por Gustavo Santander
Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 31 de julio de 2012
Natalia ha llegado con algo de anticipación
-como siempre- a nuestra cita en el Liguria.
Hace un tiempo, su manía con la puntualidad
era tal, que la llevó a terminar amistades
o noviazgos a punta de minutos de espera,
pero luego de volverse fanática del yoga
se fue relajando, y sólo reclama
haciendo una mueca graciosa
o, si la demora es mucha,
yéndose del lugar mientras manda
un mensaje de texto al impuntual,
avisándole que no estará cuando llegue.
La pillo contestando algo en su iPhone.
Ella es de esas mujeres
que apabullan con su inteligencia,
con una capacidad increíble
para resolver problemas
y desatar marañas
que parecían imposibles de aclarar.
Culta, informada, rápida de mente
y con un sentido del humor
que ruborizaría a Groucho Marx,
almacena una lista de hombres
que han desaparecido de su vida,
incapaces de soportar
su determinación y sus logros.
Hasta hace unos meses
andaba con un periodista,
un casi cuarentón buena onda
aunque con una cara
de estar medio perdido en el mundo.
Quién sabe qué variables maneja el destino
cuando junta a dos seres tan diferentes;
lo cierto es que muchas veces
la ecuación resulta exitosa,
pero otras un completo fracaso.
Luego de pedir
un trago y una tabla
para alimentar la conversa,
le pregunto por él.
"Terminamos",
me dice, sin sentimentalismos.
"Creo que cuando descubrí
que su mayor hobby en la vida
era coleccionar muñequitos
de la Guerra de las Galaxias
y tutear frases debí darme cuenta
de que eso no iba a prosperar.
Lo malo es que cuando te gusta alguien
te vuelves tan optimista
y pensé que poco a poco cambiaría".
"La gente no cambia, Natalia.
A veces sólo domesticamos por un rato
nuestro lado insufrible", le contesto.
"Puede que tengas razón,
pero ése no es el punto;
lo que realmente no entiendo
es qué pasa con los hombres.
¿Dónde están? ¿Qué pasó
con este prototipo de macho
que nos hacía suspirar cuando chicas?
A veces parece que sólo hay
niñitos dando vueltas;
hombres que mentalmente
siguen en la adolescencia", agrega,
con esa vehemencia que hace difícil
contradecir sus opiniones.
"Los niños están bien para criarlos,
pero no para acostarse con ellos",
termina, tirando la última piedra
sobre la demolida imagen
de ese pobre gallo, al que imagino
con un pijama de Luke Skywalker.
Le digo que probablemente
está siendo muy dura con él,
y como ser abogado del diablo
no es una tarea difícil,
insisto en la defensa del ausente.
-No, Gustavo, no estoy siendo dura con él;
es más, ni siquiera es que le guarde rencor
ni que hayamos terminado en mala,
sólo que, por lo menos yo, he llegado
a un momento en que necesito
a un hombre de verdad,
una por el que se me caigan los calzones,
que admire, que necesite, que no se asuste
cuando llego de malas del trabajo,
sino al revés, que tenga el carácter
y la astucia suficiente para convertir
un día malo en una noche espléndida.
-¿O sea que todo se resume a mal sexo?
-le pregunto, intentando adivinar
por dónde viene la cosa.
-No. Bueno, sí y no.
Sí, porque obviamente es difícil
vivir una gran noche de pasión
cuando Darth Vader
te está mirando desde la repisa,
pero no se trata de eso,
sino que parece que
a las mujeres de mi generación
nos metieron en la cabeza
el discurso que tenemos que ser
independientes, fuertes y autosuficientes,
pero por el contrario, muchos hombres
se convirtieron en "Piterpanes"
hediondos y peludos
que andan desorientados por el mundo,
jugando a que siguen teniendo trece años
-replica mirándome inquisidora,
mientras yo quedo esperando
el siguiente round contra
este tipo de masculinidad
que parece estar perdiendo fans.
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