Buenos años
por Gustavo SantanderDiario El Mercurio, Martes 18 de Octubre de 2011
http://blogs.elmercurio.com/ya/2011/10/18/buenos-anos.asp
Andrea está sentada en la banca de un parque, en el centro de Santiago, cerca de la universidad donde estudiamos. La tarde está soleada y las hojas de los árboles son movidas por una brisa tranquila, dejando entrar reflejos de luz que caen sobre su cabello haciéndolo brillar antojadizamente. Ella sólo tiene dieciocho años. Luce un tanto abrigada, con chaqueta y bototos, lo que me hace suponer que salió temprano de casa, cuando la ciudad aún estaba fría y no prometía esta calidez vespertina. Su atuendo -que obviamente no ha sido escogido al azar- le da un aire de rebeldía que contrasta con los rasgos delicados de su rostro. Siempre ha tenido una sonrisa generosa, una risa explosiva aunque elegante que le achina los ojos y se esparce rápidamente entre quienes la rodean, una risa contagiosa como un bostezo, como el suspiro que envuelve los estadios cuando alguien falla un gol. Pero no está riendo en este momento. Al mirarla con atención, me doy cuenta de que se trata de una leve expresión de sorpresa, como cuando nos encontramos con los ojos de alguien que nos ha estado mirando sin que nosotros nos hayamos percatado. Me observa desde abajo, sorprendida quizás de verme enfocarla y disparar una fotografía.
-"¿Te acuerdas de esta foto?", me dice al salir de la cocina y encontrarme mirándola. Le respondo con un gesto afirmativo. "Me la sacaste hace años, en el parque que quedaba cerca de la universidad". Recuerdo bien cuando le saqué ese retrato. Fue la época en que nos conocimos y nos hicimos muy amigos, cuando el mundo se reducía a estudiar algunas materias y salir con amigos a fiestas y asados. "Fueron muy divertidos esos años", le digo, y ella sonríe mientras enciende un cigarrillo. Hoy, más de quince años después, estoy en su casa conversando y tomando una copa. Hace unos días le conté por teléfono mi affaire con Kazumi y habíamos quedado en vernos y conversar un rato. Andrea lleva un tiempo separada y está en proceso de reconstruir su vida, ha conocido algunos hombres, pero le ha costado un poco que esos primeros encuentros se conviertan en algo más que salidas aisladas.
"¿Tú crees que las separadas somos un cacho?", me pregunta. Le digo que obviamente no, por lo menos yo no lo creo. Al contrario, supongo que quien ya se ha equivocado será más cuidadosa en no repetir ciertos errores, pero además, más cuidadosa en comprometerse con quien realmente le parezca la persona correcta. "Los hombres se asustan cuando uno les dice que es separada", arremete. "No creo que sea el ser o no separada lo que nos ahuyenta. Lo complicado es que muchas mujeres separadas tienen demasiados dramas y rollos mentales con su ruptura y eso sí es un 'cacho', si lo quieres llamar así. No hay nada peor que encontrar a alguien que te guste y luego ver que asumiste también sus problemas con su ex o que te endose los miedos que no pudo superar en su antigua relación. He salido con algunos personajes de ese estilo y al terminar el primer trago ya quieres salir corriendo. No sé si en los hombres separados se vean esos mismos rasgos, pero me da la impresión de que los hombres somos prácticos incluso para la separación". Andrea me mira burlona levantando una ceja. "Es que cada quien ve lo que quiere ver. Muchos hombres son igual de enrollados con sus rupturas matrimoniales. Yo conocí a dos gallos separados que eran un tango con patas. Uno de ellos me habló casi toda la cena de su ex mujer. ¡Imagínate! Ese tenía el tacto de un camello. Obvio que no lo volví a ver más al pastel", me dice y suelta una carcajada.
Y en ese momento en que la veo reír y achinársele los ojos, me acuerdo de cuando íbamos a la universidad, del tiempo de esa foto en el parque, cuando ni se nos pasaba por la cabeza hablar de matrimonios y menos de separaciones. Cuando yo aún soñaba con una vida bohemia en Londres o en París, y ella se bronceaba en Tongoy y conquistaba chicos con su mejor sonrisa. Realmente fue un buen año ese de principios de los noventa, uno de esos años que uno guarda con más entusiasmo en la memoria. Pero bueno, algún día teníamos que comenzar a crecer.
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