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El otro Nicolás Eyzaguirre por Estela Cabezas Aguirre foto Sergio López 
Diario El Mercurio, Revista Sábado, 13 de octubre de 2012


 Gracias al Festival Teatro Container, el hijo del ex ministro ha ayudado a cambiar la cara a Valparaíso. Aquí habla de su trabajo, de cómo lo marcó la relación con su padre y su abuela y critica el manejo de la cultura en Chile.  

-¿Por qué decidió dejar Santiago y venirse a vivir a Valparaíso?
-Para tener una vida más pausada, más tranquila.
Lo menos que Nicolás Eyzaguirre Bravo tuvo fue eso.
La diferencia entre lo que quería y lo que terminó haciendo, midió para él en 2007 -mide ahora también- 12 metros de largo por 2,5 metros de alto y 2,5 metros de ancho.
Un contáiner, uno de esos objetos que colman Valparaíso.
Cuando Nicolás Eyzaguirre Bravo, 30 años, actor, llegó a vivir a Valparaíso, no conocía a nadie. Venía de un viaje donde junto a su novia había recorrido desde México a Colombia por tierra. También habían dormido en muchas partes, unas decentes y otras no tanto. ¿Una de ellas? Un contáiner.
-Un camionero nos ofreció que durmiéramos en el contenedor que llevaba. Me impactó que el espacio fuera tan grande. Esa noche pensé que ahí se podía montar una obra -dice Eyzaguirre-, y se durmió.
Un año después la idea despertó. No fue al azar sino fruto de la necesidad que sentía el actor. Con una hija, y ya cansado de trabajar de mozo y de vender alforjas a las tiendas del Drugstore de Santiago, quería hacer algo que lo apasionara. Que lo hiciera sentir que podía cambiar el mundo.
Así nació el Festival Teatro Container, un encuentro cultural que lleva cinco años y tres ediciones (se hace cada dos años), que le ha dado un nuevo aire a Valparaíso, y que ha posicionado a Nicolás Eyzaguirre como un importante gestor cultural de la nueva generación.
Domingo, 1:00 de la tarde, Santiago.
Nicolás Eyzaguirre Bravo está sentado en el living de la casa de la actriz Delfina Guzmán, su abuela paterna. Ya se sacó fotos como el enamorado que es de ella. Ahora espera que la entrevista comience.
Y comienza así:
-Sexo, drogas y protección. Eso es lo que yo les recomiendo a todos mis nietos. A propósito de eso, me embarraste mi plantita de marihuana -dice Delfina Guzmán.
-Sí, te tengo que traer otra- dice Nicolás Eyzaguirre Bravo.
-El criminal le cortó todos los cogollos - dice Delfina Guzmán.
-Mi abuela no fuma marihuana, le regalaron esa planta de la revista Cáñamo cuando hizo una entrevista-, dirá más tarde el nieto mayor.
Que los ama más que a sus propios hijos -dirá ella de sus nietos. Que es la mejor abuela del mundo- dirá su nieto de ella.
Realidad o ficción -los dos son actores-, lo que se ve aquí es complicidad, sobre todo teatral. Hablan de obras, de autores. De la película que irán a ver después de almorzar, de cómo les gusta salir a comer los dos solos. Y de cuán feliz está ella de "este niño" que la invitó a trabajar en la primera obra que montó en Valparaíso y que fue la génesis del Festival de Teatro Container.
-Yo creo que es un desafío demasiado grande. Ahora, él (Nicolás) es muy empeñoso, eso es lo que tiene. Por eso ha podido sacar esto adelante -dice la abuela.
-¿Le gustaría que él entrara a la TV?
-Sí, claro, no me cabe ni una mínima duda que podría ser un galán. Pero no es un ambiente que retribuya calidez.
Nieto y abuela son mejores amigos desde siempre. Incluso desde la época en que a este niño lo sentaban en una silla y se quedaba mirando, o leyendo, sin moverse, por horas.
-Hasta que descubrieron que tenía un problema a los oídos, ¡pajarito! Lo operaron muchas veces. Y desde ahí la cosa cambió. Siempre le digo que tiene la boca Bravo, de su madre, entonces se pegaba en los dientes, en los labios y sangraba. Siempre estaba sangrando -dice ella y los dos se ríen.
Sus padres -el ex ministro de Hacienda y ahora director de Canal 13, Nicolás Eyzaguirre, y la actriz Mariel Bravo- se separaron cuando él tenía tres años. Partió entonces a vivir junto a su madre a la casa de sus abuelos maternos en Macul.
La familia de su madre llegó a Santiago desde Talca, y sus hijos fueron los primeros profesionales de la familia. Esos abuelos estuvieron una vida entera juntos.
-¿Cómo es la relación con su mamá?
-Es muy buena, una mujer muy apasionada. También con algo político y social muy fuerte. Siempre ha estado muy activa en eso, igual que mi padrastro que es su esposo desde hace 25 años. Él fue como un segundo papá para mí. Padre-astro le decía yo cuando chico.
Delfina Guzmán solía ir a buscar a su ex nuera y sus dos nietos para llevarlos a su casa. Y con ellos también iban sus dos coches, juguetes, muñecos, mamaderas, etcétera.
-Cada vez era como hacer una mudanza -dice la actriz.
Una mudanza que ella hacía feliz. Su nieto sospecha por qué.
Cuando sus dos hijos con Joaquín Eyzaguirre, Nicolás y Joaquín, tenían siete u ocho años, perdió su tuición. En una época en que no era bien visto separarse ella, además, se enamoró del director Gustavo Meza, con quien partió a trabajar al teatro de la Universidad de Concepción.
-A ella le hicieron algo terrible. Toda su familia le dio la espalda cuando decidió estudiar teatro. Y en eso se incluyó hacerle un juicio para que perdiera la tutela de sus hijos. Entonces no le quedó otra opción- dice Nicolás Eyzaguirre Bravo.
-Sí, pero ella se fue a Concepción. Su padre ha dado entrevistas en las que ha contado cómo lo marcó eso.
-Sí, ella se ausentó y ahí hay un tema. Yo la entiendo y creo que durante todo el resto de su vida ha hecho lo imposible, aunque sea irremediable, para compensar .
-¿Cómo lo ha hecho?
-Ella vive para los demás. Se gasta el 60% de su sueldo en otros. Tú viste recién, me dijo: "Le voy a comprar una cama, mijito", "el chaleco que tiene puesto se lo regalé yo". Cada vez que la veo me tiene un regalo. Para Navidad es terrible.
-¿Cómo cree que le afectó a su papá y por consecuencia a usted esa historia?
-Imagínate cómo te puede llegar a afectar que, siendo un cabro chico, tu madre te deje. No entiendes nada y luego todo el mundo te habla pestes de tu mamá. Fue fuerte. ¿Y cómo me llegó a mí? Bueno, las cosas siempre se van heredando, entonces mi padre siempre estuvo ultrapresente en mi vida. Como excesivamente. A nosotros cuando chicos nos decían los azules, porque mi viejo, cuando estábamos durmiendo, nos iba a cada rato a mirar si no estábamos azules, si estábamos respirando. Cuando me encuentro con amigos de mi viejo de juventud, me dicen "oh, los azules".
Era un papá muy gallina con sus pollos, dice.
-Cuando me iba a su casa los fines de semana -yo tenía cuatro años y mi hermano tres- él se hacía cargo de mudarnos, darnos papa, todo lo hacía solo y siempre fue urgido con que tuviéramos un espacio en su casa. Por ejemplo, cada vez que yo decía "me voy a ir a tu casa", me respondía: "Es tu casa. Di mi casa". Él se preocupó mucho por eso. Y yo también lo he heredado con mi hija.
Nicolás Eyzaguirre se separó hace un año. Su abuela está muy preocupada por eso.
-Con mi abuela nunca tenemos una gran conversación, son cosas de pasillo o algo en un taxi. Son cuatro frases que te dan rabia cuando te las dicen, pero después, cuando te vas para la casa, dices chuuu. Cuando me separé, me dijo: "Lo que pasa, mijito, es que en esa casa nunca cerraron las puertas de los clósets.
-¿Y eso qué significa?
-A través de eso me dijo que si yo no me preocupaba -o así lo leí yo- de defender mi espacio, de crear un hogar, y de meterle harta energía a eso, y no sólo al trabajo, las cosas no resultaban. Una de las grandes razones por las que me separé es porque me empezaron a consumir demasiada energía el teatro y el estudio. Con el festival siempre teníamos la casa tomada por este trabajo, mi hija gateaba entremedio de computadores, gente. En mi casa, la vida y el trabajo eran lo mismo- cuenta el actor.
Cuando lo echaron de teatro en la Universidad de Chile por haber reprobado todos los ramos teóricos en segundo año a causa de la inasistencia, su abuela también le habló.
-Me dijo un par de cosas sobre el rigor, que ella me critica mucho.
Nicolás Eyzaguirre estudió primero en el Colegio Francisco Miranda. En octavo básico, buscando algo más académico, sus padres lo cambiaron al San Juan.
-¿Quién era la persona que le ponía los límites?
-Mi papá. Él siempre ha sido más racional y me retaba más. Cada vez que yo no me sacaba un promedio seis en el colegio, mi vieja me preguntaba cómo estás, qué está pasando y mi viejo me decía que la voluntad era un músculo que había que ejercitar, como cuando das vueltas a la cancha y luego te vas a tomar un jugo, la próxima vuelta no la vas a dar más rápido y cosas así, muy de peras y manzanas, igual como cuando era ministro de Hacienda.
Y continúa:
-Él era de esas personas que se preocupaba de entregarte determinados valores. Por ejemplo, cuando yo tenía como 13 años era muy marquero y logré que la Delfina me comprara unas Nike Air Max, unas zapatillas que tenían aire por todos lados. Cuando llegué a mi casa y mi papá las vio, me dijo: "Qué buena las zapatillas. ¿Cuánto te costaron?" "70 lucas", le dije. Silencio. Me dijo "Ok, sácatelas, estás pisando el sueldo de un obrero". Bueno, cuando se me pasó la rabia, entendí que uno no puede vivir mirándose el ombligo.
-Su papá tiene una veta artística y una cerebral. Decidió seguir su veta técnica. ¿En algún momento de su vida lo complicó?
-Cuando era adolescente no entendía por qué alguien que tiene tanta pasión por una cosa, se dedica a otra. Pero después me di cuenta que tenía tanta pasión, o más, por lo otro. Yo lo cuestionaba, pero creo que era algo que tenía que ver más conmigo, y con el rollo de si uno se vende o no se vende. En mi vida siempre ha estado muy presente el tema de las diferencias sociales. También por mi viejo. Él es cuático para eso, le cargan los cuicos, le dan vergüenza, porque sabe que también viene de ahí. Es lo mismo que me pasa a mí y a mi hermano.
-¿Le hubiera gustado llamarse distinto?
-No, porque me gusta mi nombre, pero es una lata. Muchas veces me pasó que estaba en un carrete y nos poníamos a discutir de política y yo tenía que ser siempre el defensor de la Concertación, porque entendía lo que mi viejo estaba tratando de hacer. Y después llegaba a mi casa con toda la batería de cosas que me habían dicho y las vomitaba y ahí era el más ultra, el más anti Concertación.
-¿Ha trabajado alguna vez para la Concertación?
-Tuve un coqueteo con la política: participé en el comando de secundarios por Lagos antes de las primaras. Pero cuando Lagos las ganó entró una máquina partidaria que nos dio terror. Y me desencanté. No voto, no estoy inscrito, pero puede que ahora lo haga.
Nicolás Eyzaguirre Bravo nació en 1982 cuando su padre estaba haciendo un doctorado en Harvard. Delfina Guzmán no estuvo en el parto de su primer nieto: estaba zambullida en su trabajo junto al Ictus: Un mes antes del nacimiento habían estrenado la obra de José Donoso, Sueños de mala muerte, que tuvo muy buenos comentarios y fue un hito en la escena teatral chilena.
-Era una época difícil. Yo estaba vetada en la televisión y vivíamos sólo del teatro- recuerda ella.
Hoy, 30 años después, Nicolás Eyzaguirre, el actor/gestor, dice que también enfrenta un escenario difícil. En su caso, según él, por las políticas culturales que han hecho casi imposible la creación teatral.
-Cuando decidí estudiar teatro fue para compartir mis ideas -dice respecto a su posición frente al Consejo de la Cultura.
Cuenta que para hacer el festival juntó a todos los amigos que pudo y que, de la nada, hicieron un aprendizaje colectivo, incluido administrar 80 millones para montar 15 obras en Valparaíso, Santiago y lugares como Isla de Pascua o Juan Fernández.
Se han hecho tres festivales, con un promedio de 15 obras por año y a las que han asistido más de 45 mil espectadores en total. Pero, dice, cada año se le hace más difícil organizar el festival por una mentalidad que, a su juicio, se ha instalado en el Ministerio de Cultura sin contrapeso.
-Yo me pregunto hasta cuándo vamos a seguir rigiendo todo por una mentalidad ingenieril. En qué momento pasó a ser que sacar utilidades es lo único que importa.
-La idea es que los espectáculos culturales se financien.
-A mí me gusta ser trabajador, que me paguen un sueldo que me permita vivir dignamente, pero no pretendo generar utilidades; eso es como sacar plata de donde no existe y esa magia creo que con la cultura no va. Yo no soy un empresario.
Para su festival dice que trabaja en forma "colaborativa".
-Tiendo a dar más relevancia a los otros. Y eso se ve traducido en cosas concretas, como, por ejemplo, los sueldos. Todos ganamos lo mismo. No he sido capaz de poder generar diferenciaciones sino es por horas de trabajo. Porque tanto el que está haciendo la técnica, que sube 10 metros a poner un foco, y yo, que estoy arriesgando plata, estamos asumiendo un riesgo. Se tiende a sobrevalorar ciertos riesgos, el que pone la plata, el que dirige la cuestión, pero a mí me parece que en el teatro y las artes es distinto.
Habla con entusiasmo de la gente con la que se junta "y empatizamos en imaginar: Ya, cómo hacemos para que salga humo, pero tenemos 20 lucas. Mira, yo tengo un extintor y con esto del computador se puede armar", y vamos creando. Eso me fascina, mucho más que buscar que alguien te pase un millón para comprar un aparato que echa humo. Por eso yo no soy un productor, porque lo que un productor hace es tercerizar. Para mí no es sólo la meta, sino también el camino.
-¿No le gusta el cambio que ha tenido la gestión cultural?
-Cada día es más claro que la cultura se valora en tanto posibilidad de crear nuevos nichos de mercado, ahí aparece la idea del emprendimiento cultural, y te ponen de ejemplo Inglaterra, o la moda en Italia. Pero creo que ha habido poco debate al respecto, sobre el sentido del arte, el porqué es importante que haya actividad cultural en un país.
-Hoy en el Fondart existe una línea de emprendimiento en la que postulan personas que deben seguir todos los criterios económicos para que el proyecto arroje utilidades. Para eso está el Ministerio de Economía, Corfo. Porque un negocio es un negocio, no importa de qué sea.
Es domingo en la noche, hace un rato terminó Fortimbrás,la obra que por estos días protagoniza en el Teatro del Puente. La conversación se termina, debe ir a terminar su postulación al Fondart regional para el Festival Teatro Container 2013. Mañana lunes comenzará a ensayar Esperando a Godot, la obra que se presentará en Valparaíso en diciembre y que está siendo reescrita por Juan Radrigán y en donde aparecerán los actores que la hicieron hace 50 años, que en la versión de Radrigán ya conocen a Godot y añoran el tiempo en que aún lo esperaban.
-¿Hay algo que haya perdido por entrar a la autogestión?
-A veces me da lata que no me digan lo que tengo que hacer; el tener que autogestionarme la vida en todos los aspectos me cansa. El hacer las cosas que hago ha tenido un costo para mí, sobre todo a nivel familiar. Cuando uno es autogestor necesita la autodisciplina y yo no la tengo. No me he podido organizar, incluso para tener mi vida familiar.
-Además, está la inestabilidad económica.
-Claro, me da lata no estar tranquilo en el ámbito económico. Me da lata no tener plata para llegar a fin de mes y tener que llamar a mi papá y decirle regálame 50 lucas. Me da vergüenza, claro que sí, porque siento que es algo que debería ser capaz de hacer, sino sólo me convierto en un joven idealista que hace esto porque tiene un papá para hacerlo. Eso es lo que más me da lata de haber optado por este camino.

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