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Un engendro de la modernidad‏



San automóvil
por Sebastián Gray
Diario El Mercurio, Sábado 28 de Julio de 2012
http://blogs.elmercurio.com/viviendaydecoracion/2012/07/28/san-automovil.asp

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El automóvil es un engendro de la modernidad. Surgió como una promesa de libertad y progreso, un triunfo apoteósico del ingenio humano, pero hoy es más bien una imposición con la que habremos de convivir para siempre, resignada ya nuestra cultura a la difícil transacción entre el ideal de la ciudad sana y eficiente con las incontenibles demandas del automóvil: desarrollo urbano inorgánico como consecuencia de la creciente movilidad individual, gigantescas obras de infraestructura vial (siempre insuficientes y de enorme impacto), congestión, polución, escasez de estacionamientos, competencia metro a metro por espacio público de calidad. Por otra parte, en sus cortos años, y al igual que con todo avance en comunicaciones, el automóvil ha transformado radicalmente el concepto de la ciudad contemporánea al incorporar una nueva dimensión de percepciones temporales y espaciales, de relaciones humanas y de oportunidades de desarrollo.
Más que por sus edificios, una ciudad se valora por la magnitud y calidad de sus espacios públicos. En ese sentido, Santiago ofrece poco, muchísimo menos de lo que se espera de una gran ciudad capital. La actitud de nuestras autoridades respecto al automóvil y su relación con el entorno no ayuda: todas las consideraciones de diseño urbano quedan supeditadas a la supremacía del automóvil, a la soberanía del conductor, a la necesidad de resolver sus problemas de circulación y estacionamiento, atropellando -casi literal- al transeúnte y su experiencia urbana, que deberían ser el objeto fundamental del diseño. En este sentido, estamos mentalmente retrasados en cuarenta años, fuera de sintonía con el resto del mundo civilizado. Ejemplos sobran. El peatón chileno es menospreciado de manera permanente: las veredas son mezquinas, los tiempos de semáforos son insuficientes para cruzar avenidas; los vehículos lo amedrentan; abundan las barreras en concurridas esquinas para impedir el cruce de peatones (es decir, la cultura de la prohibición inútil), cuando lo que en realidad se necesita es un sistema de semáforos que detenga el tránsito vehicular por un instante en todos los sentidos, justamente para permitir el libre cruce de peatones en todas direcciones. Una particular aberración es la construcción de indispensables estacionamientos subterráneos mediante concesión, pero al costo absurdo de prohibir el estacionamiento en superficie incluso en los días y horas en que esto no sólo es posible (como son noches y fines de semana), sino necesario para darle vida y plusvalía a zonas de la ciudad que de otro modo se convierten en tristes páramos fuera del horario de oficina. De nuevo nos enfrentamos a la cultura de la prohibición, la histórica enemiga de la calle. Así es imposible construir orgullo urbano, entusiasmo cívico, que son los primeros ingredientes de una ciudad exitosa.

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