Hay una dimensión de Chile
gratuita, improductiva y entrañable
en lo que sobrecoge la apertura
a paisajes de austera y agreste belleza,
extensiones en que todavía
permanece semi escondida la mano del hombre.
Es cierto que para captar esta imagen
aparentemente prístina,
hay que contemplar a nuestro país
cada vez de 'más lejitos'.
También se podrá argumentar
que dicho paisaje intocado
es una imagen bucólica tal vez
que va en contra del desarrollo,
el crecimiento y el progreso,
y que probablemente
ha hecho mucho daño
y ha contribuido,
junto con la debilidad
de nuestra institucionalidad,
a ponernos en la encrucijada
energética en la que nos encontramos.
Se me dirá que necesitamos
concentrarnos en producir,
en trabajar duro
para lograr una sociedad
menos excluyente
y con menos desigualdades,
sobre todo de oportunidades.
Está bien, lo concedo.
Pero hay algo identitario
en esa gratuidad
mencionada más arriba.
Lo laborioso es condición necesaria
pero no suficiente para constituir un país.
Uno se para desde un lugar en el mundo,
y desde allí intenta comprenderlo.
El paisaje de Chile, que congrega
una diversidad que bordea la extravagancia,
uno percibe vínculos poderosos que los conectan
y que sirven de eslabones que nos unen a todos.
Puede ser esa columna vertebral andina,
la majestuosidad de sus cumbres y volcanes,
o ese hilo común que recorre la serpenteante
costa de Chile (a este país no le sobra costa
como afirmó recientemente, nada menos
que un Premio Nacional de Historia,
para abrirse a un acuerdo de salida al mar para Bolivia)
El texto completo de esto post es el siguiente:
ResponderEliminarHay una dimensión de Chile
gratuita, improductiva y entrañable
en lo que sobrecoge la apertura
a paisajes de austera y agreste belleza,
extensiones en que todavía
permanece semi escondida la mano del hombre.
Es cierto que para captar esta imagen
aparentemente prístina,
hay que contemplar a nuestro país
cada vez de 'más lejitos'.
También se podrá argumentar
que dicho paisaje intocado
es una imagen bucólica tal vez
que va en contra del desarrollo,
el crecimiento y el progreso,
y que probablemente
ha hecho mucho daño
y ha contribuido,
junto con la debilidad
de nuestra institucionalidad,
a ponernos en la encrucijada
energética en la que nos encontramos.
Se me dirá que necesitamos
concentrarnos en producir,
en trabajar duro
para lograr una sociedad
menos excluyente
y con menos desigualdades,
sobre todo de oportunidades.
Está bien, lo concedo.
Pero hay algo identitario
en esa gratuidad
mencionada más arriba.
Lo laborioso es condición necesaria
pero no suficiente para constituir un país.
Uno se para desde un lugar en el mundo,
y desde allí intenta comprenderlo.
El paisaje de Chile, que congrega
una diversidad que bordea la extravagancia,
uno percibe vínculos poderosos que los conectan
y que sirven de eslabones que nos unen a todos.
Puede ser esa columna vertebral andina,
la majestuosidad de sus cumbres y volcanes,
o ese hilo común que recorre la serpenteante
costa de Chile (a este país no le sobra costa
como afirmó recientemente, nada menos
que un Premio Nacional de Historia,
para abrirse a un acuerdo de salida al mar para Bolivia).
Cuando uno contempla este país
en una salida pelágica,
desde la corriente de Humboldt,
percibe un curso subterráneo
que une al país, más allá
de su historia y sus tradiciones incluso.
Se puede de un vistazo
contemplar el cerro El Roble y el Aconcagua
y una línea delgada donde está el Chile cotidiano.
Como ese poema de Hernán Miranda:
• Nuestro país
Desde altamar no es más que una línea
De cumbres nevadas emergiendo de las aguas.
Lo que se ubica bajo las cumbres
Esa franja invisible al pie de las montañas
Es este país que tanto dio y dará que hablar.
Si alguna vez naufraga
Verán elevarse esas cumbres nevadas
Y después irse a pique con la bandera al tope.
En el momento de hundirse bajo el agua
Seguro que escucharán a algún gracioso
Haciendo chistes de doble sentido
Aferrado a la cordillera de los Andes.
Es esa misteriosa identidad
que nos viene dada por nuestra geografía,
esa plataforma, inestable y todo
que nos sostiene y nos congrega
en que se funda una palabra balbucean:
nuestra poesía, para allí hacerla propia,
poco a poco, madurada y emocionada,
hasta convertir a estos habitantes
en pueblos, y estos pueblos en país;
desde los que llegaron
y se establecieron primero
hasta los más recientes migrantes
que han venido para quedarse,
más que por necesidad económica,
por ese seductor atractivo,
más poderoso que nuestras
propias y tremendas pifias…
El insondable misterio
el poderoso imán de su paisaje;
el atractivo de estas tierras,
de estos cielos, de estas extensiones,
de estos desiertos, de estas costas,
islas y fiordos interminables,
de estos ríos y lagos,
de estos valles y quebradas,
de estos bosques, de estas cumbres,
de estos salares, de estos glaciares…
de todo esto y mucho más
que nos dejó marcados a fuego
con la sensación de pertenencia
del lugar que nos interpreta y nos define…