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El amor sin recuerdos de Carlos Massad

 
Lleva 61 años junto a Lily, su mujer. Pero hace más de diez que ella tiene alzheimer. Aquí, el ex presidente del Banco Central abre este íntimo capítulo de su vida: "Fue un amor muy largo... lo sigue siendo", dice.   

Sabine Drysdale retrato sergio lópez 
DIario El Mercuriom

Lily era la hermana de un compañero de colegio del Instituto Zambrano, donde estudiaba la básica. La conoció cuando iba a su casa en Maipú a fabricar herbarios e insectarios para las clases de Ciencias Naturales. En la calle Meiggs, donde él nació y sus padres de origen libanés tenían un pequeño negocio, no había nada de eso; ni insectos, ni flores. Había bolitas, pichangas con pelota de trapo y algo de violencia urbana. 

De Lily le gustaron sus ojos azules, su sencillez, su manera acogedora. Y aunque sus padres hubieran preferido que buscara enamorada dentro de la colonia, le pidió pololeo mientras bailaban en una fiesta de matrimonio. Ella le dijo que sí. Fue un quince de agosto de hace 61 años. 

-Fue un amor muy largo -dice Carlos Massad una mañana de septiembre, sentado en su oficina de la calle Pedro de Valdivia, donde, a los 80 años, aún se ocupa de algunos directorios y negocios durante las mañanas. Pero rápidamente corrige lo que acaba de decir:

-Lo sigue siendo. 

Lily, como le dicen a María Lidia Guzmán, la mujer del brillante economista de Chicago, del político democratacristiano, del ex ministro de Salud de Frei Ruiz-Tagle, del ex presidente -dos veces, una con Frei Montalva y otra con Lagos- del Banco Central; Lily, la madre de sus cinco hijos, la persona más importante de su vida, vive, pero no recuerda. 

Carlos Massad se echa para atrás en su asiento y baja el tono de voz:

-A fines de 2001 me di cuenta de que ella repetía ciertas preguntas que acababa de hacer, o volvía a decir cosas que acababa de decir. No le di mucha importancia. 

Se lo comentó a sus hijos, quienes se percataron de lo mismo. 

Desde ahí, la enfermedad evolucionó tal como se lo dijo el médico. Y el médico le dijo que el alzheimer llegaba a su punto máximo en unos diez años. Que había etapas difíciles, una en que la persona se pone agresiva, otras en que se quiere ir de la casa porque la desconoce y cree que su casa es la de la infancia. Luego los enfermos pierden la capacidad de coordinar el movimiento. No pueden alimentarse ni asearse por sus medios, tampoco caminar. Dejan de coordinar lo que piensan con lo que dicen y no se entiende lo que hablan. 

Lily lleva más de diez años diagnosticada y ha pasado por todas estas etapas, salvo una.

-Nunca se puso agresiva. No tenía alma de agresiva. No estaba en sus genes.

"Un turco" en el Banco Central

Carlos Massad escribía su memoria en el Instituto de Economía de la U. de Chile, donde era ayudante, a fines de 1955, cuando el doctor Hermann Max le ofreció trabajar en el Banco Central. Llevaba cuatro años pololeando con Lily y esta oportunidad de trabajo le daba la seguridad económica para casarse. Fijaron la fecha para mayo del 56. Sin embargo, pasaron los meses y la oferta de trabajo de Max no se concretaba. 

-Como era tan importante para mi fui a hablar con él. Me dijo: "Mire, hombre, lamento tener que decirle que no vamos a poder cumplir lo que yo le había ofrecido".

Volvió a su trabajo en el Instituto de Economía, donde rápidamente fue ascendido. Varios años después, un amigo economista, Eduardo García D'Acuña, lo llamó para contarle por qué no fue contratado en el Central. 

-Fue porque el presidente del Banco dijo que jamás entraría un turco al Banco Central. 

-¿Le dolió?

-Me molestó un poco. Pero cuatro años más tarde yo llegaba al Banco Central como vicepresidente y dos años después era presidente -dice sonriendo.

Tras el trabajo fallido, fue ascendido a coordinador del Instituto de Economía bajo la dirección del destacado economista austriaco Joseph Grunwald. Fue él quien le recomendó tomar la oportunidad de ir a estudiar un Master of Arts a la Universidad de Chicago, que entonces buscaba alumnos chilenos para becar. Quedó seleccionado y partió con Lily recién casado y esperando a su primera hija. 

-Vivíamos en una casita del tamaño de esta pieza, donde el baño no tenía lavatorio. Como la beca era limitada y yo no tenía ingresos, Lily cuidaba guaguas, paseaba perros, lavaba ropa, hacía 20 mil cosas para ayudar. También se encargaba de la casa. Es una mujer muy de su casa, a veces se iba al supermercado estando así -dice mostrando una enorme barriga con sus manos- y volvía arrastrando un carrito que habíamos comprado para no tener que pagar taxi. Era de un sacrificio espectacular. 

-¿Qué hacía un hombre como usted en Chicago?

Se ríe. 

-Descubrí en Chicago que uno podía ser lo que quisiera. Podía afianzar convicciones libremercadistas o buscar instrumentos para trabajar en otras concepciones.Chicago es una universidad que puedes aprovechar en la dirección que tú decidas, porque no te vende una moral. Lo que pasa es que algunas de las personas más destacadas de Chicago han sido libremercadistas a ultranza como Milton Friedman, que fue mi profesor. Era gran tipo, Milton. 

Recuerda una de sus clases en pleno invierno, nevado y con temperaturas bajo cero. Un guardia de la universidad interrumpió la clase de Friedman para avisar que Lily estaba dando a luz en las dependencias de la universidad. Carlos Massad salió de la clase corriendo en camisa. Un amigo salió tras de él con la parka olvidada. 

-Milton Friedman preguntó: "¿Este niño tiene dos papás?".

De regreso en Chile fue designado por Eduardo Frei Montalva, a quien había asesorado en la parte económica en su campaña, como presidente del Banco Central.

-Me preguntó a quién nombrábamos como vicepresidente. Yo le dije: "El que mejor entiende del Banco Central es Jorge Cauas". Pero también le advertí: "Presidente, va a tener dos turcos en el Banco Central" -dice riendo. 

Carlos Massad disfruta contando anécdotas de esos años, como cuando el entonces candidato Frei Montalva le pidió su casa en Maipú, donde se instalaron de regreso de Chicago, para preparar el discurso final de su candidatura que daría en la Alameda. Para la hora del té, Lily preparó una torta de bizcochuelo cubierta con crema y duraznos en conserva. Frei tomó un tenedor y sacó todos los duraznos que decoraban la torta. 

-Perdone, dijo, pero los duraznos en conserva son mi gran debilidad. Ahí se empezó a interesar Lily por la política -cuenta Massad entre risas. 

El golpe de Estado lo vivió en Estados Unidos, donde trabajaba para el FMI. 

-Sabía que la situación económica y social en Chile se había polarizado hasta el punto de ser casi inmanejable, de modo que el golpe no me sorprendió y había que tratar de sacar el país adelante. Lo peor que uno podía hacer en ese momento era que el país se fuera al diablo. 

Fue entonces, en noviembre de 1974, que aceptó la invitación del ministro de Coordinación Económica y Desarrollo, Raúl Sáez -que antes había sido asesor económico y ministro de Hacienda de Frei Montalva- para trabajar con él. 

-Le ha traído problemas haber sido funcionario del gobierno de Pinochet.

-No. 

Pero no duró mucho. En diciembre de 1975 expulsaron de Chile al político DC Hernán Fuentealba. Indignado, Massad fue a hablar con Pinochet. 

-Fuentealba era políticamente muy activo, pero no era un terrorista ni mucho menos. Lo fueron a buscar a su oficina, le rompieron los anteojos, lo metieron a un avión y lo mandaron fuera de Chile sin siquiera avisarle a nadie. Pinochet me dijo que había sido un error y que se iba a corregir, pero en febrero no pasó nada, en marzo nada, así que envié mi carta de renuncia por causales de Derechos Humanos. 

-¿Fue perseguido?

-No de forma obvia. 

Dormía un fin de semana en su casa de Charles Hamilton, en Las Condes, a la que se había mudado con Lily y sus cinco hijos, cuando recibió un extraño llamado de un vecino un domingo en la mañana, que le pedía ir a su casa a ayudarlo a resolver un problema familiar urgente. 

-Llegamos con Lily y él nos dice: "Ustedes no se mueven de aquí". 

Su abogado había visto por casualidad una orden de detención en contra de Massad. 

-Pasé un mes escondido en casa de amigos pinochetistas, pero amigos de todas maneras. Ahí no nos irían a buscar. Lily eligió quedarse conmigo. Estuvo todo el tiempo conmigo, no me dejó ningún rato.

-¿Y los niños? 

-Quedaron en la casa con las nanas. 

-Qué incondicionalidad. Estaba usted antes que todo. 

-Sí, claro. Y se los dije a mis hijos cada vez que en sus matrimonios me pidieron que pronunciara unas palabras: Primero está la pareja, después están los hijos, pero no es una preferencia débil, es una preferencia fuerte. Cuando uno sigue en pareja por los hijos, la pareja está destruida.

-¿Y usted nunca se fue a dormir al sofá?

-Noooo. Jamás. Si nunca tuvimos una pelea. Nunca.

Enfermedad en secreto

Lily no sabe, nunca sabrá, que padece alzheimer. Ni su marido ni sus hijos la confrontaron con esos pequeños olvidos, con esas preguntas repetidas, que ella parecía no advertir. 

-Jamás se me habría ocurrido decirle "cómo repites eso". Tiene que ver con el cariño. Si tú tienes una relación de negocios con la señora, tú le dirías: "No digai huevadas, hasta cuándo". Pero yo te aseguro, jamás nos dijimos un garabato entre nosotros. ¡Nunca!

Ella aceptó hacerse un chequeo médico con un neuropsiquiatra de confianza, Sergio Ferrer, a pedido de su marido, quien le dijo que él también se haría uno. El doctor le dijo al economista, en privado, que se trataba de alzheimer. Sin que ella supiera a lo que iba, Carlos Massad la llevó entonces al instituto de neurocirugía de la Universidad de California, donde le confirmaron el diagnóstico de esta enfermedad progresiva y terminal. 

-Tuve una larga conversación con nuestro médico para decidir si había que decírselo o no. Me dijo que como médico pensaba que un enfermo tiene que conocer siempre lo que tiene, pero que como marido no estaba seguro de que fuera la cosa más sabia, porque no sabemos nada de cómo parar esta enfermedad. Si hubiera acciones que la persona pudiera hacer para evitarlo, obviamente tiene que conocer lo que tiene para que las haga, pero no sabemos nada, no tenemos medicamentos y si tú le dices que tiene esto, ella va a ver cómo se desarrolla y su desesperación va a ser muy grande. Para qué crear ese estado de desesperación. 

A los pocos meses de enterarse del diagnóstico de su mujer, estalló el caso Inverlink, el fraude financiero que terminó por costarle el cargo de presidente del Banco Central a Carlos Massad. Su secretaria de entonces, Pamela Andrada -que había trabajado antes con él en el Ministerio de Salud-, quien tenía asignada entre sus tareas filtrar los más de 150 correos electrónicos que recibía al día, comenzó a reenviarle información secreta del banco a su amante, Enzo Bertinelli, gerente general de la corredora de bolsa Inverlink, quien gracias a eso habría hecho negocios millonarios. Carlos Massad se dio cuenta, porque su secretaria en uno de los correos escribió mal la dirección del receptor y éste rebotó. 

-¿Fueron los peores años de su vida?

-Entre los peores, sí. 

-¿Su familia lo presionó para que renunciara? 

-No fue así. El ataque a mi familia fue lo que me obligó a renunciar -dice por algunos artículos de prensa donde fueron mencionados-. No podía permitir que yo fuera motivo de ataque para mis hijos. 

-¿Lily, qué le decía?

-Siempre me apoyó. Me dijo: "Qué vas a hacer, hay gente así". 

-Ella, en general, ¿lo aconsejaba en su trabajo?

-Sí, porque ella tenía una visión de la vida muy serena y equilibrada. Cada vez que tenía un problema sobre relaciones humanas, le preguntaba a ella y siempre me daba alguna palabra sabia, siempre. 

-¿Qué mea culpa hace?

-Haber elegido una pésima secretaria, una secretaria traidora. Fue muy duro. Yo siempre me había preocupado en el banco de que no se filtrara información. 

El beso

Los días de Carlos Massad pasan entre su oficina, la gimnasia, leyendo, escribiendo -ha publicado un libro de cuentos infantiles, cuyos personajes son sus amigos, los pescadores de Pichidangui- y jugando Sudoku para desafiar su mente. 

-Uno tiene que estar activo, si no se muere. Además, las neuronas se pierden mientras uno no las usa. 

Trata de llegar lo más temprano posible a la casa para dedicarle tiempo a su mujer. A veces almuerza en casa con alguna de sus hijas, quienes se turnan para acompañarlos. 

-Dejé el directorio de Corp Seguros, que era muy interesante y bien remunerado, pero a estas alturas de la vida tengo que pensar en otras cosas. 

Acaba de cumplir 80 años. Los celebró junto a Lily y a sus cinco hijos en Pichidangui, donde tienen una casa frente al mar. 

Dos de ellos viajaron especialmente desde Vietnam y Japón, donde residen 

-Mi hija hizo baklava, qué cosa mas rica. Fue fantástico, yo me sentía en la gloria. 

Pichidangui es su lugar de descanso favorito. Lo descubrió junto a Lily cuando después de recorrer entera la costa de la zona central buscando un sitio, ella se sentó sobre una roca y le dijo: "Este es el lugar". 

-Estábamos de acuerdo en muchas cosas, en eso también. No estaba loteado. Fui a la municipalidad y logramos el sitio que queríamos. Lo hemos gozado por más de 30 años, al lado del mar, con las olas reventando ahí. Hay un peñón al frente, es la cosa más linda, la playa es espectacular y soy amigo de todos los pescadores.

-¿Cómo proyecta su futuro?

-A los 80 años uno tiene que proyectarse como muy buen abuelo y bisabuelo. 

Para las tareas de la casa contrató a su hija Paulina, quien se encarga de todos los aspectos domésticos que antes hacía Lily. También suple a las enfermeras en su cuidado si es necesario. Necesita atención especializada las 24 horas del día. 

Con su mujer, Carlos Massad conversa. Cuando ella le habla en su dialecto inteligible, él le responde como si supiera lo que le está diciendo. Hace un tiempo que ya no duerme con ella. 

-Ella va a seguir conmigo hasta que yo me muera, o ella se muera, pero no puedo estar en la misma habitación por las enfermeras. 

-¿Qué opina de quienes deciden mandar a los enfermos de alzheimer a un hogar?

-Pienso que han decidido lo mejor para ellos. Me parece razonable que si no pueden atenderlos en la casa de una manera decente, vayan a otro lado, pero yo no lo haría mientras pueda. No lo haría, por ningún motivo. 

-¿De dónde saca fortaleza?

-¿Ella?

-Usted.

-No, si la fortaleza es de ella, por favor, yo sólo tengo que mirarla. Pongámoslo en términos financieros: mi deuda es tan grande que sólo la puedo pagar liquidando todo el inventario. O sea, muriéndome yo. 

-¿Ella lo reconoce? 

-Sí. Me reconoce en el beso. Todas las mañanas voy a su cama a ver si está despierta y le doy un beso. Y ella me contesta el beso. ¡Me contesta el beso!

El beso sólo se lo contesta a él.
"Cada vez que tenía un problema sobre relaciones humanas le preguntaba a ella y siempre me daba alguna palabra sabia"

"Primero está la pareja, después están los hijos, pero no es una preferencia débil, es una preferencia fuerte".

1 comentario:

  1. ¡Bella experiencia de vida el acompañar durante todo su camino a su mujer, su respeto por sobre todo al amor de pareja, admirable!

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