Por Alejandra Costamagna, escritora y periodistaRevista Qué Pasa 18/10/2012
El gran mérito de Todo pasajero debe descender tiene un nombre propio: Bélgica Castro. La más reciente obra del dramaturgo Alejandro Sieveking, dirigida por Alejandro Goic, es un tributo a la actriz de 91 años que, vestida con un encandilante vestido fucsia, lentes ahumados y guantes blancos, interpreta a una diva del teatro de nombre Gregoria. Es una tarde de 2011 y la actriz está en un café del centro de Santiago con Guillermo (Sieveking), un escritor de biografías de poetas chilenos que recuerda más los sueños que lo vivido y admira tanto a Gregoria como a su amigo Víctor. Se trata de un guiño a Víctor Jara, amigo íntimo de la pareja en la vida real, cuyo rostro aparece estampado en la polera de la muchacha que atiende en el café. Alrededor de Gregoria y Guillermo hay ejecutivos que comentan sus experiencias sexuales, una actriz en pleno auge (la siempre aguda Claudia Celedón), turistas de paso por Chile y manifestantes callejeros que quiebran las intimidades. Personajes secundarios que se subordinan, en realidad, a la gran protagonista de esta obra. Chispeante, aguda, a medio camino entre lo coloquial y el absurdo, Bélgica Castro parece ser cada vez más Bélgica Castro en escena. “Creen que una y el personaje son la misma cosa”, se queja la actriz hacia el final de Todo pasajero debe descender. Y es un poco cierto, a fin de cuentas. Creemos que Bélgica Castro tiene algo de Gregoria, pero también de Isidora en la película Gatos viejos, de la madrina garabatera en Palomita blanca, de esas mujeres que circulan con extrañeza por las cintas de Raúl Ruiz y de los cientos de roles que Bélgica, la gran Bélgica Castro, ha interpretado en sus más de setenta años de brillante trayectoria.
“Todo pasajero debe descender”, de Alejandro Sieveking. Teatro UC. Hasta el 8 de diciembre.
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