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Que nadie se enoje por Antonio Martínez



Diario El Mercurio, Domingo 29 de Julio de 2012
http://blogs.elmercurio.com/deportes/2012/07/29/que-nadie-se-enoje.asp

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A la hora del desfile, todos son iguales.
En los Juegos Olímpicos, al comienzo, eso es lo normal y los organizadores se esmeran por lograr equidad, justicia y la ley pareja para todos.
Unas delegaciones son mucho más numerosas que otras, sin duda, pero el cartel con el nombre del país, la niñita por delante, la voz del estadio londinense y se repite un idéntico ritual con cada uno de los participantes.
Es la ilusión de la igualdad, que es breve, efímera y corta como desfile.
Los canales chilenos lucen cámaras propias, en la medida de lo posible, porque la transmisión global, como es lógico, seguirá a los primeros, filma a los finalistas y después no se despega de los podios, que son esos lugares a los que los chilenos casi nunca llegan.
Y cuando llegan, sus nombres se transforman en algo. En rotonda, plaza, avenida, calle o gimnasio, para que nunca se olviden.
Los de Chile son atletas gracias a su santísima voluntad y esfuerzo, porque este no es país para viejos ni tampoco para atletas.
Hay que recordar al ciclista Patricio Almonacid y su síndrome ganador.
Ocurrió en el certamen chino, hizo fuerzas con un colega boliviano y partieron los dos altiplánicos por la Gran Muralla y fueron líderes por un rato. Después Almonacid solo y por algunas horas, su imagen copó las pantallas y recorrió el mundo, hasta que ellos lo derrotaron. Ellos. ¿Quiénes son ellos? Son los de siempre.
Hay que saber, entonces, dónde estamos parados, porque en el desfile fuimos iguales, pero de aquí en adelante viene lo que sabemos: el mal humor , el desánimo y un poco de crueldad.
Empieza de a poco.
Al ver que pasan los días y no entran ni a las clasificatorias, porque el que no pierde en la serie A se queda atrás en la serie D o último en la Serie C.
Es una molestia leve, que va en alza.
Un ruso le torció el cuello. Tres cuerpos le sacó la canadiense. Un búlgaro lo hizo arar.
Que se transforma en ira.
Un paquistaní le pegó en el suelo. Fue una flecha el alemán. Y un coreano le metió la pelota en el ojo.
Y después en pena.
El chileno sigue en carrera, pero va cerrando el nutrido pelotón. Y su meta, ayayay, es llegar al estadio, al menos entrar y que lo vean todos.
Hay que tomárselo bien y con soda y nunca olvidar la peripecia de los nadadores españoles en los Juegos Olímpicos de 1984.
El titular fue tan bueno, que es obligación repetirlo hasta el último de los días olímpicos: "Gran triunfo de la natación española en Los Angeles: no se ahogó ninguno".

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