El gran salto
por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias
Martes 16 de octubre de 2012
Después de ver el salto de Felix Baumgartner,
el austriaco que el domingo pasado
se lanzó en caída libre desde la estratosfera,
uno queda con una situación existencial
deplorable: triste homúnculo que respira
a ras de suelo, asediado día y noche
por diminutos ácaros, esporas y tijeretas.
¿Qué se puede pensar
cuando un hombre logra romper
todos los récords, entre ellos
el de convertirse en el primer ser humano,
y en realidad el primer ser viviente,
en caer por su propia voluntad
desde una altura de casi cuarenta kilómetros,
alcanzando una velocidad de más
de mil trescientos kilómetros por hora,
es decir, mucho más rápido que el sonido
de sus propios gritos de pánico o de excitación?
Para uno, que miraría con cautela trepidante
hasta el más ridículo trampolín de piscina,
ejercicios como el de este austriaco imprudente
pertenecen a la esfera de los símbolos,
de la ficción espectacular, nada que tenga
la menor relación con la realidad concreta.
Hay cuestiones de orden científico en juego,
naturalmente: experimentos que sirven
para poner a prueba tal o cual teoría.
Incluso puede que haya implicancias
políticas, económicas, etcétera.
Pero de todos modos hay algo
que no alcanzo a comprender
en estas "empresas humanas",
que pretenden, e incluso logran
hacer posible lo imposible:
llegar a la Luna, hacer funambulismo
sobre las cataratas del Niágara,
realizar lo que estaba tan bien
en los dominios de la imaginación.
En ellas prevalece la creencia
de que son hazañas heroicas y ejemplares,
comprometidas con el destino de la civilización:
se supone que estiran un poco más
el elástico de las posibilidades
de todo el género humano,
aunque sea obvio que nuestra
vida de mamíferos bípedos
sigue siendo igual de implume
y rudimentaria que cuando comenzó.
Por eso quizás,
por su carácter literal
de "leyendas vivientes",
capaces de acometer
acciones tan desmesuradas
que resultan inverosímiles,
estos héroes contemporáneos
alimentan, acaso sin proponérselo,
la moraleja de que el ser humano
podría darle un sentido a su vida
rompiendo sus limitaciones, por ejemplo
a través de la perseverancia
o la fuerza de voluntad.
Son, en la práctica
profetas involuntarios
de la autoayuda.
De hecho, hay gente
que se tira en benji o en alas delta
no para sentir placer o desarrollar
algún tipo de talento acrobático,
sino para "superarse".
Otros se preparan,
a una edad ya provecta,
para correr el maratón de Nueva York
o subir alguna montaña en los Himalayas.
E incluso algunos evaden el esfuerzo
y se proponen conocer las pirámides
de Egipto o tomar un crucero algún día,
para que la muerte no los pille pelados.
La cosa es plantearse un desafío, una meta,
que redimirá la vida entera y sus días sin objeto.
Hacerla de oro
o pegarle el palo al gato:
cualquier hecho excepcional
sirve para aproximarse,
por un segundo al menos,
a las alpargatas del héroe.
En el fondo, todas las "hazañas"
tienen un revés dramático en la sicología
de lo que antes se llamaba el "hombre común".
En sus posibilidades,
muchos quieren dar "el gran salto",
en lugar de fijarse bien
por dónde caminan día a día.
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