El nuevo miedopor Juan Antonio Muñoz Herrera
Diario El Mercurio, Martes 18 de Octubre de 2011
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/10/18/el-nuevo-miedo.asp
La infancia, ese lugar precioso al que todos queremos alguna vez regresar. "Lady Laura", canta Roberto Carlos, y nadie puede dejar de acordarse de su propia mamá.
La juventud, ese lugar magnífico. Nino Rota crea "What is a youth" e inmortaliza el fuego sagrado e impetuoso de esos años en que se quiere amar y cambiar el mundo.
Pero hoy se ha instalado el miedo. Y no podemos permitirlo.
Los profesores no se atreven a responder a sus alumnos, porque pueden ser acusados de malos maestros, retrógrados, antidemócratas. No se atreven a exigir que los niños entren a la sala de clases, porque la respuesta de ellos puede ser violenta.
Los universitarios hacen demandas sin límites, muchas de ellas desinformadas, y se toman avenidas y edificios públicos. Insultan a las autoridades a través de los medios de comunicación, gritonean a los profesores en sus propios campus. Como están en toma, les piden el carnet a sus maestros para dejarlos entrar... Definen sin conocimiento lo que es "Democracia", "Libertad", "Ética"... Hablan tan mal, además, que no se les entiende. Y los mayores callan. Los niños están enojados.
En el colmo del absurdo y sin mediar ningún reparo de parte de quienes deben tomar las decisiones, las fotos de dos presidentes de la República, Bachelet y Lagos, lucen en el frontis de la casa central de la Universidad de Chile como si fueran delincuentes. "¿Dónde están?", se preguntan los alumnos, cuando la gran interrogante debiera ser "¿Dónde está la autoridad universitaria y ciudadana que permite algo así?"
"Es que hay que entender a los jóvenes", responden los políticos a los que todo esto les conviene.
-Mis profesores son todos malos -alega un estudiante de secundaria de colegio pagado.
-¿Y qué notas tienes?
-Como promedio 5 o 5,5...
-Menos mal que tus profesores son malos. Si fueran buenos, capaz que tuvieras un 2. ¿Estudias realmente?
¿Tienen interés en estudiar, los jóvenes? ¿En cultivarse? Difícil decir. Hay algunos que sí y después de meses de callejeo lo único que quieren es que otra universidad los recoja. Saben que no deben seguir malgastando el tiempo. Y la plata de sus padres, que es poca y que ha costado tanto conseguir, con trabajo y estudio.
Pero esos que ya no quieren más marchas y vacaciones también corren riesgos, porque el miedo está tan instalado que temen el bullying de sus propios compañeros de sala.
Luego de sacarse los ojos, Edipo partió al destierro apoyado en los brazos de su hija Antígona, joven, valiente y fiel como pocos. A comienzos del siglo XX, desterrado de la razón y la sociedad, el juez alemán Daniel Paul Schreber vivió sus últimos días mirando de frente al sol y haciéndole muecas. Estaba enfermo del alma. Lo cuidó una niña, su Antígona. Una niña que entendió su dolor.
Schreber escribió "Memorias de un enfermo nervioso" (1903), en las que se cuestiona sobre quién es el responsable de la tragedia de su vida, sin atreverse a identificar como causante de ella a su padre, un médico alemán que, creyendo que los niños eran seres criminales en sí, ideó un sistema de educación represivo destinado a mejorar la raza. Un método que no sólo anulaba la capacidad de criticar al sistema y de desafiarlo, sino también todo deseo y su expresión. Papá Schreber probó todos estos instrumentos en sus hijos. Asesinó sus almas porque también tuvo miedo de lo que los niños pudieran hacer en términos de creatividad y sorpresa.
¿Tenía razón el papá de Schreber? Por supuesto que no.
La juventud es el mejor tiempo. Porque en ella nacen los nuevos adultos, los que mejorarán la Tierra. Pero los mayores deben existir para guiarlos. Deben tener voz y fuerza para darles a entender por qué algunas cosas son como son y generar cauces para los cambios necesarios. También para explicarles el deber ser. Hoy parece que esto no existe. Los adultos están mudos. Temerosos. No quieren ser interpelados por los niños. No se atreven a argumentarles. Prefieren el silencio o la ausencia en lugar de comunicar y defender.
¿Qué mundo estamos creando? Da miedo -otra vez el miedo- pensar qué adultos serán estos jóvenes sin límite, y cómo ellos criarán a sus propios hijos. Capaz que ocupen el método del señor Schreber para controlar el impulso de sus hijos si éstos resultan ser conservadores... Los adultos de hoy seremos los viejos de mañana. ¿Deberemos también temer nosotros, los próximos ancianos? ¿Tendremos nuestra Antígona, como Edipo?
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