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Entrevista a la señora de Roberto Canessa - sobreviviente de Los Andes

La historia de amor de un sobreviviente de los andes
 
Se cumplen 40 años desde que el avión con rugbistas uruguayos se estrelló en la cordillera. Laura Surraco, que en 1972 era polola y luego se convirtió en la esposa del doctor Roberto Canessa, abre los archivos de lo que significó el accidente y su historia de amor. "Algunas madres siempre pensaban que los chicos estaban vivos y algunas novias también. Yo no".   

Por Natalia Núñez.
Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 9 de octubre de 2012

¿Cómo dejan a los chicos irse en ese avioncito que es un mosquito?
Laura Surraco tenía 19 años cuando hizo esta reflexión.  Era la novia del uruguayo Roberto Canessa, un joven rugbista del equipo Old Christians que se subiría al vuelo 571 de la Fuerza Aérea de Uruguay para venir a Chile a jugar un partido contra el equipo chileno de rugby, Old Boys, pocas horas después. Era el 12 de octubre de 1972.

-Bueno, será una cosa que se acostumbra hacer, pero que yo no conozco -pensó para calmarse.
Al día siguiente, al salir de clases, pasó a ver a la mamá de Roberto para saludarla. Era el 13 de octubre -el día del accidente- y Laura decidió hacer un alto en la calle Costa Rica, en Carrasco, un barrio residencial de Montevideo, uno de los más lujosos de la capital, de arquitectura suntuosa. Ahí era donde vivía su suegra, a cuatro cuadras de su casa. Cuando llegó, justo estaba hablando por teléfono. Supo después que le habían dado una noticia que le desencajó el rostro.
-¿Cómo se nos va a caer un avión a nosotros? ¡Los aviones se caen en las películas! -exclamó Laura.
Negación. Su primera reacción fue no dar crédito a lo que decían, dudar. Seguramente se trataba de otro avión, no el de su pololo Roberto, quiso creer. Él y sus amigos habían viajado el día anterior, por lo tanto, no era posible que estuvieran involucrados en ese accidente. No tenía ningún sentido.
Pero lo que Laura no sabía era que el avión había hecho una escala en Mendoza debido al mal clima. En consecuencia, todo era factible, los tiempos coincidían.

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Laura Surraco conoció a Roberto Canessa siendo una niña. Eran amigos de infancia y vivían cerca. Mientras ella andaba en su bicicleta con sus amigas, Roberto la perseguía a caballo y tiraba el lazo para atraparle un pedal y hacerla caer.
-¡Ahí viene Canessa!
El grito era de pánico, de alerta, para arrancarse a tiempo de las travesuras de Roberto. Las niñas tendrían 12, 13 años. Eran todos vecinos y amigos. Muchos iban al colegio Stella Maris. Era otra época, fines de los años 60. Se podía jugar, correr, hacer carreras en la vía pública.
-Él, con su inquietud eterna, iba y venía, pasaba por delante de mi casa. Paraba ahí, a charlar.
-¿Qué fue lo que la conquistó?
-Para mí fue su persistencia (carcajadas). Yo era chica. Cumplí 15 enseguidita de que nos ennoviamos. Pero los novios de ese entonces eran distintos a los de ahora. Nosotros nos veíamos cuando podíamos y estudiábamos. Íbamos al colegio de uniforme.
Laura iba cada fin de semana junto a sus amigas y a su hermana Cecilia, a ver cómo Roberto y sus compañeros jugaban rugby en la cancha. Lo alentaba como nadie.
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Para comunicarse por teléfono con Chile había que pedir hora con anticipación. Se hacía el requerimiento y la instrucción era "vuelva en dos horas más y le conectamos". Lo más expedito para obtener noticias del accidente del avión que se había caído en Los Andes era tener algún conocido que fuera radioaficionado. Laura Surraco tenía un primo: Rafael Ponce de León. Él vivía cerca de su casa e inició un rastreo entre los radioaficionados de nuestro país para estar al tanto de lo que estaba pasando con la búsqueda de los sobrevivientes. Si es que había alguno.
Cuando no estaba en la casa de Rafael a las seis de la tarde, cuando daban las noticias, se ponía a rezar el rosario con sus amigas. Estaba nerviosa. Pasó por todas las etapas imaginarias. La esperanza, la desesperanza, la rabia, el odio contra Dios, la rebeldía, el desamparo, la incertidumbre, la fe, la ilusión, la frustración, la impotencia.
-Para nosotros era una tragedia espantosa porque se nos habían muerto todos los amigos (...). Algunas madres siempre pensaban que los chicos estaban vivos y algunas novias pensaban que los novios estaban vivos siempre. Yo no. Algunas veces pensaba que no, que eso no podía ser. Que me dijeran que estaban comiendo nueces o conejos en la nieve, me parecía que no era posible. Pero era mucho más fácil tener la esperanza que asumir el duelo.

Escuchó de la localidad de San Fernando, de un grupo de personas  que estaban ayudando a encontrar rastros, señales. Conoció el radioclub de Talca a través del que recibían informaciones, pistas, teorías. Cuando Laura se desplomaba en sufrimiento y se veía demasiado desanimada, se iba a ver a la mamá de Roberto que estaba más esperanzada que ella.
-Yo lo siento vivo a mi hijo. Él va a volver.
A través de la radio surgían pequeñas luces de esperanza. Que habían encontrado un humo que salía de un lugar, que dieron con una cruz donde podrían estar. Pero todas eran falsas alarmas.

-Mi padre, que era médico, estaba desesperado porque se daba cuenta de que no podía ser, así es que colaboraba en la búsqueda con los familiares que iban continuamente a Chile a buscar. Volvía sin noticias. Otra vez era empezar el duelo: mi papá iba a Chile, yo con ilusión, y volvía sin noticias, una vez más.
****
 Habían pasado dos meses del accidente y en la cordillera Roberto Canessa y Nando Parrado caminaban en dirección al oeste desde donde había caído su avión. Habían escuchado por radio que los habían dado por muertos, y decidieron cruzar a pie las montañas para buscar asistencia. Caminaron 60 kilómetros hasta que un arriero los divisó.
-Ésa es una de las cosas que me impresiona de Roberto, porque él nunca había visto nieve en su vida. Para mí, él cruzó ese glaciar caminando, por no saber, por inconsciente.
Un día de mediados de diciembre de 1972, cuando Laura llevaba dos meses y medio esperando por algo que no llegaba, llorando y rezando sin parar, decidió irse a la playa para despejarse, cambiar de aire y pensar en otra cosa. Tomó sol, bronceó su cuerpo, fue a la peluquería, se cortó el pelo y se hizo las uñas. Ese mismo día, se juntó con una amiga en su casa para jugar a las cartas. Apareció su mamá con una expresión espantosa en la cara. Laura la encaró:

-Mami, hoy no por favor porque es el primer día que me siento bien. Cambiá la cara.
-¿Qué querés que haga si hay dos chicos que dicen que vienen del avión?
Se fueron rápido a la casa del primo Rafael Ponce de León para escuchar la radio y tener más antecedentes. Pasaban las horas y no decían nada. Era un estrés horrible. Se cortó la comunicación y no había noticias. Laura no se conformaba. Su papá le dijo que era hora de irse a dormir. Le dieron una pastilla para calmarla. Se fue a la cama y cayó rendida sobre la almohada. En mitad de la noche, su padre se asomó por su pieza:
-Tú tenés razón, está vivo.
Laura empezó a saltar por toda la casa. Gritaba y corría como desaforada. Se enteraron los vecinos, abrieron las puertas del lugar. Llegó todo el barrio para felicitarla.
Se subió en el primer avión que viajaba desde Montevideo a Santiago. Durante el trayecto empezó a fantasear con el reencuentro con Roberto. Pensó en Disney, en música orquestada y sublime de fondo.
 -Pero nada que ver. Nada que ver. Me encontré con un viejito todo arrugadito, que hablaba con una vocecita débil, y lloraba y lloraba.
Roberto Canessa tenía los labios partidos, los dedos de las manos más largos de lo que  recordaba. Con más pelos que le brotaban de las palmas y de los ojos. Fue impactante.
La postal la tuvo desde la puerta de la salita donde lo tenían, en el Hospital de San Fernando. El doctor José Meleg le explicó a Laura que tenía que acercarse lento y despacio, que no sabían muy bien cómo ayudar a personas que hubieran vivido este tipo de experiencias, que él había pasado por muchas cosas.

-Cuando él me dijo "vení", me tiré arriba de él, como en la televisión.
Ese abrazo duró largo rato. Laura lo percibió enjuto. Roberto no estaba vestido ni de rugbista ni de estudiante como lo recordaba Laura. Estaba con ropa limpia donada por los lugareños, con el karma de un sobreviviente, de alguien que luchó por mucho tiempo.
 Para cruzar la cordillera a pie, Roberto se puso tres gruesos suéteres de lana: uno se lo había regalado su madre, otro, el rojo, se lo había tejido Laura, y el último, color beige con punto irlandés, se lo había comprado la mamá de Laura. Las tres prendas estaban guardadas en el velador de esa pieza de hospital.
-Me dijo: "Mira, tengo un regalo para ti". Y me dio un queso de cabra que venía envuelto en ese suéter. Entonces el queso estaba lleno de lana, todo con pelos. Me lo regaló como el más preciado tesoro que puede existir (risas). El olor que tenía esa ropa era horrible. Mi padre, que estaba al lado mío, me dijo: "Yo esa ropa me la llevo a casa en Montevideo". Se acercaba la Navidad y cuando abrieron la valija para sacar la ropa y lavarla, Cecilia, que es una de mis hermanas, empieza a decir:

"¿Qué es ese olor que hay en la casa?". Y se da cuenta de que era la ropa de Roberto.
-Antes del accidente usted llevaba cuatro años de relación con Roberto. Cuando él regresó, era un hombre distinto, supongo.
-No, no, no. A mí me impresionó que hablaba tanto de Dios, que tenía tanta fe y que estaba tan místico. Me impresionaba mucho eso. Pero también a nosotros nos había pasado lo mismo. Él había sentido lo mismo que yo. A veces, cuando lloraba porque él no estaba y los amigos no estaban, yo decía: "No aguanto más". Y aprendes que el "no aguanto más" no existe. Siempre tienes que seguir aguantando. Así es que él tenía en común eso conmigo. Los dos habíamos sentido eso.
-¿Qué diferencia notó entre el Roberto que se fue y el que regresó?
-Como estaba tan débil estaba mucho más sereno de lo que es ¿no? Porque es bastante inquieto.

De hecho, para esas vacaciones quiso irse de camping a Chile con toda la familia. Compraron carpas, sacos de dormir, todo lo necesario para acampar. Querían consentirlo en todo y seguirlo a donde fuera.
-Me imagino que desde el momento en que se reencontró con él comenzó el proceso de ayudarlo en su proceso de reconstrucción.
-Yo no sentí que tuviera esa misión para nada, porque éramos dos niños chicos. Y simplemente íbamos dando los pasos, transitando la vida paso a paso, ¿viste? Iba a ver a los familiares de los que no volvieron, yo me quedaba al lado, no tenía tanto criterio como para decir: "Tengo que ayudarlo".
****

Un año después del accidente Roberto Canessa estaba convertido en toda una celebridad. Del mundo entero querían conocer sobre su vida y la hazaña que había realizado. Fueron de vacaciones a Punta del Este y la conmoción era total.
-Al otro año se puso famoso y yo sufría como una loca porque decía: "¿Por qué ahora con todo lo que pasó no podemos tener la  vida tranquilita que teníamos antes? Entonces yo lloraba porque fuimos a Punta del Este ese verano y él estaba rodeado de gente todo el tiempo. Nos íbamos a bañar al mar, nos dábamos vuelta, y estaba lleno de personas en nuestras toallas. Yo quería una vida sencillita. Después, un día, me di cuenta de que cuando estaba "muerto" lloraba porque no lo tenía y ahora que estaba vivo igual estaba llorando. Me percaté de que mi vida había cambiado y que tenía que asumir los cambios, acomodar mi disco duro, la cabeza, resetear, empezar de nuevo y agradecer de vuelta lo que tenía, en vez de quejarme.
Cuatro años después del accidente, en 1976, se casaron. Ya convertidos en marido y mujer recibieron en su casa al arriero que encontró a Fernando Parrado y Roberto Canessa deambulando por los cerros. Desplegaron un mapa sobre la mesa del comedor para que indicara el lugar preciso donde los había visto. ¿La razón? Cuando la mamá de Laura Surraco le contó que habían encontrado a dos jóvenes que venían del avión estrellado, Laura hizo una promesa a Dios: Si esta vez era verdad que estaban a salvo, al primer hijo que tuviera con Roberto le iba a poner el nombre de la montaña que los cobijó.
-Don Sergio Catalán (el arriero) hablaba de las sierras de San Hilario.

Un año y medio después de haberse casado, nació el primero de los tres hijos del matrimonio Canessa Surraco. El niño se llamó Hilario. Hasta hoy tiene rencores con la madre por el nombre que le eligieron.
-La próxima vez que hagas tratos con Dios, hacelos contigo misma, mamá.

Pasaron los años y todos los 29 de octubre, el día que sucedió el alud en la cordillera, 16 días después del accidente, y que cobró la vida de varios de los compañeros de vuelo, Laura fue a la misa en conmemoración de las víctimas. Iba hasta que una década después del accidente, y curiosamente un 29 de octubre también, llegó a su vida el segundo hijo: Roberto Martín.
-Hay que mirar al futuro y no al pasado. Desde ese entonces acompaño a mi hijo en su cumpleaños para esa fecha.

Dos décadas después del accidente, en 1992, Laura tuvo que vivir todo el revuelo que significó que hicieran una película en Hollywood con la historia de los 16 que sobrevivieron en la cordillera soportando temperaturas de 40 grados bajo cero y comiendo muertos para sobrevivir. Viajó a Estados Unidos, Europa, Sudáfrica, Australia, Asia. Siempre acompañando a su marido.
-La película se hizo para conmemorar los 20 años del accidente y ahí sí que explotó el tema. Otra vez empezaron todos los periodistas a querer declaraciones y se hizo "Alive". Nos llevaron a algunos de los sobrevivientes con las señoras a hacer promoción de la cinta.

Laura está sentada en el living gris de su casa, un lugar con amplios ventanales, piso de madera, muchos libros y fotos. Allí ha recibido a periodistas de todo el mundo. Dice que cada vez que el tema se toca es como sacar una enciclopedia que se abre y se guarda cuando el interés mediático disminuye.

Quiso vivir en alguna medida lo que experimentó su marido. Al menos hacer el recorrido. Por eso lo ha acompañado en más de una oportunidad al sitio cordillerano donde llegaron después de caminar por diez días, en Los Maitenes, un valle del que Roberto le habló el día que se reencontraron, donde había flores, lagartijas, donde él después del infierno en la nieve vio como si fuera un oasis de cinco estrellas. Laura ha hecho ese recorrido a caballo.
-Esto que nos pasó me enseñó a ser una agradecida de la vida. Me pasa que cuando a veces tocan a mi puerta a venderme una rifa, les digo: "Te compro el número. Pero la rifa de mi vida ya me la gané".
Llega Hilario, el hijo mayor, a la casa de Laura. Tiene 35 años. Su señora está embarazada de nueve meses. La guagua tiene fecha para nacer el 11 de octubre. Será otra razón para llenar de simbolismos este mes. Otra razón para ver cómo la vida se abre camino y cómo los Canessa se convierten en leyenda.

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