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Grigoriev



por Juan Guillermo Tejeda
Diario Las Últimas Noticias,
Miércoles 25 de julio de 2012

El Instituto Cultural de Providencia
es un trozo de espacio público de los ochenta
que ha sabido mantener su aire amenazante.

Edificio de suelos crujientes,
es regentado por un alcalde
democráticamente elegido
aunque proveniente
del casting inicial de la dictadura.

A la entrada hay un conserje
con aspecto de haber sobrevivido a todo.

En la terraza de acceso
se levantan unos pilares marmóreos
sobre los cuales han puesto unos bustos
de los más célebres músicos de todos los tiempos,
que no vamos a andar con pequeñeces.

Más abajo, hacia la boca del metro,
otro busto inaugurado por su excelencia
el capitán general Augusto Pinochet Ugarte
representa al cardenal Samoré.

También, más acá, 
Juan Guzmán Cruchaga
y su célebre poema Canción:
Alma no me digas nada
que para tu voz dormida
está mi puerta cerrada…
Una amplia muestra de pinturas
del ruso Boris Grigoriev
ha recalado en el Instituto,
gracias al apoyo del gobierno ruso
y del Museo Ruso de San Petersburgo,
que la presentaron 
en esa ciudad el año pasado.

En esta nueva versión
se han agregado algunas piezas
realizadas por el pintor
a su paso por Chile.

Grigoriev es un ruso
de los que antes eran malos,
o sea no bolchevique,
y que ahora, tras la caída
de la dictadura comunista
se han convertido en buenos.

Fue profesor 
en la Escuela de Bellas Artes
de la Universidad de Chile,
pero sólo durante poco más de un mes,
aunque su estadía dejó huella.

Murió en Cannes a los 53 años,
y su cotización internacional
en las subastas de arte 
sube hoy con fuerza.

Todos los cuadros 
están militarmente 
adheridos a la pared 
mediante unas clavijas de hierro
superpuestas a los marcos
casi siempre dorados.

Más allá 
de estas anécdotas humanoides,
le quedan al visitante 
el talento o la fuerza del artista,
que tuvo gustos misceláneos
y calidades diversas.

De repente nos parece art nouveau,
otras veces modiglianesco,
lempickiano, expresionista
o con ingredientes
de la neue Sachlichkeit alemana,
y casi siempre con un toque campesino
que puede tornarse folklórico.

Podemos ver retratos impresionantes,
como el que está a la entrada,
a la izquierda, el de Anna E. Griliches,
o el de un inválido.

De 1918 data un soberbio cuadro cezanniano
representando a una casa bajo los árboles:
pinceladas ligeras, cargadas de matices.

Hay dibujos muy finos.

También un retrato de Joaquín Edwards Bello
que proviene del Museo de Bellas Artes de Valparaíso.

El catálogo incluye diversos textos breves
justo a muchas reproducciones a color.

Esta expo, sin duda, 
realizada en territorio comanche,
contribuye a esclarecer el rol de Grigoriev
y su influencia en nuestra vida artística local.

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