por Sergio Melnick
Diario La Segunda, Jueves 13 de Octubre de 2011
A estas alturas, creo que estamos todos muy confundidos.
Después de cinco meses de protestas aún no entramos
ni un ápice a la discusión real sobre educación,
y por eso vamos a un túnel sin salida.
El problema en Chile no es la educación
—que por cierto requiere mejoras,
pero no está en una crisis—;
el problema es que la discusión
ha escalado sobremanera
y por eso no tiene solución así como va.
La agenda que se trata de imponer
incluye cambios completos de la Constitución,
aumento severo de los impuestos,
nacionalización de los recursos naturales,
asambleas constituyentes,
más intervención estatal,
cogobiernos universitarios:
una auténtica revolución.
El presidente del Senado
pone condiciones para legislar
que no corresponden al Estado de Derecho.
El Colegio de Profesores,
dirigido por un presidente
con arranques de racismo,
organiza un plebiscito trucho
y pretende darle legitimidad,
pensando que la población es idiota.
Se ha perdido completamente
el respeto a la policía y el orden público.
Los violentos organizados
se hacen un festín en cada protesta.
Los rectores de algunas universidades
se rehúsan a realizar su labor
y ceden a la fuerza de los estudiantes.
Incluso, cierran semestres sin hacer las clases.
Y el rector de la Universidad de Chile
se niega a dar transparencia a la gestión,
y es acusado por un académico
de su propia casa de estudios
de estar lleno de actividades lucrativas
que él denuncia en otros planteles.
Todo esto es curioso,
porque hace 18 meses
todo parecía estable
y la sociedad progresaba.
Si uno observa la gestión de este gobierno,
podría decir que es más bien de izquierda,
no de derecha: aumento del posnatal,
ingreso ético, apoyo a los jubilados,
aumento de los impuestos,
Sernac financiero, mejoras de la salud pública,
ambiciosos planes de vivienda social.
Al mismo tiempo han aumentado
significativamente los empleos,
la inversión y el crecimiento de la economía.
O sea, estamos mejor que hace dos años.
¿Entonces qué está pasando?
Bueno, la clase política
está en crisis y desprestigiada.
Sus liderazgos agotados.
Los viejos tercios no dejan pasar
a las nuevas generaciones.
La Concertación sueña
con el hada salvadora
—que no llegará—
mientras se desangra
en divergencias internas,
sin atinar a proponer nada concreto.
Anuncian su readecuación,
pero no son capaces siquiera
de lograr acuerdos básicos.
La Alianza no anda mejor.
No tiene un real afecto societario
y se desgasta en peleas internas sin destino.
El Parlamento no tiene
el respeto de la ciudadanía
de acuerdo a todas las encuestas
y el Gobierno tiene muy poco respaldo:
el escenario perfecto
para los extremistas organizados.
En una mirada más general,
el modelo socialista del siglo 20
fracasó y perdió la batalla de la historia.
Hasta los chinos lo abandonaron.
A su vez, los estados benefactores europeos
muestran una crisis demasiado severa,
que los está obligando a drásticos ajustes.
Y el sistema capitalista tradicional
hace agua por todos lados,
porque si bien genera riqueza,
también genera enormes desigualdades,
y además la complejidad de los mercados modernos
es muy difícil de regular, y es preciso hacerlo.
El primer paso es que nuestra clase política se ponga las pilas.
Es su deber dar gobernabilidad,
mantener el Estado de Derecho
y dar fuerza a las instituciones.
Lagos lo tenía claro.
Si todos insisten en sus recetas añejas
de socialismos trasnochados
o capitalismos manchesterianos,
habrán evadido la nueva realidad del siglo 21.
No podemos mirar al futuro por el retrovisor.
Es el momento de poner
un cierto orden en la sociedad;
si no, simplemente nos farrearemos
la democracia nuevamente.
La polarización que está ocurriendo
sólo anuncia tempestades
si no la detenemos a tiempo.
Ninguna coalición puede aspirar
a dominar completamente en las ideas.
Debemos ser capaces
de llegar a acuerdos razonables.
En la última encuesta CERC
se aprecia que la misma Concertación
ha disminuido significativamente
su propia evaluación
de sus 20 años de gobierno,
su único capital real.
Eso no es bueno.
A mí en lo personal me parece al revés.
La Alianza debe asumir
su rol de partidos de gobierno
y ordenar sus liderazgos.
En general, miremos
la mitad llena del vaso:
es más de la mitad.
Ha costado llegar donde estamos;
no nos dejemos seducir
por cantos de sirena irresponsables.
Amigos, la Concertación y la Alianza
son el 85% de la sociedad,
y han mostrado por 20 años
la capacidad de dar gobernabilidad
y desarrollo a la sociedad.
Hoy son minorías
las que ponen la agenda,
y es por ende una agenda de minorías,
las que además están aún
pegadas en el pasado.
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