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Reconstrucción de Chile


por Joaquín Fermandois 
Martes 24 de Julio de 2012 
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/07/24/reconstruccion-de-chile.asp



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En la Concertación, movidos por el espíritu de condenar la transición chilena, muchos quisieran echar tierra sobre el Acuerdo Nacional de agosto de 1985. Convocado por el cardenal Juan Francisco Fresno, intentaba poner de acuerdo a sectores políticos desde derecha a izquierda moderadas, tanto en una idea en la que cupieran todos como en un plan de transición. Era un momento de auge de las protestas y la violencia callejera, la terrorista y la contraterrorista. No aparecía ninguna luz al final del túnel. La derecha también tiene sus divisiones al respecto, ya que en esa ocasión la UDI no lo firmó. Pinochet lo hizo a un lado en una escena descortés ante monseñor Fresno. En lo inmediato, el Acuerdo no se concretó en nada.
Pero nada quita que haya sido el acto más cargado de simbolismo en la creación del nuevo Chile que se realizó en torno a 1989: caída del Muro de Berlín, de gran implicancia para nuestro país; el segundo plebiscito, favorecido por el 87 por ciento del electorado; pacificación visible de los espíritus; elecciones presidenciales en diciembre de ese año, conformándose entonces una honda legitimidad política; crecimiento económico espectacular.
Pues bien, el Chile que surgiría estaba delineado en el Acuerdo Nacional. No sólo eso. En todo el siglo XX fue el único momento en que grupos antes y después opuestos, mas forzados por tiempos de zozobra, se pusieron de acuerdo en términos generales en la idea de país que se deseaba, y de los medios pacíficos para alcanzarlos. Es cierto que la síntesis era un poco edulcorada (en economía había un equilibrio demasiado perfecto entre intervención y mercado), pero también adelantaba como propósito el espíritu de lo mucho bueno que ha sucedido en estas últimas décadas, que desde luego es más que lo malo. Desde la seguridad del Chile de la segunda década del XXI, no faltan los que quieren quemar este pasado cual pecado vergonzoso. Se olvida que eso fue lo que permite al país que pueda ahora darse más gustos de poner todo en cuestión, y a algunos emprender acrobacias, y al unísono jugar con fuego.
Se acaba de ir uno de los artífices del Acuerdo Nacional, Enrique Silva Cimma. Su carrera profesional de riguroso profesor de derecho administrativo y contralor general de la República fue uno de sus ejes. El otro, la política. En sus comienzos, como radical y masón, fue hechura muy típica del "Estado de compromiso", ese período de la vida política que va de los años 30 a los 60. Por algo Jorge Alessandri lo propuso como contralor. Con los primeros aires de la crisis, Silva Cimma se quedó con aquel sector del Partido Radical que se fue confundiendo con posturas marxistas. Integró el Tribunal Constitucional durante los años de la Unidad Popular, pero al final tuvo una posición moderada, quizás paralizado por no ser influyente en aquietar los espíritus. Después, su búsqueda fue incesante por reunir al disperso y por momentos casi extinguido centro moderado. En estos días se habló mucho de su período como canciller. Su hora más ilustre, sin embargo, fue aquella incierta pero fecunda en el tiempo que se anunció con el Acuerdo. Después, junto a otros antiguos radicales como Carlos Martínez Sotomayor, prestaron experiencia y prestigio; no bastaba para insuflar nueva vida al partido, ya que eso les correspondía a nuevas generaciones, las que no han podido sacarlo del mundo de las cuotas y márgenes. Enrique Silva Cimma personificó, en cambio, una polivalencia que lo hacía ser portavoz de una parte o partido, como tiene que ser, y, a la vez, elevarse sobre esa condición para poder definir de qué se trata una república, tal cual ayudó a conformarlo en las palabras de 1985.

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