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Floreciendo en los absolutos, marchitándose en los matices...‏



Buenos y malos salvajes

por Héctor Soto

Publicado en La Tercera, 12 de octubre, 2012. 

Un cuento socialmente pedagógico, efectista, colorinche y sangriento;
estereotipado hasta mover a la risa y confuso ideológicamente...
quién otro: Oliver Stone

Oliver Stone florece en los absolutos y se marchita en los matices. Y es de los realizadores que todavía creen que el cine puede cambiar el mundo.

Si En el cine gringo del pasado México estuvo representado por los mariachis y los generales borrachos de la revolución, en los 80 quedó identificado con los jardineros y las nanas. Ahora, la imagen ha sido subsumida por los narcos y sus atrocidades. En Salvajes, el cartel mexicano que se hace presente en Laguna Beach, California, manda primero un video con cadáveres decapitados y cabezas que ruedan como pelotas. Son métodos talibanes. Los entrometidos son especialmente brutos y feroces, lo cual es un problema para dos jóvenes guapos que manejan tranquilamente un gran negocio -cultivan marihuana de altísima calidad-, practican surf, tienen un nivel de vida envidiable y comparten los amores de una chica rubia, volada y rica en un menage a troi en el que todos quedan contentos.

Es la nueva película de Oliver Stone. La segunda que filma tras su reencuentro con la industria (la primera fue Wall Street 2), luego de un período sabático o algo parecido a eso en que básicamente se dedicó a renovar sus credenciales ante la izquierda mundial con títulos como Comandante (sobre Fidel Castro, 2003) o Al sur de la frontera (sobre los mandatarios latinoamericanos del eje chavista).

Si algo deja en claro el nuevo largometraje es que hay que distinguir entre chicos que son agradables y civilizados y las bandas  facinerosas de criminales que no tienen dios ni ley. Ni qué decir que la perspectiva elegida para la narración es la de ellos. A su manera, estos jovencitos también son salvajes. Salvajes de modernillos, de progres y afortunados. Buenos salvajes, como imaginaba Rousseau y los prefiere Stone. Los pobres, luego de negarse a una sociedad con los aparecidos, quedan a merced de la infinita brutalidad y sadismo del cartel. Sus jefes no aceptan la negativa y la reina de la organización decide el secuestro de la chica que se acostaba con los dos protagonistas. Hay que rescatarla, porque se supone que los dos la quieren. Hay que juntar el dinero que piden. Y de alguna manera hay que castigar a los malos.

Descontados sus habituales efectismos, que a estas alturas son la marca de fábrica del realizador de Nacido el 4 de Julio y Pelotón, hay en esta cinta colorinche, atractiva y sangrienta la pretensión de ir hasta los confines de la humanidad. ¿En qué momento el individuo se convierte en bestia? ¿Cuándo la vida social  se transforma en una selva librada al poder de fuego de los sicópatas, al exceso de los codiciosos y al sadismo de los pervertidos? ¿Cómo es que estar en el lugar equivocado en el momento inoportuno puede convertirlo todo en un infierno?.

Lo mejor -no, lo menos malo- de Salvajes quizás sea su permanente coqueteo con las grandes ideas. Stone florece en los absolutos y se marchita en los matices. Sus estereotipos pueden mover a risa (en este caso, los personajes del malo que interpreta Benicio del Toro, y de la mala, supermaquillada y perversa hasta los tuétanos, que compone Salma Hayeck), pero tienen el aplomo de quien los concibe como piezas de un cuento socialmente pedagógico, aunque muy confuso en términos ideológicos. No importa que no convenzan. Lo importante es que “ilustren”. Oliver Stone todavía cree que el cine puede cambiar el mundo, y ese candor, que puede ser visto como una gran debilidad, bien puede estar entre lo más respetable que a su obra todavía le queda.

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