Cuatro comentaristas de la plaza
Diario El Mercurio, sábado 15 de octubre de 2011
Los contornos de la centroderecha
Luis Larraín
Luis Larraín
En Chile somos todos de clase media, los ricos y los pobres. Y es que esa dosis de hipocresía que hay en nosotros impide a los que tienen dinero reconocerlo y a los que carecen de él aceptar su condición; total, siempre habrá uno más rico y uno más pobre que uno.
Sucede que la clase media se ha puesto de moda en la política chilena, y ello nos da la oportunidad de comentar acerca de la búsqueda de identidad en que parece encontrarse la centroderecha.
Azuzados por los malos resultados de las encuestas y por el clima que se vive en el país, hay quienes están preocupados de definir una identidad de la centroderecha distinta a la tradicional. Esto, porque, en su análisis, con su definición tradicional, la centroderecha siempre pierde; el triunfo de Piñera fue una anomalía.
Discutible, aunque interesante diagnóstico, y encomiable el esfuerzo de buscar mejores horizontes para el sector político. Y el intento de hacerlo parte bien cuando señala, mirando el entorno, que es fundamental para la centroderecha empatizar más con la gente, con sus problemas, con sus angustias.
Hasta aquí todo bien. Los problemas comienzan cuando, en la búsqueda de soluciones a esos problemas, se confunde lo que es la esencia del pensamiento político de la centroderecha. Lo que le da identidad a ésta es que siempre ha postulado que un gobierno tiene que crear las condiciones para el ejercicio de la responsabilidad individual.
Dicho en otras palabras, debe ayudarle a la gente a resolver sus problemas, pero no solucionarlos todos con la acción del Estado. Por eso se cree más en las personas que en el Estado, por eso se valora el emprendimiento por sobre la receta socialista que entrega al gobierno la tarea de determinar el futuro de las personas.
La diferencia no es banal, pues parte de un diagnóstico muy distinto del origen de los problemas y de la capacidad de las personas para abordarlos. Lo que nos distingue es la creencia de que, en general, las tribulaciones que viven las personas no son necesariamente culpa de otros, los poderosos o el sistema, como quieran llamarles, sino que está en los propios afectados la responsabilidad personal de superarlas.
Que en esa búsqueda pueda requerir ayuda del Estado es otra cosa. Puede ser necesario nivelar oportunidades, también puede ser del caso que haya que intervenir para corregir abusos o regular situaciones en que hay una contienda de intereses que no puede ser resuelta adecuadamente entre las partes. Pero eso es muy distinto a creer que el Estado debe estar permanentemente interviniendo en todas las relaciones y transacciones entre personas. Esto último es parte del ideario socialista.
Y es aquí donde esta definición tan amplia de la clase media cobra importancia. Porque la atención que requiere del Estado una familia que vive en la indigencia, que no tiene pan, techo ni abrigo, es muy distinta a la de otra familia, que llamaremos de clase media, que tiene dificultades a fin de mes para pagar una cuenta o hacerse cargo de un gasto imprevisto. La atención preferente del Estado debe ser para la primera.
Esto no significa abandonar a la clase media. Significa priorizar. Se traduce en que los dineros fiscales están mejor gastados en erradicar los campamentos que en bajar el impuesto a las bencinas. En dar becas a los jóvenes del 40% más pobre que están en la universidad y no gratuidad para beneficiar a los ricos y a esta "clase media extendida". Habrá otros mecanismos para ayudar a los sectores medios. Combinación de becas y créditos, incentivos.
Significa, en materia de salud, por ejemplo, que la atención preferente no debe estar en proteger al 16% más rico de la población que está en una isapre, sino en lograr que al 84% restante le den una hora cuando necesita atención médica. Prioridad, no renuncia a regular otras situaciones, pero sí prioridad a los más pobres.
Así se pueden definir los contornos de una centroderecha que tenga legitimidad entre las mayorías sin renunciar a su esencia, sin mimetizarse con la Concertación ni caer en el populismo.
Jorge Correa Sutil
Haberse olvidado del movimiento pingüino fue un error de la política chilena. Acertar ahora a entender lo que ocurre y hacer los cambios necesarios es decisivo para la futura convivencia. Para ello, no basta con sostener que "el modelo" está en crisis; estamos obligados a ser más específicos. Para alentar ese debate necesario anoto dos lecciones que me parece pueden ya extraerse de lo ocurrido.
La primera es que a la política le falta tomarse más en serio lo extendida y arraigada que es la percepción de que en la educación se juega la movilidad y la justicia social. La magnitud de ese reclamo, sacrificio familiar y esperanza, no tiene correlato en las propuestas partidarias de las últimas campañas. El actual carácter reactivo de las posiciones de Gobierno (entre la adulación y la confrontación) y de la Concertación (casi pura adulación) desnuda la falta de ideas y programas maduros existentes en la arena política para esta dimensión del problema, que ahora preciso.
Si la Concertación exhibió un legítimo orgullo por los logros de sus gobiernos en cobertura parvularia y superior, jornada escolar completa y construcción de establecimientos, y si el movimiento pingüino mostró que el siguiente desafío era el de la calidad, el actual demuestra el inevitable componente comparativo de toda medición de la calidad, lo que es congruente con la percepción de la educación como instrumento de movilidad. Las desigualdades que conlleva el mercado no incendian la pradera, pero la que viene determinada por la herencia y no por los méritos no tiene justificación posible, y la indignación a su respecto ya está instalada. En la medida en que el mal regulado mercado de la educación sea (también) el modo privilegiado de heredar la condición social, no sólo ese mercado y la libertad de enseñanza estarán en entredicho, sino también, y por extensión, la idea misma de mercado. Sería un error si en medio del fragor del debate instrumental (gratuidad y lucro), quienes apreciamos los valores liberales no nos hacemos cargo de la justicia de la específica demanda por equidad educativa.
La segunda es que la democracia debe celebrar el renacer del interés público en los temas que han vuelto al debate masivo. La democracia se nutre de ese interés y participación popular; sin él, la democracia es asunto y propiedad de unos pocos, y así no puede consolidarse. Sin embargo, la calle ha mostrado carecer de las formas necesarias para sostener un diálogo complejo; que en ella la negociación es sinónimo de claudicación, que es un lugar más propicio a la emoción que a la razón y tierra fértil para la intransigencia y el maniqueísmo. No son defectos de este movimiento, como acusa el Gobierno, sino características inherentes a la participación política masiva.
La racionalidad deliberativa y la valoración del diálogo y de la negociación, sin las cuales la democracia tampoco es posible, no son aportes que quepa exigir de la participación, sino de las instituciones representativas, y particularmente del Congreso.
Si el Congreso no tuvo la legitimidad social para absorber la primera oleada de participación que irrumpe en nuestra democracia y su debate hasta ahora tiende más a reproducir la emocionalidad, la intransigencia y el maniqueísmo que a poner la cuota de racionalidad deliberativa, diálogo y negociación, con que está llamado a complementar la participación ciudadana, ello no se debe a ningún problema climático, sino a las pésimas reglas electorales que nos rigen. Quienes sigan mirando con gozo o indiferencia el desprestigio de los políticos también se solazan del debilitamiento de la democracia. El Gobierno y la UDI tienen la llave de ese cerrojo, cuyo núcleo es el sistema binominal.
Sin políticas capaces de alcanzar mayor equidad educativa y sin correcciones al sistema de representación del Congreso, no cabe sino esperar la profundización y extensión de la crisis de todo el modelo, incluyendo el mercado, la poca igualdad política que tenemos y la libertad tan duramente conquistada.
La paranoia de los "ultras"
Jaime Bellolio
Jaime Bellolio
"El ministro (Hinzpeter) se equivoca, porque los grandes saqueadores ya están gobernando el país, son los más ricos". Con esa frase, Camila Vallejo se refirió al proyecto de ley que se ha denominado como "antitoma", dando cuenta del paso a una segunda etapa del movimiento estudiantil, más radical y más violenta.
Una vez que los grupos de ultraizquierda lograron el objetivo de terminar con la mesa de diálogo, y de mover a sus voceros (Jackson y Vallejo) a posiciones más extremas, hemos visto que se ha comenzado con la retoma de universidades, con barricadas en las calles, y otros actos violentos.
Mientras tanto, miles de jóvenes que ya veían con esperanza el poder volver a sus clases, nuevamente son víctimas de una minoría. Claro, porque el movimiento liderado por los ultras exige que el derecho a la educación sea garantizado en todos sus niveles y que la provisión de calidad esté en la Constitución. Sin embargo, ninguno de ellos desea que al mismo tiempo exista el derecho a estudiar. Es decir, quieren el derecho a que los financien, pero no quieren respetar el derecho de otros a poder acceder a los lugares en los cuales están matriculados. Curiosa contradicción.
Jerrald Post es un psiquiatra experto en psicología política y profesor universitario. Fundó el departamento de análisis de personalidad y comportamiento político de la CIA, donde analizó detalladamente perfiles psicológicos de personas como Anwar Sadat, Abu Nidal, Osama Bin Laden y Saddam Hussein. Pero también de gente "común", como el ex Presidente Bill Clinton y otros políticos.
En uno de sus libros, afirma que hay tres tipos de perfiles psicológicos en relación con la autoridad, el entorno y el gobierno. Estos son el narcisista, el obsesivo compulsivo y el paranoide. Advierte que ningún individuo se incluye en un solo tipo de personalidad, sino que unos aspectos son más pronunciados que otros.
Además, que ninguno se ajusta a una patología o enfermedad, ya que de lo contrario les habría sido imposible mantenerse en el poder. Y por último, que el contexto e historia de cada uno también son relevantes.
Quizá el más interesante es el que Post define como paranoide. Lo que más los distingue es que tienen la convicción de que hay un enemigo al acecho, y por ello es que desconfían permanentemente de las personas en general. Al mismo tiempo, son hipersensibles, se sienten menospreciados con facilidad y tienen una mentalidad rígida. No ignoran nueva evidencia o nuevos datos, sino que la examinan con detención para descartar aquellos puntos que pudieran poner en duda sus postulados. Finalmente, y fruto de todo lo anterior, es que son personas que están poco dispuestas al compromiso.
Algunos de estos rasgos están presentes hoy en los "ultras," que, como ha quedado en evidencia, son los que verdaderamente dirigen el movimiento estudiantil. No confían en nadie, ni siquiera en su propia organización, y la división es evidente. No creen en la democracia, y si algún dirigente universitario llega a pensar distinto a ellos, lo expulsan de sus asambleas. Miran con recelo cualquier tipo de "mesa" ya sea de trabajo o diálogo, puesto que implicaría confiar y comprometerse.
Sus voceros han iniciado una gira a Europa con el fin de juntarse con algunas personalidades e "internacionalizar" el movimiento. Pero, por cierto, sólo han elegido ir donde no contraríen sus postulados, y en caso de que alguna idea no les parezca, entonces será completamente omitida.
Post dice que es fundamental hacer un correcto análisis y perfil psicológico del adversario, para saber cómo se debe enfrentarlo. Hoy los grupos ultras no han querido aparecer, escondiéndose tras "colectivos" y encapuchados.
Quizá ya sea tiempo de que se acaben los simples voceros y tengamos líderes de verdad.
Tiempos duros para el optimismopor Ernesto Ottone
Las cosas no andan bien. La crispación social no da respiro, a algunos les aumenta la adrenalina y se les nubla el juicio y otros están tan abatidos , que un margen de error a favor en una encuesta les alegra la vida.
En todo caso, lo que resulta evidente es que a Chile le haría bien salir de la situación actual y ello significa iniciar seriamente aquello que hemos definido como un nuevo impulso reformador que tenga en su centro el tema de la igualdad social.
La ausencia de este impulso favorece que demandas, tales como las que encarna el movimiento estudiantil, se prolonguen sin horizonte y se entrampen en un diálogo de sordos con las autoridades de Gobierno.
Del lado del movimiento estudiantil, más allá de los valores positivos que encarna y del mérito de sus principales dirigentes, la ausencia de resultados tiende a reforzar las tendencias maximalistas en su seno y la construcción de propuestas fuertemente ideologizadas, en las cuales no siempre la justa aspiración de igualdad en la educación se refleja en las consignas adoptadas. La gratuidad total en la educación superior como sinónimo de igualdad es sólo un espejismo.
Del lado del Gobierno, pareciera actuarse de acuerdo a un compendio casi perfecto de conducta errática, que reúne desde el emotivo homenaje del Presidente de la República al movimiento estudiantil en la ONU, propuestas insuficientes con financiamiento temporal e iniciativas musculosas e inoportunas que ponen en el centro la mantención del orden, a como dé lugar, mezclando cosas diferentes y apelando a ese fondo autoritario siempre presente en una parte considerable de la derecha chilena.
Mientras tanto, los partidos de centro izquierda no logran salir de su propio laberinto, más preocupados de oscurecer su pasado que de aclarar su futuro.
Con este cuadro, resulta difícil impulsar las reformas necesarias que nos permitan llegar en algunos años al umbral del desarrollo, con una sociedad cuya distribución del ingreso no esté entre las más injustas del mundo. Es una tarea larga y más difícil que la disminución de la pobreza, donde hemos tenido avances notables en los últimos veinte años.
Requiere esfuerzos enormes en distintos ámbitos, en los niveles de salario y continuidad de los empleos menos calificados, requiere obviamente de un sistema educativo, de capacitación y formación permanente de calidad y requiere, ¡ay!, de una reforma tributaria.
Estoy consciente de que, llegado a este punto, muchos rostros se contraen y los ceños se fruncen y el genio desmejora. Sin embargo, es imposible hacerse el distraído y mirar al infinito.
El propio Fondo Monetario Internacional ha señalado en un informe de este mes que "En los países con presión tributaria relativamente baja (Chile, México, Perú y una gran parte de Centro América) también es necesario llevar a cabo esfuerzos orientados a movilizar ingresos fiscales para atender las necesidades sociales y de infraestructura en la región, tales como los niveles aun elevados de desigualdad de ingresos y las necesidades de una clase media en rápida expansión", y agrega: "Se debe considerar la posibilidad de aumentar los impuestos directos llevando las tasas que pagan las empresas a niveles internacionales y reduciendo los generosos incentivos y concesiones tributarias".
En Chile no existen, entre las grandes fortunas, voces como las de Buffet, el multimillonario norteamericano que ha pedido que se cobren más impuestos. En cambio, el Ministro de Hacienda nos señala, con rostro adusto, que no es el momento de hacerlo y surgen cantidad de opiniones que reiteran salmódicamente el dogma neoclásico sobre los impuestos: "El único impuesto bueno es el que no existe", olvidando siempre la importante carga tributaria que tienen los países nórdicos, los más competitivos e igualitarios del mundo.
La reforma tributaria no es sólo un tema técnico, es la forma como los más privilegiados se integran con legitimidad a la sociedad. No entenderlo así es pura ceguera política que debilita la estabilidad democrática y bloquea la cohesión social. Es precisamente la ausencia de estos dos factores lo que abre paso a los mesianismos y populismos de todo tipo.
Ojalá surgieran en Chile imitadores de Buffet. Mientras tanto es necesario que la ciudadanía exija una reforma tributaria profunda que contribuya a una sociedad más igualitaria.
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