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Yo vivo en la calle

Yo vivo en la calle
 
Con dolor, candor, rabia, y en sus propias palabras, Jocelyn N., nacida en el Zanjón de la Aguada, relata sus días y sus noches como adolescente chilena en situación de calle. Su consumo de drogas, sus trucos para dormir y lavarse en lugares públicos, su forma de alimentarse y sobrevivir se suman a los de otros 800 niños chilenos que   

Por María Cristina Jurado.  
Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 18 de octubre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/10/18/ya/_portada/noticias/080EAEBF-46A0-4285-B2F6-966B381C8AEA.htm?id={080EAEBF-46A0-4285-B2F6-966B381C8AEA}

1. A MI NADIE ME HA QUERIDO.

Me llamo Jocelyn N., nací en Santiago y vivo en la calle. Voy a cumplir 18, pero llegué hasta octavo básico. He pasado por muchos colegios: el Saint Lawrence de San Joaquín, donde vivía, y por uno en la población La Legua que se llama Laura Vicuña. De todos me han echado, pero de este último no me olvido: fue ahí que empecé con algunas amistades, con el carrete y la marihuana; ahí en La Legua me fui para abajo. Tenía 13. Me han dicho que a esa edad otras niñas todavía son chicas, yo no. Yo ya no era chica a los diez. He vivido siempre adelantada porque nunca me han querido y nadie se ha preocupado de lo que me pase, me las he bancado sola. Tengo cuatro hermanos, una mujer y tres hombres. Los cinco somos de distintas mamás: mi papá, que es maestro tapicero, tuvo un hijo con cada pareja y éstas nunca le duraron mucho tiempo. Con mi mamá, que fue su primera pareja, él nunca se casó. Yo soy su hija mayor. Me hubiera encantado no ser la mayor: con un hermano más grande, tal vez alguien se hubiera preocupado de mí. Mi vida ha sido solitaria porque no he vivido casi con mis cuatro hermanos: como mi papá es violento, sus mujeres lo dejaban al poco tiempo y se llevaban a mis hermanos. Era triste: recién me estaba encariñando con la nueva guagua y ya no la veía nunca más. Me pasó todas las veces. A veces, cuando me portaba mal, mi papá también era violento conmigo. Yo me escondía, pero los correazos me llegaban en las piernas y en la cabeza. También me daba combos y patadas. Después trataba de arreglarlo dándome plata o comprándome cosas. Por eso, nunca hemos tenido buena relación. Ahora, con casi 18, ya no le aguanto y ya no me pega. Dicen que mi mamá, la Giselle, también me pegaba cuando yo era chica. Y es que era muy loca, me tuvo a los 20 años. Aunque en verdad siento que ella no es mi mamá, siempre la he tratado de "señora" porque, al separarse de mi papá, ella me abandonó, yo era poco más que una guagua. Creo que no me quiere y nunca me ha querido. Y eso duele. Ella sabe que vivo en la calle, que en este momento no tengo dónde estar ni familia adonde llegar. Además soy mujer, me pueden pasar muchas más cosas que a un hombre, pero le da lo mismo. Y es que yo he visto en General Velásquez o en la Estación Central cómo a otras niñas les pasan cosas bien terribles, pero ella no se inmuta. Jamás me ha invitado a vivir con ella, prefiere dedicarse a su hombre. Me da rabia y me da pena, porque arrienda un departamento en el 28 de Santa Rosa, en La Castrina, y lo tiene bien puesto. Para comprar manteles tiene, pero para mantenerme a mí no. ¿Qué mamá abandona a su hija? Por eso mi padre, cuando yo tenía como dos años, le peleó la tuición y se la ganó. Y por eso viví con él y mi abuela hasta los 13.

En algún momento traté de acercarme a la Giselle, mi madre, pero su pareja nos apartó. Él trabaja en un banco e inventó que yo andaba intruseando en su billetera. Y yo no robo. No robo, salvo en los supermercados cuando tengo mucha hambre. Soy más de andar macheteando, que es cuando uno pide en la calle en forma simpática, no soy de lanzazos. Cuando la pareja de mi mamá inventó que yo era ladrona, ardió Troya. Les eché al tiro la choreada, porque, si me buscan, puedo ser bien alterada. Hasta ahí nos llegó la convivencia y me echaron a la calle. A veces siento que de todos lados me echan. Me han echado de los colegios, de los supermercados, de tiendas, de la casa. Siento que no pertenezco a ninguna parte, pero filo, estoy acostumbrada. Si hasta mi papá me dijo el año pasado que yo no encajaba en su nueva casa: vive con su pareja, que es nana puertas afuera, en un departamento en Mac Iver con Monjitas, según él de pura gente bien, porque es el centro de Santiago. A él no le gustan mis amigos, dice que son todos flaites, no le gusta mi ropa, ni como me tiño el pelo, nada mío. Dice que todo lo mío es flaite. Y eso que pagué ocho lucas por estos lentes de contacto azules, porque yo tengo ojos café. Como no encajaba, me echó. Ese día me fui a una comisaría del centro para que los pacos se hicieran cargo de mí, no sabía dónde irme.

2. SOY UNA NIÑA DE LA CALLE.

Desde hace varios años, desde que dejé de vivir con mi papá y mi abuela, he estado entrando y saliendo de casas de amigas, de la casa de familiares en Melipilla y de distintos albergues. De todos lados entro y salgo, no soy de ninguna parte. Tengo familia y no tengo. Una de las primeras veces que me arranqué no cumplía aún los 14. No quería vivir más con mi papá y mi abuela, estaba aburrida de la soledad y de los golpes. Alcancé a estar con una amiga como un mes, pero llegaron a buscarme los ratis de Investigaciones porque mi abuela puso una constancia. Esa fuga no fue la primera ni la última en mi vida. Yo había caído antes varias veces en el CTD de Pudahuel, que es el Centro de Tránsito y Diagnóstico del Servicio Nacional de Menores, pero siempre me arrancaba porque no soporto el encierro o quería carretear.

Una vez, creo que fue en el 2008, traté de vivir con mi abuela en Melipilla, pero me agarré con un tío, hermano de mi papá, y me echó de la casa a charchazos. Cuando este tío me echó, empecé a hacer la cimarra en la escuela. La hice mucho tiempo, pero nunca pensé que iba a llegar tan bajo, al nivel de tener que vivir en la calle.

El año pasado estuve en el CTD hasta el 15 de diciembre: ese día me fugué con una amiga. No quería pasar la Pascua encerrada, además no me gusta estar ahí, dicen que es un internado, pero es igual a una cárcel, tiene hasta dos horarios de patio: de 12 a 1 y de 5 a 6. También dormí en el albergue Miguel Magone, de la Fundación Don Bosco. Llegué allá por las tías del PIE, que es el Programa de Intervención Integrada del Sename. Yo he sufrido mucha soledad en estos lugares porque nunca nadie de mi familia me va a ver. 

El 15 de diciembre de 2010 inauguré una nueva etapa en mi vida: vivir en la calle. Y es que no tenía dónde ir. Ni nadie que me recibiera. Yo tenía una amiga, la Denisse. Con ella nos fugamos del Centro de Tránsito y Diagnóstico, hicimos como un mapa de la ciudad y así cachamos qué podíamos hacer dónde. Así funcionamos todos los que vivimos en la calle. Hay que ser astuto y saber moverse. Aprendimos a dormir en la Escuela Militar, ahí hay una pileta y unos departamentos y nadie te molesta. Poníamos unos cartones grandes en el suelo y nos acostábamos en la noche con frazadas. Yo andaba para arriba y para abajo con mi frazada, me cabía en un bolsito de Mickey Mouse que una vez me regalaron. Durante meses nos quedamos en esa parte de la Escuela Militar, jamás bajo los puentes. Yo conozco bien los puentes, pero no me gustan, me dan asco. Ahí hay ratones, uno se pega infecciones y a mí me gusta andar limpia. Es que yo estoy en la calle, pero no soy para estar en la calle. Me cuesta explicarlo. En las noches, cuando hacía mucho frío, nos íbamos a dormir al metro Vicente Valdés en La Florida. Esa estación es en bajada y tira un aire calentito, entonces nos daba menos frío. En las mañanas hay que levantarse rápido para que no te molesten, entonces nos íbamos a lavar (pero nunca enteras) al Doggis de Estación Central. En los malls de arriba no te dejan, no hay lados donde uno pueda pedir permiso para lavarse.

Hay lados en la calle para estar en el día y otros en la noche. En la noche uno se queda bajo los puentes, en algunas torres y en los metros, pero hay muchos más lugares. Para pasar el día, yo descubrí la Estación Central y General Velásquez con la Alameda. Ahí hay unas torres que tienen unas metidas y ahí nos ponemos los que vivimos en la calle. Ese lado es bueno porque pasa mucha gente y podemos machetear. Machetear es algo que uno aprende, es pedir en forma graciosa, que a la gente no le caiga mal. Así te dan. Macheteamos mucho y así juntamos plata. Yo me compro algo de ropa porque me gusta cambiarme. No me da vergüenza. Vergüenza me daría robar. Nosotros no le robamos a la gente, pedimos para comer. Aunque ahora último no me ha faltado la comida desde que estoy viniendo a los albergues de Don Bosco.

También macheteo para la droga, lo reconozco. Le hago a la marihuana, a la falopa y al gas. La falopa es la cocaína: afuera es muy cara, pero nosotros conocemos lugares donde nos venden la roca a dos lucas. Compramos una roca y la molemos, es como moler una pastilla. Con la puntita de un carné vas sacando una medida y te vas pegando un saque. Si la haces durar, te puede alcanzar para una noche entera. Yo compro rocas buenas, me pego unos cuatro o cinco saques por vez. La falopa me deja eléctrica, es como despertarme. Aunque hace rato que no le hago, a lo que más le hago en estos días es al gas. En cuanto macheteo en la mañana, me meto al Lider en Velásquez y compro una lata de gas butano, de esas que usan para las cocinillas, vale luca. Esas latas tienen un pitutito, uno lo va apretando con los dientes y el gas te empieza a entrar. Yo ahora tengo un pololo que me ha hecho pensar las cosas y sé que drogarse con gas te va envenenando los pulmones. Estoy tratando de dejarlo, pero me cuesta, porque consumiendo me olvido de todos mis problemas. Tengo muchos atados y la falopa y el gas me calman y se me olvida todo. Yo conocí la marihuana y la falopa desde chica, pero el gas lo conocí ahora en la Alameda. Por eso, desde este año, vez que macheteo, vez que compro. Por Estación Central o por Velásquez me junto todos los días con mis amigos: la Joanna, el Freddy Mercury, los hermanos Melo, el Jonathan y la Madonna (se tiñe rubia y canta como ella). También hay otro al que le decimos el "Jinspeter", porque es igualito al ministro, pero más bajo. Mi mejor amiga es la Madonna, con ella macheteamos juntas y nos ponemos a fofear, que es aspirar el gas, ella también ha pasado mucha soledad en su vida. Yo pienso que hay que haber vivido lo que nosotros hemos vivido para entendernos. De afuera es difícil. Yo quisiera andar siempre arreglada y bonita y no siempre puedo. Por eso, ahora que me acogieron en Don Bosco, estoy mucho más feliz.

3. MI FUTURO ES MI ESPERANZA.

Una vez, cuando tenía 13, unas tías del Sename me dijeron que algunas niñas de mi edad no querían ya más guerra. Pero si uno no quiere más guerra, se te acaba la vida. Yo no. Yo quiero salirme de la calle alguna vez. Aunque necesito la libertad y tener mis amigos y machetear, igual no soy para dormir en los metros y pasar tanto frío, andarme lavando por mitades en los negocios donde no te echan. Todo este año lo he pasado bien mal así, pero también lo he pasado bien. Ahora, desde que las tías del PIE me llevaron al albergue de Quinta Normal, uno que queda en San Pablo con Santa Genoveva y es de Don Bosco, estoy más feliz. Ya no tengo que dormir todas las noches en las calles de la Escuela Militar, sólo cuando quiero. En los albergues uno entra a las ocho y tiene que estar afuera a las nueve, pero es bueno porque hay agüita calentita y te dan desayuno y cena. Por eso paso menos hambre ahora y robo menos en los súper. A veces también trabajo: tengo una tía con un quiosco en Velásquez, vende cosas. Yo le ayudo y me pasa monedas. Claro que ella se enoja si me ve con gas, dice que la droga es mala. Lo mismo que dice mi pololo, el primero de mi vida que se preocupa por mí. El primero que me cuida, todos los demás me pegaban mucho. Él sabe que también estoy viniendo para acá, a este centro de Don Bosco, vengo en el día, porque en la noche cierra. Aquí me acogen y hacemos cosas, como pintar, dibujar, jugar taca-taca. Hay talleres de baile y nos ponen películas. Así y todo, hay días en que parto de nuevo a ver a mis amigos a General Velásquez.
Yo miro hacia el futuro y tengo esperanza. Quiero algún día estudiar y hacer el servicio militar femenino, pero antes tengo que completar los primero y segundo medios. Me imagino en uniforme militar y me da orgullo. También quisiera estudiar gastronomía para, alguna vez, poner un restaurante. Las tías me dicen que es bueno hacer planes porque uno va tirando para adelante. Cuando estudie, voy a demandar a mi mamá, para que me dé todo lo que me ha negado en mi vida. Porque soy su hija.

Ojalá a fin de año no me echen del albergue. Porque ahora en noviembre voy a cumplir los 18 y el albergue es hasta esa edad no más. Me da angustia pensar en que, si no, volveré a dormir en la calle todas las noches. Porque la calle me gusta, pero no para siempre. Yo quiero tener futuro.

TODOS PODEMOS AYUDAR
 
785 niños y adolescentes en situación de calle en todo el país catastraron este agosto Mideplan y la Universidad Alberto Hurtado. De ellos, casi un 60 por ciento está en la Región Metropolitana. La Fundación Don Bosco, de la congregación Salesiana es por excelencia el organismo nacional que trabaja con niños de la calle. Los buscan en caletas, puentes, metros.Ponen especial cuidado frente al peligro de la explotación sexual infantil, una de las mayores lacras de este segmento.

El sitio web www.fundaciondonbosco.cl permite ayudar. Porque se sabe que la realidad numérica de los niños en la calle supera largamente las cifras de este catastro.

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