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Investigando la regeneración de células del cerebro‏



De cabeza a la revolución científica

El neurocirujano Arturo Álvarez-Buylla  investiga la regeneración de células del cerebro, y está convencido de que llegará el día en que los humanos podamos imitar a la biología para desarrollar tecnología, y será una verdadera revolución. Pero, advierte, aún falta mucho.    
Por Paulo RamírezRevista Qué Pasa, 11/10/2012
© José Miguel Méndez
Cuando el neurocirujano Arturo Álvarez-Buylla quiere explicar algo con claridad, recurre a su padre. Por ejemplo cuando define en qué consiste el trabajo de un científico: “Mi padre decía que ser investigador es como ser explorador: muchas veces vas por una vereda y no sabes si te va a llevar a algún lugar”. Y agrega: “Pero existe ese momento satisfactorio en que llegas a la cumbre de una montaña y ves una nueva perspectiva, y dices: ¡ajá! aquí hay algo nuevo”.
Arturo Álvarez -Buylla -que estuvo en Chile hace unas semanas invitado por la Universidad Finis Terrae- es investigador principal del Centro de Investigación de Tumores Cerebrales y académico del Departamento de Cirugía Neurológica en  la Universidad de California en San Francisco (UCSF). Su objeto de interés  es la regeneración de las células del cerebro, proceso conocido como neurogénesis: cómo nacen estas células nuevas, de dónde surgen, cómo se mueven hacia las distintas zonas del cerebro, cómo reconocen la función que les corresponde. Un interés que también le debe en buena medida a su padre, el destacado neurofisiólogo español-mexicano Ramón Álvarez -Buylla.
El niño Arturo se crió en Tlalpan, Ciudad de México, en una casa que se convirtió en su primer laboratorio. En esa época lo volvían loco las máquinas. Hasta que descubrió la biología y se dio cuenta que no hay máquina que la supere. Mientras a las máquinas alguien las tiene que armar, “los organismos vivos se autoensamblan, y ese proceso fue lo que más me maravilló de la biología”. Vivía con su padre, su madre y tres hermanas. Una casa que también era un refugio, después de una historia familiar novelesca, que tuvo su origen en España y quedó marcada por la guerra civil. Su abuelo materno, Wenceslao Roces, era subsecretario de Educación Pública del gobierno republicano, y huyó del país de la mano de Pablo Neruda, quien lo instaló en la embajada de Chile en Francia. Pasó por Valparaíso y finalmente se radicó en México.
A su abuelo paterno no lo conoció. Era alto comisario de Marruecos, no quiso unirse a la asonada de Francisco Franco y fue fusilado. Su padre, solo, huyó a la Unión Soviética y se entrenó como piloto de aviones caza. Más tarde estudió Medicina y se doctoró en la Academia de Ciencias de Moscú bajo la guía de Piotr K. Anokhin, discípulo de Pavlov. En 1947 lo enviaron a México, donde estaba su madre. Allá conoció a su esposa, también española, que había sido rescatada por los soviéticos.
El influjo del padre fue poderoso: Arturo se convirtió en médico y neurobiólogo, y sus tres hermanas son científicas.
Ramón Álvarez-Buylla veía al organismo vivo como un ejemplo de la manera en que debían organizarse las sociedades. “Pensaba que todo era regulado, que la función hacía al órgano, y que según las demandas de la función, las células se organizaban para satisfacerla”, dice. Y luego marca la diferencia. “Yo creo que es al contrario: la estructura surge por un plan genético, y eso está programado, y de ahí surge la función”.
A eso se dedica en parte su laboratorio. Son investigaciones de frontera, hermanas de las que realiza su colega en la UCSF Shinya Yamanaka, ganador del Premio Nobel de Medicina junto al británico John B. Gurdon, basadas en el doble concepto de plasticidad y a la vez sujeción a un plan predeterminado. “Es el balance entre darle un plan, que le dice a las células dónde ir y con quién conectarse, y la suficiente plasticidad para que pueda integrar y aceptar información del medioambiente, y podamos aprender, tener herencia cultural”, explica.
No se sorprendió con el anuncio del Nobel. Los dos eran candidatos hace rato. Dice Álvarez -Buylla que “el poder hacer células pluripotentes de células somáticas, como los fibroblastos de la piel, no sólo abre grandes posibilidades para la regeneración de células que puedan haber muerto por enfermedad o degeneración, sino que hace posible generar tipos específicos de células de pacientes con enfermedades degenerativas para investigar por qué estas células mueren”.
Álvarez-Buylla llama a la cautela. Dice que hay mucha desinformación en relación con las células madre, sobre todo en el caso del cerebro adulto. “A veces gente, incluso educada, piensa que las células madre son capaces de repararlo todo... Ahí se necesita mucha investigación”.

Cabeza de pájaro

El trabajo de Álvarez-Buylla se concentra en los mecanismos de formación de nuevas células nerviosas (neurogénesis) en el cerebro adulto. Durante años, se pensó que las neuronas no se regeneraban, pero ahora se sabe que son capaces de reproducirse, tal como muchas otras células del organismo. La pregunta es cómo una célula nueva es capaz de funcionar de manera idéntica a células viejas, que han “aprendido” su funcionamiento durante años.
Como explicó al recibir el Premio Príncipe de Asturias en 2011 (que obtuvo junto a Joseph Altman y Giacomo Rizzolatti), sus trabajos se nutren de una tradición centenaria, que parte de Santiago Ramón y Cajal (que intuyó la individualidad celular de las neuronas) e incluye al propio Altman (que entregó las primeras evidencias de la presencia de nuevas neuronas en el cerebro) y sobre todo a Fernando Nottebohm, profesor guía de su doctorado en la Rockefeller University.
Con Nottebohm, argentino de nacimiento, estudió los mecanismos a través de los cuales se incorporan nuevas neuronas en el canario, y que le permiten aprender a cantar. “Fernando descubrió que en ciertas épocas del año, los núcleos que controlan el canto del canario cambian de tamaño. Y se planteó junto a uno de sus estudiantes si esto puede deberse a que se están añadiendo nuevas neuronas y eliminando otras”. Demostró que estaba en lo correcto.
Este curioso origen para un concepto tan fundamental es para Álvarez-Buylla un símbolo de la importancia de la ciencia básica. “La gente veía a los pájaros como un modelo muy tangencial a lo humano... y a veces la demanda de la ciencia está muy centrada en conseguir algo útil. En este caso  no había interés en algo útil... era simplemente su curiosidad que lo llevó a hacer grandes descubrimientos”.
Pero sabe que, al mismo tiempo, todo el mundo tiene puestas las esperanzas en los estudios de neurogénesis: se los ve como el primer paso para la cura de enfermedades neurodegenerativas, como el Parkinson, el Alzheimer y la enfermedad de Huntington, y también para tumores. En esta materia los avances son enormes. “Tecnológicamente se puede hacer un individuo a partir de una célula de tu piel... cultivándola in vitro, poniéndole factores de transcripción, convirtiéndola en célula madre y poniéndola en el contexto de un cigoto fertilizado, pero el ADN viene todo en la célula original. Todo eso lo podemos vislumbrar, pero todavía está muy lejos”, dice.
En el caso de lo tumores, explica, “el nivel de conciencia que tenemos acerca de lo que son es muchísimo mayor que hace veinte años. Lo que nos falta son las herramientas para atacarlos. Y ahí se necesita creatividad, nuevas ideas, nuevo conocimiento básico para descubrir algún mecanismo que se nos está escapando por ahí y que sea su talón de Aquiles. Pero no se puede dar el paso terapéutico si no se ha logrado el entendimiento”.
Uno de los proyectos que lo tienen más interesado consiste en “tratar de introducir células y modificar circuitos en zonas del cerebro donde normalmente no se reclutan nuevas neuronas, como la corteza cerebral. La idea de entender cómo esos circuitos se pueden arreglar en un enfermo, con esquizofrenia o autismo, por ejemplo... Es complicado, porque a veces las células que mueren son células que han nacido muy temprano en el embrión. Y es como el cimiento de una casa: le quitas el cimiento y todo se cae”.
En todo caso, llama a la cautela. Dice que hay mucha desinformación en relación con las células madre, sobre todo en el caso del cerebro adulto. “A veces gente, incluso educada, piensa que las células madre son capaces de repararlo todo... Ahí se necesita mucha investigación”.
Arturo Álvarez-Buylla pone también la sociedad bajo la mirada de su microscopio. Y encuentra en la biología el futuro de la humanidad: “La verdadera revolución va a ocurrir cuando empecemos a imitar a la biología para desarrollar tecnología. Tenemos tanto que aprender de la biología. Mira la forma maravillosa, supereficiente, como las plantas captan la energía solar. Hoy el estudio de la vía metabólica de la clorofila es visto como ciencia básica, pero no me extrañaría que en 100 años todo eso se esté aplicando y estemos imitando a las plantas para generar nuestra energía”.
Su fe está puesta en eso: “La biología ha visto cómo llegar a un equilibrio entre todos los organismos, y lo ha hecho por selección natural, no por diseño. Si no utilizamos eso para nuestro desarrollo, estamos muertos”.

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