil, que jugaba 
para adelante y que especialmente, 
daba gusto verlo hasta cuando perdía.

Bielsa ya no está, hay que repetirlo
cuantas veces sea necesario,
pero seguimos pendiente de las razones 
que pavimentaron su salida.

Nos dijeron que la Roja jugaba sola
y hoy estamos enfrentados a esa falacia
con el dolor de nuestras redes.

El puesto de Claudio Borghi,
el reemplazante de Bielsa,
está siendo administrado
hasta nuevo aviso 
por otro reemplazante
que iba pasando por ahí,
y la Roja de todos
en esta pasada
dejó de ser de todos:
está sola y no se sabe a qué juega; 
está sola y llena de jugadores
que se sienten solos o mal acompañados,
mal preparados y cada uno para su santo.

Cada partido es una historia
y eso quiere decir 
que también es una oportunidad
y que un planteamiento
puede ser muy bueno
cuando los jugadores
hacen lo que les piden,
pero de entrada
hay que pedirles algo.

Ahí hay un problema serio
de la era de Borghi,
cuando les pide a
Vidal, Sánchez y Fernández
que jueguen de Vidal, 
de Sánchez y de Fernández,
respectivamente.

O sea, que hagan lo que saben,
lo cual el futbolista chileno
siempre traduce cómodamente
como hacer lo que quiera.

La distancia entre eso 
y lo que se pueda 
o lo que salga es muy corta.

Lo peor, ya está dicho,
es que Borghi no estaba en la banca,
por lo visto tampoco en la cancha,
y uno tiene derecho a preguntarse
dónde estaba, porque hasta que Ecuador 
se puso arriba en el marcador
Chile se paró a defender 
casi a la altura de los reporteros gráficos.

Demasiado atrás para
cualquier equipo de Borghi.

¿Donde está el fútbol alegre
y despreocupado del Bichi
que todos conocimos?

¿En qué momento
Borghi dejó de ser Borghi?

¿O, en realidad, volvió
el Borghi de aquellos tiempos
en que él mismo jugaba y favorecía
los mecanismos de su propia destrucción,
el Borghi del Milan y de Colo Colo 92?

Como resultado 
de todas estas menudencias,
ahora Chile tiene entre manos
un equipo sin contornos
que entra al campo a jugar
partidos que no existen
y que, llegado el momento,
no tiene quién se haga cargo
de la histeria competitiva
que nos convoca.

Los fabricantes del Titanic
pensaban algo parecido
de su creación:
que podía navegar solo.


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